Lamentaciones 4:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La elegía de este capítulo comienza con una lamentación del triste cambio que ha experimentado Jerusalén. La ciudad que antes era como el oro más fino, ha perdido su brillo (v. Lam 4:1); se ha convertido en escoria.

1. El templo, que era la gloria y la protección de Jerusalén, está derruido (v. Lam 4:1). Más bien que el oro del templo, lo que aquí (v. Lam 4:1) se describe, según Goldman, es «metafóricamente el pueblo mismo. El pueblo de Sion era con respecto a los demás pueblos de la tierra como el oro con respecto a un vil metal, pero han sido tratados como escoria». El paralelismo con el versículo Lam 4:2 demuestra que la explicación de Goldman es correcta. De la misma forma que el oro, las piedras del santuario (v. Lam 4:1) habían perdido también su gloria, pues estaban esparcidas a la cabeza (lit.), es decir, en la esquina, de todas las calles. Allí estaban mezcladas con las piedras de la común demolición.

2. Los príncipes, los sacerdotes, etc., en una palabra, los preciados hijos de Sion (v. Lam 4:2), estimados más que el oro fino, por su posición, dignidad y autoridad, han sido tratados de la manera más baja, como si fuesen vasijas de barro. Se habían empobrecido y habían marchado al cautiverio, como si fueran criminales despreciables.

3. Los niños pequeños perecían de hambre y de sed por falta de alimento, por una carestía de tal calibre que había desnaturalizado a las madres. Asensio comenta los versículos Lam 4:3 y Lam 4:4 del modo siguiente: «Madres desnaturalizadas por fuerza, las hijas de mi pueblo hacen buenos a los chacales, que, entre las ruinas de la ciudad destruida (Isa 13:22; Isa 34:13; Jer 50:39), siguen amamantando a sus crías. Atontadas por el dolor, proceden como las estúpidas avestruces, que, después de las fatigas pasadas para la puesta de los huevos y la incubación de las crías, lo abandonan todo en el desierto con peligro de que el hombre o la bestia lo aplaste con su pie (Job 39:13-16). Abandonados e indefensos, los pequeñuelos van pereciendo faltos de la leche materna o del pan que en vano reclaman (Lam 1:11; Lam 2:11)».

4. Las personas de rango fueron reducidas a la pobreza del pordiosero (v. Lam 4:5). Quienes eran de buena familia y habían estado bien alimentados desfallecen en las calles, sin el alimento necesario, por haber quedado despojados de todo a causa de la guerra, y yacen en la calle al no tener lecho cómodo donde acostarse. Así como, algunas veces, es alzado del muladar el menesteroso (Sal 113:7), así también hay casos en que los que se criaron entre púrpura se abrazan a los estercoleros, esto es, «yacen postrados allí» (Goldman).

5. Personas que habían sido eminentes por su dignidad, y aun quizá por su santidad, compartían con los demás la común calamidad (vv. Lam 4:7, Lam 4:8). «Sus distinguidos (lit.), es decir, sus nobles, más bien que sus nazareos o nazireos, eran más puros que la nieve, más blancos que la leche (v. Lam 4:7); más sonrosados eran sus cuerpos que el coral, su talle más hermoso que el zafiro», todo ello, «tipos de frescura y de hermosura natural (puros, blancos y rojos: Cnt 5:10), realzada con retoques y vestir elegante (zafiro)» (Asensio); pero ahora (v. Lam 4:8) su aspecto se ha oscurecido más que el hollín (lit. es más negro que la negrura); no los reconocen (¡tan cambiados están!) por las calles, pues hoy son como «esqueletos ambulantes» (Asensio); huesos y piel (comp. con Job 19:20).

6. Jerusalén murió de muerte lenta (recuérdese que fueron 18 los meses de asedio); el hambre contribuyó a su destrucción más que ningún otro castigo. Murió centímetro a centímetro, hasta sentirse ella misma morir (vv. Lam 4:9-12). La iniquidad de Jerusalén se había agravado más que la de Sodoma; no es extraño que el castigo sea también más severo, pues Sodoma nunca dispuso de los medios de gracia que poseyó Jerusalén. Vemos de nuevo (v. Lam 4:10, comp. con Lam 2:20) a las mujeres cociendo y comiéndose a sus propios hijos. Ya era bastante serio el caso de no tener con qué alimentarlos, pero era mucho peor el de llegar a alimentarse de ellos. La destrucción de Jerusalén era total, completa (v. Lam 4:11) y sorprendente (v. Lam 4:12), impensable e increíble. No sólo los israelitas, sino aun los reyes de la tierra y cuantos moran en el mundo no podían creer que el enemigo y el adversario entrara por las puertas de Jerusalén, la ciudad santa, la morada del gran Rey. Pensaban que había de estar bajo la protección divina, de forma que fuese vano intento de parte de sus enemigos atacarla con éxito.

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