Mateo 17:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción tenemos el relato de la transfiguración de Cristo. Él había dicho hacía poco que el Hijo del Hombre vendría pronto en la gloria de su reino, a la vista de algunos de los discípulos allí presentes; ahora cumple la promesa; es significativo que los tres sinópticos conecten esta narración, a propósito, con la anterior. Cuando Cristo estaba aquí, en su estado de humillación, se entreveían algunos destellos de gloria en medio del despojo que mostraba su apariencia exterior; ahora, en medio de un ministerio público, que estaba constantemente flanqueado por el rechazo, el desprecio y la falta de comprensión, se descubre su gloria con todo su esplendor. No fue, no, un milagro que se descubriera por un momento la gloria de Cristo, pues era la que le pertenecía por su divinidad; la maravilla estuvo más bien en que dicha gloria quedase oculta durante treinta y tres años tras las opacas paredes de un vaso de barro semejante al nuestro, aunque limpio de toda mancha. En cuanto a esta transfiguración de Cristo, obsérvese:

I. Las circunstancias en que sucedió (v. Mat 17:1).

1. El tiempo: Después de seis días desde la última conversación con sus discípulos. Lucas dice «como ocho días», es decir, una semana, si si contamos el día que les habló y el que los subió al monte (v. Mat 12:40 como ejemplo del modo de contar). No se nos dice nada de lo ocurrido en los días intermedios, como si quisiese prepararlos en el silencio para esta solemnidad (v. Apo 8:1). Muchas veces, cuando parece que Cristo no hace nada por los suyos, es que los está preparando para algo importante.

2. El lugar: Un monte alto. Cristo escogió una montaña: (A) Como lugar secreto. Los llevó aparte, y escogió un lugar retirado para transfigurarse, pues la publicidad del hecho no cuadraba con su estado presente; en cambio, escogió la capital para ser crucificado. (B) Como lugar alto. Las alturas solitarias son propicias para elevar el corazón a las cosas de arriba (Col 3:1-2), y parece que nos acercan al cielo, ayudándonos a mantener una más estrecha comunión con Dios. Para una comunión íntima con el Señor no es suficiente con el retiro; se requiere la ascensión. El que así busca la presencia de Dios, experimenta pronto que nunca se está menos solo que cuando se está a solas con Dios.

3. Los testigos: Tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano. Tomó tres (así como en la resurrección de la hija de Jairo y en la agonía de Getsemaní) como número muy apropiado para testificar de lo que iban a presenciar. Cristo escogió muy pocos testigos de vista de sus grandes obras y de su misma resurrección, para que tanto más abundase para todos nosotros la gran bienaventuranza de los que creemos en Él, sin haberle visto (Jua 20:29; 1Pe 1:8). Pablo llama a Pedro y a Juan columnas (Gál 2:9. El Jacobo mencionado por Pablo no es el de aquí pues había sido martirizado algunos años antes, sino el hermano del Señor, y pastor de Jerusalén nótese su colocación delante de Cefas ). Precisamente tomó a los mismos tres que tomaría después como testigos de su agonía, a fin de que los que habían de estar más cercanos a su gran humillación, estuviesen también cercanos a su actual exaltación.

II. La forma en que se llevó a efecto: Se transfiguró (lit. se transformó, como en Rom 12:2, pero se escoge el otro verbo porque el concepto de transformación suele implicar un proceso de fuera adentro, mientras que la transfiguración fue un proceso de dentro afuera) ante ellos (v. Mat 17:2). La sustancia o realidad de su cuerpo permaneció la misma; no se convirtió en espíritu, sino que el resplandor de la gloria, que estaba como frenado en su interior, irrumpió al exterior, e iluminó toda su figura, y dio así una visión anticipada de su futura y permanente gloria. Esta transfiguración se notó:

1. En su rostro: Su rostro resplandeció como el sol. El rostro es la parte principal del cuerpo en cuanto a que por él se distingue a las personas de una manera clara y distinta; por eso, se proyectó especialmente desde su rostro como el sol en lo más intenso de su resplandor; tanto más se hizo de notar, cuanto que aparecía de súbito, como el sol cuando sale de una densa nube.

