Lucas 8:4 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La porción anterior comenzaba por una referencia a la diligencia que Cristo ponía en predicar (v. Luc 8:1); ésta comienza por referirse a la diligencia que la gente ponía en venir a escucharle (v. Luc 8:4). Él recorría una por una todas las ciudades … predicando; aquí tenemos la reunión de un gran gentío y los que de cada ciudad acudían hacia Él, sin esperar a que Él fuese a ellos o, al no pensar que tenían bastante con lo que de Él habían escuchado, no se resignaban a verle marchar, sino que le salían al encuentro cuando Él iba hacia ellos o le seguían cuando ya se había marchado de ellos. Se había reunido un gran gentío; abundancia de peces donde echar la red de la predicación; y allí estaba Jesús más presto a enseñarles que lo que ellos podían estar prestos a aprender.

I. En la parábola del sembrador tenemos excelentes normas y precauciones en cuanto a oír la Palabra de Dios. Después que Jesús expuso la parábola, los discípulos inquirían el significado de la misma: «¿Qué significa esta parábola?» (v. Luc 8:9). También nosotros debemos inquirir con diligencia la verdadera intención y la plena extensión de la palabra que oímos. Ellos tenían la oportunidad, que no tenían otros, de acercarse al Maestro para inquirir el misterioso sentido de sus palabras: «A vosotros se os ha concedido» (v. Luc 8:10). ¡Felices somos y deudores para siempre de la divina gracia, si lo que para otros es meramente parábola con la que solamente se entretienen, para nosotros es verdad clara. En cuanto a la parábola misma, y a la explicación que el Señor dio de ella, obsérvese:

1. Que el corazón humano es como el suelo donde se siembra la Palabra de Dios; es capaz, por obra del Espíritu Santo, de recibirla y llevar el fruto correspondiente; pero, a menos que se siembre esa Palabra, ninguna cosa de verdadero valor nacerá del corazón. Por tanto, ha de ponerse toda diligencia en que la semilla y el suelo se junten (v. Heb 4:2).

2. El éxito de la siembra depende muchísimo de la naturaleza y del tempero del suelo. Por eso, la Palabra de Dios puede ser para nosotros: «olor de muerte para muerte» u «olor de vida para vida» (2Co 2:16).

3. El diablo es un enemigo astuto y temible; arrebata la palabra de los corazones de los oyentes descuidados «para que no crean ni se salven» (v. Luc 8:12). Esto se añade aquí para que aprendamos que no podemos ser salvos a menos que creamos; por eso, el diablo hace todo lo posible para que no creamos la Palabra cuando la oímos, pues la fe viene por el oír (Rom 10:17); o, si le hemos prestado atención, hará lo posible para que la olvidemos y, de esta manera seamos arrastrados por la corriente (Heb 2:1); o, si nos acordamos aún de ella, hará por crear en nuestra mente prejuicios y objeciones contra ella, o nos distraerá hacia otros pensamientos; y todo ello es «para que no crean ni se salven».

4. Cuando la Palabra de Dios se oye con descuido, es corriente que sea también oída con desprecio: «fue pisoteada» (v. Luc 8:5).

5. Hay quienes reciben alguna impresión al oír la Palabra, pero no tienen convicciones profundas ni durables; les pasa como a la semilla que cae sobre la roca, donde no echa raíces (v. Luc 8:13); «éstos van creyendo por algún tiempo, pero en la hora de la prueba desisten» de los comienzos que parecían prometer algo más.

6. Los placeres de la vida (detalle que sólo en Lucas encontramos) son tan peligrosos abrojos como las preocupaciones y las riquezas, en orden a sofocar la buena semilla que se ha sembrado en el corazón mediante la predicación de la Palabra. Hay una profunda lección de psicología en el versículo Luc 8:14, pues tanto las preocupaciones como las riquezas y los placeres piden siempre en el corazón del hombre más y más terreno, pues la codicia nunca dice: ¡Basta! Y a medida que estas malignas plantas cobranauge, chupan más y más de la savia vital de nuestra alma, con lo que la semilla de la Palabra de Dios dispone cada vez de menos terreno en el que arraigar, desarrollarse normalmente y dar el fruto apetecido; por eso, al quedar sofocada por las malas hierbas, «no dan fruto maduro».

7. Por tanto, no es suficiente con que el suelo de algún fruto; es menester que el fruto llegue a la perfección de la madurez, pues el original griego dice «perfecto» aquí, para expresar lo que en Mateo y Marcos aparece como «fructífero». Por tanto, si el fruto no es maduro es como si no existiese, pues no sirve para el consumo.

