Lucas 8:22 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Aquí tenemos dos pruebas ilustres del poder del Señor Jesucristo: sobre los vientos y sobre los demonios (v. Mr. caps. Mar 4:1-41 y Mar 5:1-43).

I. Su poder sobre los vientos:

1. Cristo ordenó a Sus discípulos hacerse a la mar (v. Luc 8:22). Cuando Cristo envía Sus discípulos, va con ellos: «entró en una barca Él y sus discípulos». Y quienes llevan a Cristo consigo, bien pueden aventurarse a marchar sobre seguro a dondequiera que Él ordene. Notemos que les dijo: «Pasemos al otro lado del lago». ¡Aquí había una seguridad!

2. Pero quienes ante una orden de Cristo, se hacen a la mar en calma, deben estar preparados para la tormenta: «Se abatió sobre el lago una tempestad de viento» (v. Luc 8:23), y bien pronto la tempestad fue en aumento «y comenzaron a anegarse y a peligrar»: la vida de ellos estaba en peligro.

3. Cristo, entretanto, dormía, exhausto por el ininterrumpido trabajo. Muchas veces los discípulos de Cristo pueden ser conscientes de Su presencia en medio de las mayores dificultades y aflicciones, pero parece como si estuviese dormido, ya que no se apresura a prestarles socorro. De este modo quiere poner a prueba la fe y la paciencia de ellos, y hacer que Su ayuda resulte tanto más beneficiosa cuanto más esperada.

4. Si acudimos a Cristo en la hora del peligro, podemos estar seguros de que despertará y vendrá en nuestra ayuda. Ellos le gritaron: «¡Maestro, Maestro, que perecemos!» (v. Luc 8:24). El mejor medio de silenciar nuestros temores es presentarlos a los pies de Cristo. Quienes con toda sinceridad le invoquen, de seguro que no perecerán (v. Rom 10:13).

5. Así como Satanás tiene por oficio levantar tormentas, así Jesús se ocupa de calmarlas, y se deleita en ello, pues vino a poner paz verdadera en la tierra (Luc 2:14): «Él se despertó, increpó al viento y al oleaje del mar; cesaron, y sobrevino la calma» (v. Luc 8:24).

6. Cuando el peligro ha pasado, es conveniente que nos avergoncemos de nuestros temores y que le demos a Cristo la gloria que le pertenece por Su poder y amor en socorrernos. Cristo les reprende por sus infundados temores: «¿Dónde está vuestra fe?» (v. Luc 8:25). En efecto, había dos motivos para no tener miedo: (A) Llevaban consigo al Señor de los cielos y de la tierra. (B) Llevaban también la palabra segura de Jesús, quien les había dicho: Pasemos al otro lado. Notemos eso de «¿dónde está vuestra fe?». Muchos que tienen fe la tienen tan escondida que necesitan buscarla para poder echar mano de ella; un pequeño inconveniente les desplaza la fe de su lugar. Ante esta gran manifestación de Su poder divino, «ellos, llenos de temor se decían asombrados unos a otros: ¿Pues quién es éste, que aun a los vientos y al agua manda, y le obedecen? (v. Luc 8:25). Del santo rey de Dinamarca, Canuto, cuenta la tradición (o leyenda) que, para acallar las adulaciones de sus cortesanos que le daban pomposos títulos, hasta llamarle «omnipotente», les hizo salir consigo a la orilla del mar, y allí gritó a las olas: ¡No me mojéis los pies! Sin embargo, las olas no le obedecieron. Entonces, volviéndose hacia sus cortesanos, les dijo: Ya veis cuán pobre es mi «omnipotencia».

II. Su poder sobre los demonios. Después que Cristo calmó la tempestad, «navegaron hacia la región de los gadarenos» (v. Luc 8:26), y allí desembarcaron (v. Luc 8:27). Vemos que:

1. Los demonios que se nos muestran en esta porción eran muy numerosos, ya que los que habían tomado posesión del hombre que allí se nos describe (vv. Luc 8:27.) se llamaban «Legión; porque habían entrado muchos demonios en él» (v. Luc 8:30). Además, estaba «endemoniado desde hacía mucho tiempo» (v. Luc 8:27).

2. Los demonios son enemigos inveterados del hombre, pues éstos le obligaban a ir desnudo constantemente y a vivir, no sólo a la intemperie sino «entre las tumbas», para servir de mayor terror, no sólo a sí mismo sino también a todos los que se acercaban a él.

3. Tienen fuerza y fiereza tremendas, pues al hombre de quien se había apoderado «le ataban con cadenas y grillos, teniéndolo bajo custodia, pero rompía las ataduras» (v. Luc 8:29). Quienes no se dejan gobernar ni controlar por nadie, muestran que son gobernados por Satanás. Además, «era impelido por el demonio hacia los lugares solitarios». Mientras que los que se hallan bajo el gobierno de Cristo, son conducidos suavemente con lazos de amor, los que están bajo el dominio del diablo son impelidos furiosamente con cadenas de hierro. Y mientras Jesús nos lleva al Padre y a la comunión con los hermanos en la fe, el demonio nos impele al aislamiento y a la depresión.