2. En sus vestiduras: Y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. El brillo del rostro de Moisés era tan débil, en comparación con el de Jesús ahora, que podía ocultarse tras un delgado velo; pero la gloria del cuerpo de Cristo era tan intensa, que sus vestiduras resplandecían como la luz.

III. Los que le acompañaron en su aparición gloriosa: En esto, se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Él (v. Mat 17:3). Junto a Él aparecieron estos santos glorificados, a fin de que, así como había tres testigos en la tierra (Pedro, Jacobo y Juan), tampoco faltasen testigos celestiales. Vemos aquí que quienes han muerto en comunión con Dios, no han perecido. Los judíos tenían gran respeto a Moisés y a Elías y así vinieron éstos a aparecerse con Jesús, como testimonio de la Ley y de los Profetas, ya que todo el Antiguo Testamento da testimonio de Jesús en cuanto a lo que había de padecer, lo mismo que en cuanto a sus triunfos y su gloria. Los discípulos vieron a Moisés y a Elías, les oyeron hablar y les reconocieron, lo cual prueba que los santos glorificados se reconocerán mutuamente en el Cielo. Luc 9:31 añade que hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén. Así se unía, a la vista de los tres discípulos, la manifestación de su gloria con la de los padecimientos de su muerte.

IV. La gran satisfacción que los discípulos sintieron ante la visión de la gloria de Cristo. Pedro, como de costumbre, lo expresó en nombre de los otros: Señor, bueno es estarnos aquí (v. Mat 17:4). De esta manera, Pedro declara:

1. El deleite que experimentaba en aquella plática: Señor, bueno es estarnos aquí. Así expresa su satisfacción en nombre de los otros pues no dice: bueno es estarme, sino: bueno es estarnos; no quería monopolizar este favor, sino compartirlo alegremente con los demás. Se lo dice a Cristo, pues el alma que ama a Cristo, y se goza en estar con Él, se complace también en decírselo: Señor, bueno es estarnos aquí. Todos los verdaderos discípulos de Cristo consideran como cosa buena para ellos estar con Él en el monte santo (2Pe 1:18). Bueno es estar con Cristo donde Él está; estar con Él a solas y retirados; estar donde podamos ver la hermosura del Señor Jesús.

2. El deseo que tenían de continuar allí: Si quieres, hagamos aquí tres tiendas de campaña; tres enramadas o cobertizos hechos con ramas de árboles, como hacía el pueblo en la fiesta de los Tabernáculos. En esta frase mostraba Pedro mucho celo, pero poca discreción.

(A) Celo por continuar presenciando esta plática sobre cosas celestiales. Quienes por fe contemplan la hermosura de la santidad en la casa de Dios, no pueden menos de desear permanecer allí todos los días de su vida (Sal 27:4). ¡Quién nos diese a todos los creyentes este celo por permanecer siempre en la contemplación de la hermosura de Dios!

(B) Pero en este celo había una fuerte dosis de ignorancia y debilidad. ¿Qué necesidad tenían de enramadas Moisés y Elías? Recientemente, Cristo les había hablado a sus discípulos de sus sufrimientos; a Pedro se le ha olvidado esto, a no ser que pretenda levantar tiendas de campaña en el monte de la gloria, para estar más lejos del camino de la pena. Incluso los buenos sienten propensión a esperar la corona sin la cruz. Está fuera de nuestro alcance conseguir un cielo completo en la tierra. Somos aquí extranjeros y peregrinos (1Pe 2:11) y, por tanto, no es apropiado que hablemos de construir aquí una residencia cómoda ni una ciudad permanente.

(C) Dos excusas hay en esta proposición de Pedro a su favor: (a) Dice Luc 9:33 que Pedro no sabía lo que decía. (b) En todo caso sometía su propuesta a la aprobación del Maestro: Si quieres. A estas palabras de Pedro, no hubo respuesta alguna; pero la rápida desaparición de la gloria le servía de suficiente respuesta.