8. El suelo bueno, que lleva fruto maduro, es un corazón bueno y recto (v. Luc 8:15); es decir, un corazón bien arraigado en Dios y en el deber, un corazón sincero y tierno como el terreno húmedo y esponjoso , un corazón honesto y bueno que, al oír la Palabra de Dios, la entiende (Mat 13:23), la recibe (Mar 4:20) y la retiene (Luc 8:15). Vemos, pues, que cada uno de los tres evangelistas expresa un aspecto complementario de la misma verdad: entender, recibir y retener la Palabra.

9. Donde la semilla es recibida y bien guardada, el corazón da fruto por su constancia. El vocablo que algunas versiones traducen aquí por «paciencia», significa el aguante bajo unas circunstancias desfavorables, no la paciencia con nuestros prójimos para lo cual el griego emplea otro vocablo, equivalente a «longanimidad» (v. Rom 2:4, donde aparecen juntos ambos, y Gál 5:22; Efe 4:2, en los que aparece el que significa «longanimidad» = paciencia con las personas). Esta constancia en el bien obrar, a pesar de las circunstancias desfavorables, es la que marca con sello de oro un corazón bueno y recto. Ser bueno dentro de un ambiente bueno no tiene mucho mérito; ser bueno dentro de un ambiente malo, es señal de justicia, aunque no lo sea siempre de perfección (v. 2Pe 2:7).

10. En consideración a todo lo que precede, debemos mirar bien cómo escuchamos (v. Luc 8:18), y precavernos de todas las cosas que pueden impedir el que nos aprovechemos de la Palabra que oímos; evitemos oír sin atención o a la ligera, evitemos olvidar lo que hemos oído, evitemos que la Palabra de Dios quede ahogada bajo las malas hierbas que el mundo, el demonio y la carne siembran en nuestro corazón.

II. Instrucciones necesarias para los que son llamados a predicar la Palabra de Dios, así como para los que la escuchan. Los que han recibido un don deben usarlo. Las personas iluminadas por la Palabra de Dios (Sal 119:105), deben convertirse en lámparas que alumbran como luz del mundo (v. Luc 8:16, comp. con Mat 5:14-16). Una luz, hecha para disipar las tinieblas de la ignorancia y del pecado, no se puede poner debajo de una vasija ni debajo de una cama. Todos los creyentes y, en especial, los ministros del Señor han de ser como lámparas en el mundo. No sólo deben ser buenos, sino que deben difundir bondad, «pues no hay nada oculto que no haya de ser manifestado, ni escondido que no haya de ser bien conocido y salir a plena luz» (v. Luc 8:17). Lo que se nos ha encomendado en secreto, hemos de divulgarlo, porque nuestro Maestro no nos ha dado los talentos para que los enterremos, sino para que negociemos con ellos («negocio» es la negación del «ocio»). Los dones que poseemos los continuaremos teniendo disponibles o nos serán quitados como inservibles de acuerdo al uso que hagamos de ellos, «porque a cualquiera que tenga, se le dará» (v. Luc 8:18). Al que tiene dones, y hace buen uso de ellos, se le darán más y se le acrecentarán las oportunidades de usarlos: «pero a cualquiera que no tenga», es decir, al que haya enterrado el talento que tenía, «le será quitado hasta lo que parece tener», como dice en Lucas, o «aun lo que tiene», como dice en Mar 4:25, aunque el sentido es el mismo, pues la gracia que se ha perdido era una gracia aparente, no genuina. Los hombres sólo parecen tener lo que no quieren usar.

III. Se da gran estímulo a quienes se muestran fieles oidores de la Palabra poniéndola en práctica (v. Luc 8:21), lo cual es aplicado aquí por Cristo al caso particular de Sus discípulos, a quienes Él prefiere a todos Sus parientes según la carne (vv. Luc 8:19-21). Obsérvese cuánta gente estaba escuchando al Señor, pues Sus familiares «no podían llegar hasta Él a causa del gentío» (v. Luc 8:19). Vemos que algunos de sus más próximos parientes eran los menos interesados en escuchar Su predicación (comp. con Jua 7:5), pues, en lugar de estar dentro con el deseo de oírle, estaban fuera (v. Luc 8:20), con el mero deseo de verle. Pero Jesucristo prefería seguir ocupado en Su obra antes que conversar con Sus parientes. Por eso, estaba presto a reconocer como Sus verdaderos parientes a los que estaban dispuestos a oír la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Con esto, no se excluye de tanta bendición a la Virgen María, pues también ella era fiel oidora y hacedora de la Palabra de Dios, pero también es cierto que, si no hubiese tenido verdadera fe en el Salvador (v. Luc 1:47), de nada le habría servido ser la madre del Salvador (Hch 4:12).

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