1 Reyes 8:22 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de consagrar a Dios el templo recién construido y amueblado, de lo que Dios había mostrado su satisfacción tomando posesión de él mediante la nube, Salomón eleva a Dios una larga y sublime oración, pide que este templo sea considerado, no sólo como un lugar de sacrificios, sino también, y primordialmente, una casa de oración para todo el pueblo (comp. con Isa 56:7; Mat 21:13).

I. Salomón no encargó este servicio a un sacerdote o a un profeta, sino que lo hizo él mismo en presencia de toda la congregación de Israel (v. 1Re 8:22). 1. Fue cosa buena que lo hiciera, pues era señal de que habían aprendido a orar bien y sabía cómo expresarse delante de Dios espontáneamente sin atenerse a ningún formulario. 2. También estuvo bien que no se avergonzase de realizar este servicio delante de una congregación tan numerosa. Nunca, en toda su gloria desde su trono de mármol y oro, apareció Salomón tan grande como ahora.

II. La postura que adoptó en su oración fue muy reverente y expresiva de humildad, seriedad y fervor: 1. Se puso de rodillas (el verbo amod no siempre significa estar de pie, sino también situarse), como se ve por el v. 1Re 8:54, donde leemos que «se levantó de estar de rodillas», y más aún por el lugar paralelo (2Cr 6:13), donde expresamente se lee que «se puso sobre él (el estrado de bronce), se arrodilló delante de toda la congregación de lsrael, etc.». Esta postura es muy apropiada para orar (v. Efe 3:14). El señor Herbert decía: «El arrodillarse nunca estropea las medias de seda». 2. «Extendió sus manos al cielo» y, según parece por el v. 1Re 8:54, continuó así hasta el final de su oración, con lo que expresaba así sus deseos hacia, y sus expectaciones desde, Dios, como nuestro Padre que está en los cielos. Extendió sus manos como para ofrecer su oración desde un corazón ensanchado y presentarla en el Cielo, para recibir desde allí, con ambos brazos, el favor que su oración demandaba.

III. La oración misma fue larga, quizá más larga de lo que aquí aparece. Lo que Cristo condenó no fue hacer largas oraciones, sino hacer largas repeticiones o presentar vanas pretensiones por vanagloria y ostentación. En esta oración, Salomón:

1. Da gloria a Dios. Comienza por aquí, por donde debe comenzar toda oración: un acto de adoración y alabanza (v. 1Re 8:23). (A) Alaba a Dios por lo que Él es («no hay Dios como tú, etc.») y por lo que es para su pueblo («que guardas el pacto y la misericordia a tus siervos»), es decir, «haces por ellos incluso aquello que no les has prometido expresamente, bajo condición de que anden delante de ti con todo su corazón». (B) En particular, le da gracias por lo que ha hecho por su familia (v. 1Re 8:24): «Que has cumplido a tu siervo David mi padre lo que le prometiste».

2. Suplica la gracia y el favor de Dios. Pide:

(A) Que Dios le cumpla a él y a los suyos lo que ha prometido (vv. 1Re 8:25, 1Re 8:26). Hasta ahora, Dios había ayudado (comp. 2Co 1:10). Salomón repite la promesa de Dios a David: «No te faltará varón delante de mí, que se siente en el trono de Israel» (v. 1Re 8:25), pero no omite la condición: «con tal que tus hijos guarden mi camino, etc.»; porque no podemos esperar que Dios cumpla su promesa si nosotros no cumplimos la condición que lleva aneja. Luego, con humildad no exenta de cierta vehemencia, dice (v. 1Re 8:26): «Ahora, pues, oh Jehová Dios de Israel, cúmplase la palabra que dijiste a tu siervo David mi padre».

(B) Que Dios haga honor a este templo y lo reconozca benévolamente como casa suya. Con este objeto:

(a) Expresa, primeramente, una humilde admiración de que condescienda Dios a tener el templo por morada suya especial (v. 1Re 8:27): «Pero, ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? ¿Podemos imaginar que un Ser infinitamente alto, santo y feliz en Sí mismo se abaje tanto como para que pueda decirse de Él que habita en la tierra?»; en segundo lugar un humilde reconocimiento de la incapacidad de la casa que había edificado, aun cuando era muy espaciosa, para contener a Dios: «He aquí que los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?» Para un Dios inmenso, ni el Universo entero (ni millones de Universos) es bastante espacioso para contenerle.