4. Se enrabian contra el Señor Jesús a la vez que sienten miedo y horror ante Su presencia: «Al ver (el hombre) a Jesús, lanzó un grito, cayó ante Él, y dijo a grandes voces: ¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes» (v. Luc 8:28). En estas frases vemos: (A) Que el demonio reconoce que Jesús es demasiado fuerte y alto para él. (B) Que no quiere tener nada que ver con el Señor, pues sus intereses no pueden ser más contrapuestos. Los demonios no tienen inclinación a rendir a Cristo ningún servicio, ni expectación de recibir de Cristo ningún beneficio. (C) Pero le tienen un miedo tremendo a Su poder y a Su ira. No le dice: «Te ruego que me salves», sino: «Te ruego que no me atormentes». Véase cuál es el lenguaje de quienes tienen miedo al Infierno, pero no tienen deseo del Cielo como lugar de santidad y amor.

5. Están totalmente bajo el mando y el poder del Señor Jesús y lo saben, pues «le suplicaban que no les ordenara marcharse al abismo» (v. Luc 8:31). ¡Qué consuelo es esto para los hijos de Dios, saber que todos los poderes de las tinieblas están bajo el mando y el control de nuestro Señor Jesucristo! Los puede mandar a su lugar cuando le plazca.

6. Se gozan en hacer daño. Cuando vieron que no tenían más remedio que abandonar al hombre del que habían tomado posesión, suplicaron a Jesús que les permitiera entrar en una piara de bastantes cerdos (v. Luc 8:32). Ya que no podían destruir por completo al hombre, al menos destruirían a los cerdos y, al mismo tiempo, engendrarían en los dueños de los cerdos una mala disposición contra el Señor. Cuando no pueden hacer daño a las personas procuran hacer daños a los bienes de las personas, lo cual es, para algunos, una gran tentación, como lo fue en este caso. Cristo lo permitió y, tan pronto como los demonios entraron en los cerdos, toda la piara se lanzó por el precipicio al lago y se ahogaron (vv. Luc 8:32-33).

7. Cuando el poder del diablo es quebrantado por el poder de Cristo en alguna persona ésta persona se recobra inmediatamente de su mal estado: «hallaron sentado al hombre del que habían salido los demonios, ya vestido y en su sano juicio, a los pies de Jesús» (v. Luc 8:35). Mientras estaba poseído del demonio, gritaba y se espantaba de la presencia de Jesús, pero ahora estaba sentado y en completa paz y sanidad de juicio a los pies de Jesús. Si Dios ha tomado posesión de nosotros, el juicio y el gobierno de nosotros mismos estará a buen seguro; pero si es Satanás el que nos domina, nos robará ambas cosas. Nunca somos tan nuestros como cuando somos de Cristo. Veamos ahora cuál fue el efecto de este milagro:

(A) El efecto que produjo en la gente de aquella comarca: «Cuando los que los apacentaban vieron lo sucedido, huyeron y lo contaron por la ciudad y por los campos» (v. Luc 8:34). «Contaron cómo había sido sanado el endemoniado» (v. Luc 8:36), que había sido enviando los demonios a los cerdos, como si Cristo no hubiese tenido poder para librar al hombre de los demonios de otra manera que entregando los cerdos a los demonios: «Salieron entonces a ver lo que había sucedido … y se llenaron de temor» (v. Luc 8:35). «Estaban sobrecogidos de un gran temor» (v. Luc 8:37). Pensaron más en la destrucción de los cerdos que en la liberación del pobre y atormentado vecino de ellos y, en consecuencia, «toda la gente de la región circunvecina de los gadarenos le pidió que se marchara de ellos» (v. Luc 8:37). Todo el que esté dispuesto a abandonar el pecado y entregarse al Señor, nada tiene que temer de Jesús. Pero Cristo les tomó la palabra: «Él, entrando en la barca, regresó». Por haber preferido los cerdos, perdieron el Salvador y las esperanzas que pudieran tener en Él.

(B) El efecto que produjo en el que había estado poseído por los demonios: Deseó la compañía de Jesús, tanto como los otros la habían temido: «El hombre del que habían salido los demonios le pedía estar con Él» (v. Luc 8:38), como estaban con Él las mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades (v. Luc 8:2). No quería permanecer por más tiempo con aquellos brutos y rudos gadarenos que le pedían a Cristo que se marchara. Pero Cristo le ordenó que se fuera a su casa y publicase entre sus deudos y amigos las grandes cosas que Dios había hecho con él (v. Luc 8:39), y así fuese una bendición para su región, en la que anteriormente había sido una pesada carga. De aquí hemos de aprender que, a veces, hemos de renunciar a las satisfacciones de consuelos y beneficios espirituales, a fin de aprovechar las oportunidades de hacer bien a nuestros prójimos.

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