Santiago 4:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Dicen estos versículos en la NVI, donde los lectores pueden apreciar bien el sentido del original: «¿De dónde proceden las luchas y los altercados que hay entre vosotros? ¿De dónde, sino de las pasiones que se agitan en vuestro interior? Deseáis ardientemente algo y no lo conseguís. Matáis y os consumís de envidia, y no podéis alcanzar lo que deseáis. Os pasáis el tiempo en altercados y en polémicas. No tenéis lo que deseáis, porque no se lo pedís a Dios». No perderemos de vista el original, que es muy expresivo.

1. Puesto que también en las congregaciones cristianas se cuela la falsa sabiduría, mundana y demoníaca, con sus celos y rivalidades (v. Stg 3:14-16), no es extraño que también entren los horribles pecados que Santiago menciona aquí. Si la mala lengua es inflamada por el propio infierno (Stg 3:6), no es extraño que el mal corazón, del que rebosa lo que sale por la boca, llegue a manifestarse con obras satánicas como es el homicidio (comp. v. Stg 4:2 con Jua 8:44).

2. ¿Cuál es la causa próxima de todos estos horribles pecados? A esto contesta Santiago y dice que todo eso procede «de vuestros placeres (es decir, de las malas pasiones), que están en continuo pie de guerra (gr. strateuoménon, en participio de presente continuativo) en vuestros miembros» (lit.). Se ha dicho muy bien que «las pasiones son muy buenas auxiliares, pero muy malas consejeras», y es cierto. Lo peor es que, por la corrupción siempre latente aun en el corazón regenerado por la gracia de Dios, los movimientos pasionales de toda índole se adelantan al sereno juicio de la razón y pervierten el juicio que se lleva a cabo en el tribunal de la conciencia, y hacen que lo bueno sea dictaminado como malo, y viceversa (comp. con Isa 5:20). Así resulta que «la naturaleza humana está bajo la opresión permanente de un ejército de ocupación» (J. Alonso). Estas malas pasiones, también llamadas «concupiscencias» (recuérdese Stg 1:14, Stg 1:15), son las que provocan las guerras y las luchas (lit.) entre los propios creyentes (v. Stg 4:1), al actuar al exterior por medio de los miembros de nuestro cuerpo, que así resultan «armas de iniquidad» (v. Rom 6:13. Lit.).

3. Las terribles consecuencias directas de estas pasiones desbocadas son los continuos altercados y polémicas (lit. lucháis y guerreáis) del versículo Stg 4:2 que, en orden inverso, corresponden a las guerras y luchas del versículo Stg 4:1, donde se manifiestan las consecuencias directas de una codicia no satisfecha («codiciáis y no tenéis». Lit.) y de la consiguiente envidia al que tiene, por no poder alcanzar tanto o más que el que tiene («tenéis celos, y no podéis conseguir». Lit.). Nótese que el primer verbo está en presente continuativo, pero el verbo conseguir está en aoristo de infinitivo (de una vez, porque los celos son impacientes). ¿Llegaban realmente al homicidio estos cristianos por muy carnales y mundanos que fuesen? El mero pensamiento resulta tan horrible, que Erasmo proponía cambiar el verbo griego phoneúte (matáis) por phthoneíte (envidiáis). Lo cierto es que el «matáis» aparece en todos los MSS, por lo que tal cambio resulta inconcebible (¿cómo pudo un solo copista cambiar todos los MSS originales?) Más probable es la interpretación que ofrece J. Alonso: «Podría explicarse como tendencia, sin que se realice (la tendencia a matar)». De forma parecida habla Ryrie: «La consecuencia lógica, pero no necesariamente acostumbrada, de la concupiscencia. Véase Mat 5:21, Mat 5:22».

4. La cosa es, dice Santiago, que podríais tener lo que buenamente deseáis, si en lugar de tomar el camino de la pasión, caminaseis por la senda de la oración (v. Stg 4:2: «no tenéis a causa de no pedir». Lit.). Todas esas rivalidades, cuya consecuencia lógica (sobre todo psicológica) es una envidia mortal, son producto de una falsa sabiduría. Con la sabiduría verdadera no suceden esas cosas, pues todos sus frutos son frutos de paz (v. Stg 3:17, Stg 3:18). ¡Y esa sana sabiduría está al alcance de todo creyente con tal que la pida a Dios! (Stg 1:5). El mejor remedio contra la codicia es el contentamiento (v. 1Ti 6:6-10, con las referencias correspondientes).

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