Romanos 7:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Esta primera parte del capítulo es clarísima, tanto en el símil que Pablo usa, como en la aplicación a nuestra muerte «legal» a la Ley. El giro que toma el versículo Rom 7:4 no debe desconcertar a nadie, como vamos a ver.

1. El símil que Pablo usa es el siguiente, bien conocido de los lectores, no sólo como romanos, sino especialmente, como conocedores del Antiguo Testamento. El versículo Rom 7:1 se inicia con una pregunta retórica: «¿Ignoráis …?» ¡Claro que no lo ignoraban! Pero esta pregunta retórica de Pablo sirve para que los lectores fijen mejor su atención en lo que va a decir. La Ley, toda ley (aunque él se refiere, sin duda, a la Ley de Moisés), obliga únicamente a los que viven; para los muertos no existen normas, ya que no les afectan de ningún modo. Pero Pablo va a referirse a un concreto caso legal, el único que le interesa para su argumentación: El caso del matrimonio. La ley matrimonial vincula a un hombre con una mujer de por vida («… para mejor o para peor, hasta que la muerte nos separe»). Así que (v. Rom 7:2) una mujer casada debe lealtad a su marido mientras éste vive; si éste muere, puede casarse con otro sin ser adúltera (v. Rom 7:3), pues nadie es infiel a una persona no existente. El caso es tan claro que no necesita más explicación.

2. La aplicación al caso de la relación que el creyente guarda con la ley también es clara, aunque el apóstol se ve obligado a dar un giro en el versículo Rom 7:4 para mantener el símil. Lo que le interesa no es cuál de los dos cónyuges muere, sino que ha intervenido una muerte y, por tanto, se ha disuelto el matrimonio anterior.

(A) En la aplicación, vemos una sola mujer, la cual queda viuda de un marido y viene a ser esposa de otro. La mujer es el creyente, como se ve por el propio versículo Rom 7:4, y está en consonancia con la enseñanza general del apóstol de que Cristo es el Esposo, y la Iglesia (todos y cada uno de los grupos eclesiales. V. 2Co 11:2) es la Esposa (Apo 19:7)

(B) El primer esposo es la Ley (vv. Rom 7:4, Rom 7:6) y resulta casi increíble que un expositor tan excelente como E. Trenchard asegure (Romanos, p. 182) «que el primer marido es la naturaleza adámica que murió en la Cruz». El hecho de que Pablo diga que somos nosotros los que hemos muerto a la ley (vv. Rom 7:4, Rom 7:6) no debe desconcertarnos, puesto que (a) la muerte del creyente a la ley no es una muerte física, sino meramente legal, por la que, mediante un cambio de régimen (v. Rom 7:6), la misma persona física, aunque «muere a la ley» en el sentido de que queda libre de ella, sigue obrando como un ser vivo en novedad de espíritu y no en antigüedad de letra (v. Rom 7:6, lit.); (b) si Pablo hubiese dicho que la Ley ha muerto para nosotros, en lugar de decir (lit.) que se nos ha dado muerte (no ha sido iniciativa nuestra, sino de la gracia de Dios) a la ley, es decir, en relación con la ley, habría introducido un concepto peligroso, y aun falso, pues si la Ley es letra, y la letra mata (2Co 3:6), ¿cómo podría matar estando muerta? ¿Y cómo se explicaría toda la trágica lucha que Pablo describe a partir del versículo Rom 7:7?

(C) El segundo esposo es, claramente, Cristo, pues Pablo asegura que hemos muerto a la ley (primer esposo) para ser de otro (segundo esposo), del que resucitó de los muertos (v. Rom 7:4); evidentemente, Cristo.

(D) No debe pasar inadvertido el «fruto» que Pablo menciona, al final de los versículos Rom 7:4 y Rom 7:5. Del matrimonio surge «fruto», es decir, la prole. La prole del primer matrimonio (con la Ley) era «fruto para muerte» (v. Rom 7:5), «obras muertas» (Heb 9:14), ya que es la Ley la que estimula las obras de la carne; por la Ley se hace «potente» el pecado (1Co 15:56), para seguir con el símil conyugal. En cambio, con el segundo esposo (Cristo), el creyente produce frutos de justicia (Rom 6:22; Flp 1:11; Heb 12:11; Stg 3:18). Nótese que Pablo no dice que, con Cristo, demos fruto para vida, sino fruto para Dios (v. Rom 7:4), pues todo buen fruto espiritual (comp. con Gál 5:22, Gál 5:23) redunda, en último término, en gloria de Dios, pues Él dio la gracia. Quien pone la planta es el que tiene derecho a comer de su fruto (no está de más comp. con Isa 5:1-30, por una parte, y con Jua 15:1-27, por otra).

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