El perdon

Muchas veces se piensa que perdonar es un sentimiento; sin embargo la realidad es que es un acto de la voluntad. Las ofensas recibidas crean un sentimiento el cual generalmente queda fuera de nuestro control. Este sentimiento generara actitudes como respuesta a la herida. Por ejemplo no sentiremos deseos de saludar o de convivir, incluso pueden nacer el deseo de venganza. ¿Por qué nos cuesta tanto perdonar a los que nos han ofendido? ¿Por qué no podemos dejar de pensar en el daño o la injusticia que alguien ha cometido contra nosotrosí El corazón humano, que fue creado por Dios para ser fuente de amor y paz, se endurece fácilmente y se llena de odio. No obstante, cualesquiera que sean las razones que hayamos tenido para endurecer el corazón, Jesús nos muestra en su parábola del rey compasivo cómo podemos librarnos del resentimiento. En este ejemplo que nos pone Jesús (Mateo 18,23 - 35) vemos que lo importante fue la actitud, que es un acto de la voluntad. El Rey quiso perdonar y perdonó: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo... es decir lo dejó libre. Éste, por el contrario, dio rienda suelta a sus sentimientos y actuó encerrando en la cárcel a su compañero. Es interesante observar que este servidor despiadado estaba actuando en todo su derecho. Posiblemente nos cuesta más perdonar cuando sabemos que tenemos la razón y que el otro es el que está actuando mal, porque pensamos: Me traicionó y violó la ley. Es justo tomar represalia. Pero la parábola de Jesús pone esta actitud dura y fría bajo una luz distinta.

El perdón es una decisión que nos lleva, aun en contra del sentimiento (deuda) que permanece en nosotros, a cambiar nuestra actitud hacia la persona que nos ha ofendido. La reacción humana es la de actuar negativamente hacia la persona que nos ofendió, en cambio la gracia, que apoya nuestra decisión, nos lleva a actuar de una manera sobrehumana y a mostrar una actitud positiva (que puede empezar con una sonrisa). Si no dejamos que el sentimiento crezca (reforzándolo con nuestras actitudes) la gracia de Dios y nuestro esfuerzo cotidiano hará que pronto desaparezca incluso el sentimiento causado por la ofensa; si Dios nos ha perdonado tan completa y generosamente, ¿qué razón podemos argumentar para negarnos a perdonar a alguien? Si solo pensamos más que en la herida que hemos sufrido, la amargura nos mantendrá atados y resentidos; pero cuando meditamos en la infinita misericordia de Dios, recibimos la gracia divina para perdonar.

Todos hemos pecado contra Dios infinitamente más de lo que nadie podría jamás pecar contra nosotros. Adeudamos tanto a Dios que nos es imposible pagarle, somos unos deudores insolventes. La lista de beneficios que nos otorga es incontable: nos creó con preferencia a muchos otros, nos dio un alma inmortal, irrepetible, destinada junto con nuestro cuerpo a ser eternamente feliz en el Cielo. Le debemos la conservación en la existencia pues sin Él volveríamos a la nada, las cualidades del cuerpo y del espíritu, la vida y todos los bienes que tenemos. Por encima de este orden natural, estamos en deuda con Él por el beneficio de la Encarnación de su Hijo, por la Redención, por la filiación divina. Con Cristo, unidos a Él podemos decir todo te lo pagaré. Acudimos con ánimo agradecido y le decimos a Dios Padre en unión con Jesucristo: ¡qué bueno eres, Padre!, ¡Gracias por todo!; por aquellos bienes que contemplo a mi alrededor y por esos otros, aun mayores, que Tú me das y que ahora están
ocultos a mis ojos.

Debemos ser agradecidos con Dios en todo momento y circunstancia aun cuando nos cueste entender que las dificultades son también prueba de Amor, porque lima nuestras aristas para acercarnos a la perfección. Esta actitud agradecida con Dios, debemos trasladarla a nuestra vida corriente para mostrarnos agradecidos por tantos servicios que recibimos en nuestra vida familiar y social. Como también hemos contraído deudas con Dios por nuestros pecados y faltas de correspondencia, quiere que perdonemos las ofensas que los demás puedan hacernos, que en realidad son pequeñeces en relación con nuestras ofensas al Padre Dios. Cuando perdonamos y olvidamos, imitamos al Señor, pues nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos al perdón.

¡¡¡Gracias, te doy, Padre clementísimo, por la gran compasión que has tenido conmigo. Permite que tu bondad y tu amor me ablanden el corazón y me llenen de gozo. Ayúdame a despojarme de todo resentimiento y perdonar a los que me han causado daño y ofensa!!!


Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima - Perú

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí