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Hace poco un periodista francés decía que el ambiente de nuestra sociedad produce estrés, malestar, depresión, y agregaba: «Francia está muy enferma, debería ver a Alguien». No sólo Francia, sino el mundo entero, está en la misma situación. Las referencias fundamentales de la existencia se han perdido. ¿Cómo quitar este peso que carga la conciencia y deja a algunos sin ganas de vivir? Se procura olvidar gustando placeres efímeros que mancillan la mente y el corazón. Pero bueno es Dios “a los que en él esperan, al alma que le busca” (Lamentaciones de Jeremías 3:25). Hablando de Cristo, la Escritura declara: “Será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa” (Isaías 32:2). Este varón es Cristo, el enviado de Dios, quien trae la luz de la vida a quienes andan a tientas en la noche (Juan 8:12). En medio del torbellino de nuestra sociedad se puede descubrir que el Dios que da la vida es capaz de guardar nuestro espíritu (Job 10:12). Esforzándonos en la gracia a fin de conocer mejor a Jesucristo, quien vino a cargar con nuestras miserias, hallaremos la fuerza para asumir lo cotidiano, al ser librados del peso moral del pecado. Entonces la fe, la esperanza y el amor vuelven a encontrar su sentido profundo e inalterable.
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