Marcos 14:53 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos, tenemos el proceso de Jesús ante el Sanedrín, cuyo presidente era Caifás, el sumo sacerdote, el mismo que hacía pocos días había decretado que Jesús había de morir, fuese o no culpable (Jua 11:50). Por aquí podemos ver qué imparcialidad podía caber en el presidente de dicho tribunal.

I. Vemos cómo conducen a Cristo a casa de Caifás, aunque Juan menciona que primeramente lo llevaron a casa de Anás, el suegro de Caifás (Jua 18:19). Al atender a Luc 3:2, por la influencia que Anás seguía teniendo mientras su yerno era sumo sacerdote, es probable que ambos habitasen en la misma casa, aunque en distinta habitación, lo cual basta para explicar el relato de Juan. Sería quizá la medianoche, con lo que una reunión de esta clase era totalmente ilegal. Allí se habían reunido «todos los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas» (v. Mar 14:53), a la espera de recibir la presa que tanto codiciaban.

II. «También Pedro le siguió de lejos» (v. Mar 14:54). Pero cuando llegó al palacio del sumo sacerdote, «se sentó con los guardias, calentándose junto a la lumbre». De esta forma, se metía Pedro en la tentación de la que tan mal parado iba a salir, puesto que ni la lumbre del sumo sacerdote era el lugar apropiado para él, ni los guardias y criados del sumo sacerdote eran su adecuada compañía.

III. A continuación, vemos con qué empeño andaba el sanedrín entero buscando, sin contar en los medios, un testimonio para dar muerte a Jesús (v. Mar 14:55). Le habían prendido como a malhechor, pero ahora que le tenían en sus manos, no podían presentar contra Él ningún cargo; de ahí que sólo conseguían contra Jesús testimonios falsos, y aun así, «los testimonios no concertaban» (v. Mar 14:56), lo cual no es de extrañar, porque la mentira no es de suyo consistente; por eso dice el refrán castellano que «antes se coge a un mentiroso que a un cojo». El caso es que, según la Ley (Deu 19:16-17), estaba a cargo de los sacerdotes castigar a quienes dieran falso testimonio, y ahora ¡los propios sacerdotes buscaban testigos falsos contra Jesús! ¿Qué podemos hacer, sino clamar: «Señor, socórrenos», cuando los médicos de un país son los que propagan las enfermedades, y cuando los guardianes de la paz y de la equidad son los que corrompen ambas?

IV. Finalmente, se levantaron algunos (dos, según Mat 26:60-61) que dieron falso testimonio contra Él tergiversando las palabras que Jesús había pronunciado en Su primera purificación del templo (v. Jua 2:19). «Pero ni aun así era idéntico el testimonio de ellos» (v. Mar 14:59). Ni coincidían los testigos ni presentaban cargo alguno que fuera suficiente para condenar a muerte a Jesús.

V. Es entonces, cuando todos los demás recursos habían fracasado, cuando el sumo sacerdote, decidido a apresurar el proceso y conseguir que Cristo sea condenado a muerte, interviene personalmente: «Entonces se levantó el sumo sacerdote, y adelantándose al centro, interrogó a Jesús, diciendo: ¿No respondes nada?» (v. Mar 14:60). Dijo esto como si pretendiese hacer justicia en un proceso normal, pero con el verdadero propósito de tenderle una trampa y poder acusarle. Podemos imaginarnos con qué aire de orgullo y desdén preguntaría Caifás a Jesús, espoleado por el mismo silencio del Señor, quien tantas veces había silenciado a sus oponentes. «Pero Él callaba y no respondía nada» (v. Mar 14:61), para darnos ejemplo: 1. De paciencia, bajo calumnias y falsas acusaciones. 2. De prudencia, ya que su respuesta habría significado que se hallaba ante un proceso normal y ante un tribunal al que debía rendir cuentas de Su actuación.

VI. «Volvió a preguntarle el sumo sacerdote, diciendo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?» (v. Mar 14:61). Por Mat 26:63, sabemos que Caifás conjuró a Cristo, bajo invocación del nombre de Dios, a que respondiese, a lo que el Señor no pudo negarse. Es curioso notar que, al revés que Mateo, quien, al escribir especialmente para judíos, sustituye por otros sinónimos el nombre sagrado de Dios, es Marcos quien aquí nos da el sustituto («Bendito») que, sin duda usó Caifás. Jesús respondió: «Yo soy, y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder (he aquí otro vocablo sustituto de Dios ) y viniendo en las nubes del cielo». Cuando Pablo se hallaba ante Félix, el gobernador, y le habló «de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se aterrorizó y dijo: Vete por ahora» (Hch 24:25). Pero Caifás no se inmutó al oír sobre la Segunda Venida del Señor con poder y gloria, «para ejecutar juicio» (Jua 5:27). Tan ciega estaba su mente, y tan duro su corazón, que lo que habría bastado para suspender el proceso, sólo sirvió para acelerar la sentencia.

VII. Ante la valiente y sobrecogedora confesión de Cristo, Caifás se rasgó las vestiduras, no por terror, como Félix, sino con horror, como quien ha escuchado una blasfemia y ejecuta el gesto prescrito por la Ley; y efectivamente, le acusó de blasfemia (vv. Mar 14:62-63). Si cuando Saúl rasgó el manto de Samuel, ello sirvió de señal de que Jehová había rasgado de Saúl el reino de Israel (v. 1Sa 15:27-28), mucho más el rasgarse la vestidura de Caifás significaba: 1. Que el sumo sacerdocio le sería quitado para siempre. 2. Que el velo del templo, por el cual se ocultaba a todos, menos al sumo sacerdote, la visión del Lugar Santísimo, se había de rasgar a la muerte del Señor, a fin de que todos tuviéramos acceso libre y confiado al Trono de la gracia y de la misericordia (Heb 4:16).

VIII. Todo el Sanedrín estuvo de acuerdo con Caifás en su veredicto de blasfemia: «Y todos le condenaron, diciendo que era reo de muerte» (v. Mar 14:64). Por Luc 23:51 sabemos que José de Arimatea, miembro del Sanedrín, no consintió en el acuerdo, por lo que no cabe duda de que no asistió a la reunión de lo contrario se habría encontrado en una situación muy embarazosa, con el peligro de traicionar sus creencias y negar al Señor como Pedro. Lo mismo hemos de decir de Nicodemo, aunque éste se había mostrado ya más audaz (v. Jua 7:50-52).

IX. A continuación comienzan los abusos físicos que los esbirros del tribunal comenzaron a realizar contra Jesús (v. Mar 14:65). El texto da a entender que incluso algunos de los miembros del Sanedrín, de tal modo se olvidaron de su rango y de la dignidad que habría de caracterizarles, que ellos mismos acompañaron a los guardias en las burlas y golpes que se lanzaban contra Jesús. Esta fue su diversión hasta que llegó la mañana. Si ellos pensaron que no se rebajaban al afrentar así a Cristo, ¿acaso pensaremos nosotros que nos rebajamos al tributarle todo el honor que se merece?

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