V. El testimonio glorioso que Dios el Padre dio acerca del Señor Jesucristo; acerca de este testimonio venido del Cielo, obsérvese:

1. Cómo vino y en qué forma fue presentado: Salió de la nube (v. Mat 17:5), y de una nube luminosa, donde Dios muestra su presencia (1Ti 6:16). Ya en el Antiguo Testamento, vemos que la nube era el signo visible de la presencia de Dios. En una nube tomó Dios posesión del tabernáculo (Éxo 40:34-38), y del mismo modo habitó en el Templo. Donde Cristo estaba en su gloria, allí estaba el verdadero Templo (v. Jua 2:19), y allí se mostraba Dios presente (Immanuel = Dios con nosotros). Esta fue una nube luminosa, mientras que, en la dispensación de la Ley, la presencia de Dios se manifestaba, de ordinario, en una nube oscura y densa. Pero ahora nos hemos acercado al monte cuya cima está coronada por una nube luminosa (v. Heb 12:18, Heb 12:22). La Antigua era una dispensación de oscuridad, terror y esclavitud; esta lo es de luz, amor y libertad. La nube los cubrió, porque Dios, al manifestarse a los suyos, tiene en cuenta que son débiles. Esta nube era para los ojos de ellos lo que las parábolas para sus mentes, que comportaban en cosas visibles las cosas espirituales, en la medida en que podían comprenderlas. Salió de la nube una voz que decía; era la voz de Dios el Padre; sin truenos ni relámpagos, sin voz de trompeta, como se había dado la Ley por medio de Moisés, sino sólo una voz, y no una voz fuerte, sino lo suficiente para ser bien percibida.

2. Cuál fue este testimonio venido del Cielo: Este es mi Hijo amado (Luc 9:35 dice escogido, que traduce mejor el hebreo yedidí), en quien tengo complacencia; a Él oíd (v. Mat 17:5).

(A) Revelado el gran misterio del Evangelio: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Es la misma voz y la misma frase de Mat 3:17, cuando el bautismo de Jesús. Moisés y Elías fueron grandes hombres y favoritos del Cielo; con todo, sólo eran siervos fieles (v. Heb 3:5-6), pero Cristo era Hijo, el Unigénito que está en el seno del Padre (Jua 1:18) y en quien el Padre tiene toda su complacencia. Moisés fue un gran intercesor (v. Éxo 32:1-35 y Éxo 33:1-23, entre otros), y Elías fue un gran reformador; pero Cristo es el único Mediador entre Dios y los hombres (1Ti 2:5), Pues en Él estaba Dios reconciliando consigo al mundo (2Co 5:19). Su intercesión tenía mucha más influencia que la de Moisés; y su reforma, mucha más efectividad que la de Elías. La repetición de la voz que se había hecho oír en el bautismo, venía a indicar que lo expresado adquiría una firmeza especial. Lo que Dios repite queda garantizado doblemente (v. Heb 6:18); esta garantía especial es la que Jesús expresa, en el Evangelio de Juan, en la constante duplicación: De cierto, de cierto, puesto que el hebreo emplea la duplicación para indicar abundancia, importancia o seguridad. Se repite ahora la voz del bautismo, porque Cristo iba a entrar en su segundo bautismo, el bautismo de sangre (v. Mat 20:22; Luc 12:50); así le armaba Dios contra el terror de la cruz, y a los discípulos contra el escándalo de la cruz. Cuando los sufrimientos tienden a aumentar, también los consuelos divinos tienden a abundar.

(B) Demandando el gran deber del Evangelio: A Él oíd. Dios se complace sólo en los que oyen a Cristo. No es bastante con prestarle nuestro oído; en el oír, debe estar incluido el corazón (v. Pro 23:26, que significa: Préstame atención). ¿De qué nos serviría escuchar a Cristo, si no nos rendimos en obediencia cordial a lo que nos dice? Todo el que quiera saber lo que Dios demanda, debe escuchar a Cristo, pues en Él (y por Él) nos ha hablado en estos últimos días (Heb 1:2). Cristo aparecía ahora en la gloria; y cuanto más veamos de Su gloria, tanto mayor razón tenemos para escucharle. Moisés y Elías, la Ley y los Profetas, estaban con Él; de ellos dijo Jesús en Luc 16:29: ¡Que los oigan! Pero Dios el Padre no dice ahora: A ellos oíd, sino: A Él oíd, y con eso os basta. Probablemente hay aquí una referencia a Deu 18:15, lo cual ayudaría a Pedro a acordarse de esta voz del Cielo (Hch 3:22; 2Pe 1:18).