(b) Pasa después a orar en general. Primero: Que Dios se digne oír y contestar la oración que ahora estaba elevando (v. 1Re 8:28). Fue una oración humilde, ferviente y llena de fe: «Con todo, tú atenderás a la oración (no del rey de Israel, sino) de tu siervo». Segundo: Que Dios se digne igualmente oír y contestar todas las oraciones que en cualquier tiempo se hagan, ya sea en este lugar o mirando a este lugar (vv. 1Re 8:29, 1Re 8:30). «Tú lo oirás en el lugar de tu morada, en los cielos; escucha y perdona» (v. 1Re 8:30). Sólo los sacerdotes podían penetrar en el interior del santuario, pero cuando el pueblo ore en los atrios del santuario, deben hacerlo con la mira puesta en el propiciatorio, como medio de intercesión y de perdón, para ayudar así a la debilidad de su fe y ser tipo de la mediación de Jesucristo, que es el verdadero templo y la propiciación por nuestros pecados.

(c) En particular, presenta en su oración diversos casos:

Primero. Si se apela a Dios mediante juramento para determinar el derecho controvertido entre dos personas, y el juramento se pronuncia en dirección a este altar, ruega a Dios que, de un modo u otro, haga que se descubra la verdad y juzgue entre las partes contendientes (vv. 1Re 8:31, 1Re 8:32). Suplica que, en asuntos difíciles, este trono de gracia sea también trono de justicia.

Segundo. Que si el pueblo de Israel se halla gimiendo bajo alguna calamidad nacional, o algún israelita está afligido por alguna desdicha personal, sean oídas y contestadas las oraciones que eleven en este lugar o en dirección a él. Detalla los diversos casos:

(i) En caso de calamidades públicas, no puede, ni quiere, pedir que sus oraciones sean escuchadas a menos que se vuelvan del pecado (v. 1Re 8:35) y se vuelvan a Dios (v. 1Re 8:33). Si así lo hacen, ruega que Dios les oiga desde el cielo, les perdone su pecado, les enseñe el buen camino en que anden (v. 1Re 8:36) y retire de ellos el castigo, y conceda el favor que pedían.

(ii) En caso de aflicciones personales (vv. 1Re 8:38-40), no desciende a detalles, ya que son tan numerosas y variadas las aflicciones que padece la humanidad. Supone, en cambio, que cada uno ha de sentir la plaga en su corazón (v. 1Re 8:38) y extender sus manos para exponer su caso, como extendió Ezequías delante de Jehová las cartas de los embajadores de Asiria (Isa 37:14). En todos estos casos apela: a la divina omnisciencia («sólo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres» v. 1Re 8:39 ), a la divina justicia («darás a cada uno conforme a sus caminos») y a la divina misericordia («oirás, perdonarás … actuarás» v. 1Re 8:39 , «para que te teman todos los días que vivan» v. 1Re 8:40 )

(iii) Menciona a continuación el caso de un extranjero, prosélito, que venga a orar al Dios de Israel, convencido de la insensatez y perversidad de la adoración de los dioses de su país, y ruega a Dios que conteste a la oración de este prosélito (vv. 1Re 8:41-43). Tan antiguas eran las indicaciones del favor de Dios hacia los pecadores de entre los gentiles; así como había una misma ley para el nativo y para el extranjero (Éxo 12:49), así había también un mismo evangelio para ambos.

(iv) Viene después el caso en que el pueblo tenga que salir contra el enemigo a la batalla. Se supone que el ejército se halla ya a cierta distancia «por el camino que tú les mandes» (v. 1Re 8:44) y oran a Dios con el rostro vuelto hacia Jerusalén: «Tú oirás en los cielos su oración y su súplica y les harás justicia» (v. 1Re 8:45).

(v) El caso de los pobres cautivos es mencionado el último aquí como objeto propio de la compasión divina. Da por supuesto que los israelitas pecarán (porque no hay hombre que no peque» v. 1Re 8:46, comp. con 1Jn 1:8, 1Jn 1:10 ) y que, al rebelarse ellos, Dios se irritará contra ellos y los entregará en manos del enemigo para ser llevados cautivos a un país extranjero. Si ellos vuelven en sí (v. 1Re 8:47, comp. con Luc 15:17), se convierten y oran a Dios en la tierra en que se hallan cautivos, y confiesa su pecado, y lo hacen «de todo su corazón y de toda su alma» (v. 1Re 8:48), ruega a Dios que les oiga (v. 1Re 8:49) y les perdone (v. 1Re 8:50).

(vi) Finalmente, todo esto nos recuerda el gran privilegio de que disfrutamos en esta época del evangelio de gracia, pues ya no hay templo ni otro lugar que pueda añadir aceptación a las oraciones que dirigimos a nuestro Padre de los cielos. Aquello era una sombra y una figura; la realidad y la sustancia es ahora Jesucristo y sabemos que todo lo que pidamos en su nombre, nos será concedido (Jua 14:13, Jua 14:14; Jua 15:16); siempre, con la única condición de que sea conforme a la voluntad de Dios (Rom 8:27).

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