VI. El miedo que les entró a los discípulos al oír esta voz, y el ánimo que Cristo les dio.

1. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron enorme temor (v. Mat 17:6). El brillo de la nube, un brillo repentino, pudo influir en este miedo que les entró a los discípulos, pero lo que siempre ha infundido enorme temor en las manifestaciones extraordinarias de Dios, es el oír su voz directa, al requerir o revelar algo muy grande desde Su gloria llena de majestad imponente. Es un beneficio para nosotros el que Dios nos hable por medio de hombres como nosotros, pues así Su palabra no nos infunde terror.

2. Jesús se acercó entonces lleno de ternura, para quitarles el temor. Observemos: (A) Lo que hizo: Se acercó y los tocó (v. Mat 17:7). Su cercanía ahuyenta el temor; sus toques curan, alivian y confortan; así tocó el ángel a Daniel (Dan 8:18; Dan 10:18); podemos imaginar a Jesús inclinado sobre los cuerpos postrados de Pedro, Jacobo y Juan. (B) Lo que dijo: Levantaos, y no temáis. Los miedos inmotivados pronto desaparecen si miramos al Salvador (Mat 14:29-31). Al considerar lo que habían visto y oído, tenían mayor motivo para regocijarse que para temer; pero al oír esta voz dulce y cercana de Jesús, desapareció el temor que la voz oída del Cielo les había causado. La voz de Cristo, ella sola, con la gracia y el poder que comporta, puede levantarnos de nuestras postraciones y acallar nuestros temores. Es muy interesante notar que, a renglón seguido de la voz del Cielo: A Él oíd, lo primero que escucharon de los labios de Jesús fue: Levantaos, y no temáis. La voz de Jesús siempre anima; nunca deprime. Es culpa de nuestra débil carne el desanimarnos muchas veces con lo mismo que debería alentarnos.

VII. La visión desaparece: Y cuando alzaron sus ojos, no vieron a nadie, sino a Jesús solo (v. Mat 17:8). Desapareció la nube luminosa; desaparecieron Moisés y Elías; ya han dado testimonio de Jesús, de su «partida». Jesús queda sólo, con su cruz que le acompañará hasta el Calvario. No podemos estar esperando a cada momento, mientras andamos por este mundo, un gran banquete de gloria, solemnes manifestaciones de Dios, éxtasis de luz celestial. Nos basta con ver en todo a Jesús, aunque sea Jesús solo, porque Él es Dios, y «al que a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta». Tener un Cielo en la Tierra sería un grave impedimento para desear el Cielo verdadero. El motivo de que muchos creyentes tengan tanto temor a la muerte es, sin duda, que no aprecian en su verdadero valor la vida eterna en la presencia de Dios; se resisten a dejar esta vida, porque piensan que sería mejor bajar el Cielo a la Tierra que dejar la Tierra para subir al Cielo. Se quedaron con Jesús solo. Aunque las personas que más apreciamos desaparezcan de nuestra presencia, ha de servirnos de gran consuelo saber que Cristo permanece con nosotros hasta el fin de los siglos (Mat 18:20; Mat 28:20).

VIII. La conversación que Cristo mantuvo con sus discípulos cuando bajaban del monte (vv. Mat 17:9-13). Cuando descendían del monte (v. Mat 17:9). Debemos descender del lugar en que hemos tenido a solas comunión con Dios, si hemos de cumplir con las tareas de cada día. Pero notemos que cuando descendieron del monte, descendió también Jesús con ellos. «Dios está también entre los pucheros» decía Teresa de Ávila, para animar a la cocinera del convento . Cuando volvemos del culto a nuestra casa y a nuestro quehacer, hemos de procurar que Cristo vaya también con nosotros. Y nunca debemos ir a ningún lugar al que no podamos llevar con nosotros a Cristo. Y, cuando descendían del monte, los discípulos conversaban con Jesús. Si acostumbrásemos conversar unos con otros, especialmente después de los cultos, de las cosas de Dios, pronto veríamos que Jesús se acercaba y se ponía a caminar con nosotros (Luc 24:14-15).

1. Encargo que Cristo da a sus discípulos de no divulgar lo que han visto: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos (v. Mat 17:9). Si la hubiesen divulgado, la credibilidad de tal visión habría sufrido considerable detrimento al llegar sus padecimientos, que estaban ya próximos. En cambio, después de su resurrección gloriosa, la visión actual quedará grandemente confirmada. Cada cosa tiene su belleza en su adecuada sazón. El reloj de Cristo siempre está en punto, y el tiempo que marca es siempre el más apropiado para que Él se manifieste y para que nosotros le escuchemos.

2. Objeción que los discípulos le propusieron respecto a cierto detalle que habían observado: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que debe venir antes Elías? (v. Mat 17:10). Los discípulos estaban ahora convencidos de que Jesús era el Mesías, pero no podían entender cómo se había de cumplir la profecía de que Elías había de venir a prepararle el camino (Mal 4:5-6). Allí estaba Jesús, pero Elías había desaparecido sin ejercitar su ministerio preparatorio. Cuando encontremos alguna dificultad en entender algún pasaje de la Escritura, hemos de acudir a Jesús en oración, para que, por medio de su Espíritu, nos abra el sentido de las Escrituras, con tal que no por eso descuidemos el estudio constante de la Palabra de Dios.

3. Cómo resolvió Jesús la objeción de ellos, dispuesto a hacerlo según el aviso que Él dio: Pedid, y se os dará. Si le pedimos instrucción, sin duda nos será dada. En su respuesta, Jesús no invalida la profecía: A la verdad Elías viene primero, y restaurará todas las cosas (v. Mat 17:11). Como si dijese: Estáis en lo cierto, al pensar que Elías ha de venir, pues la Escritura no puede ser quebrantada (Jua 10:35), pero no ahora, porque el pueblo no está preparado para el ministerio final de Elías (comp. Apo 11:3-6). Ya vino Juan el Bautista, con el espíritu y el poder de Elías (Luc 1:17), aunque él no era Elías en persona (Jua 1:21), para llevar hacia Cristo al remanente que estaba espiritualmente dispuesto para su Primera Venida. Hch 3:18-21 es un buen soporte para el concepto futurista de la venida de Elías, pues es entonces cuando se realizará la restauración de todas las cosas (Mat 17:11, comp. con Hch 3:21). Las promesas de Dios siempre se cumplen y no se tardan, aunque los hombres piensen lo contrario y se burlen diciendo: ¿Dónde está la promesa de su Venida? (2Pe 3:4). Los escribas escudriñaban las Escrituras (Jua 5:39 a la vista del contexto sólo cabe el presente de indicativo ), pero no comprendían los niveles ni las sazones de cumplimiento de la profecía por ignorar los signos de los tiempos. Con ello se ve que el explicar la palabra de Dios es más fácil que aplicarla y hacer recto uso de ella. Al no reconocer en Juan el espíritu y el poder de Elías, hicieron con él todo lo que quisieron (v. Mat 17:12); por ignorar los signos de los tiempos, los judíos crucificaron a Jesús, y sólo por algún tiempo se deleitaron en Juan; al no reconocer en Juan al Precursor de Cristo, también le rechazaron, y fue después encarcelado y decapitado. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos. Un pueblo rebelde, como era el de Israel, siempre pedía la sangre del Justo. La del Justo por excelencia fue derramada en el centro de la Historia de Salvación. El derramamiento de la de Juan marcó el preludio o prólogo; la de los seguidores de Cristo constituye el epílogo (Jua 15:18-21).

4. Los discípulos quedaron satisfechos con la respuesta de Jesús: Entonces los discípulos comprendieron que les hablaba de Juan el Bautista (v. Mat 17:13). Aunque no mencionó a Juan por su nombre, dio de él tal descripción, que fácilmente pudieron conectar las palabras de Jesús con las que en otra ocasión le habían oído: Y si queréis recibirlo, él es Elías, el que había de venir (Mat 11:14). Cuando ponemos diligencia en el uso de nuestras facultades, ¡cuán fácilmente se disipan las nieblas y se rectifican los errores!

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