Libros Cristianos – Kenneth Hagin La Fe Lo que es – Capitulo 3

Capítulo 3 – La Fe se Apropia de la Respuesta, Ahora

 

La fe dice: "Es mío. ¡Lo tengo ahora!" La esperanza dice: "Lo tendré algún día". Mientras espere nunca se materializará; nunca llegará a ser. Pero el momento en que empiece a creer, resultará.

Esa es la lección que aprendí en el lecho de dolor hace muchos años. Había estado en cama por 16 largos meses. De hecho, había estado enfermo toda mi vida; nunca corrí ni jugué como otros niños, no conocía una niñez normal, y a los 15 años de edad quedé confinado a la cama. Cinco médicos, uno de ellos de la famosa Clínica Mayo, dijeron que nadie en mi condición había vivido más de 16 años, según los archivos de la medicina. En mi décimo sexto año de vida me hallaba en cama.

Gracias a Dios por tantos libros buenos y provechosos que hay en estos días. Casi no habían libros en aquel entonces. Al menos no llegaron a mis manos. Yo era un joven bautista que leía la Biblia metodista de mi abuela, pero gracias a Dios que decía lo mismo que dice mi Biblia del Evangelio Completo. Yo lloraba y oraba diciendo: "Amado Señor Jesús, por favor sáname". Pasé noches enteras orando. El estar en cama 24 horas del día da tiempo para bastante oración. Les aseguro que pasaba horas orando, día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Era salvo, nacido de nuevo pero mis oraciones no daban resultado. Oraba y tenía la impresión que Dios me sanaba. No es que oyera a Dios diciéndome que me había escuchado, pero tenía un sentido espiritual. Sintiéndolo yo ponía la mano sobre el corazón. Latía mal y mis piernas aún estaban paralizadas; eran hueso y piel sin carne. Rompía a llorar diciendo: "Señor, creí que ibas a sanarme. Lo sentí en mí. Me convencí, pero no fue". Me quedé anonadado. Por un mes no quise mirar la Biblia. Decidí abandonarla y darme por vencido. Luego descendía nuevamente a las puertas de la muerte, y me agarraba a la cabecera de la cama hasta gastar toda su superficie.

Luché contra la muerte con todo mi ser, volví a la Palabra de Dios, y aunque no veía en qué me equivocaba, recibía un tanto de ayuda, salía de los ataques, pero aún no recibía mi sanidad.

Finalmente, el segundo martes de agosto de 1934, despué de pasar 16 meses en cama, como a las ocho y media de la mañana le dije al Señor: "Amado Señor Jesús, cuando estabas aquí en la tierra, dijiste en Marcos 11:24: "Todo lo que pidieres orando, creed que lo recibiréis y os vendrá». Amado Señor Jesús, si estuvieras aquí pudiera verte con estos ojos como puedo ver a mi mamá, y si pudiera alargar la mano y ponerla sobre la tuya o tomar tu mano entre las mías como la mano de mi madre, y si me dijeras: "Hijo lo que te pasa es que no crees"; sin arrogancia tendría que decirte: "Amado Señor Jesús, es mentira, yo creo".

Cuando dije esto, El me habló. Ese día descubrí el secreto de la fe. Aunque Jesús no habla en voz audible, como voz humana, ni está aquí corporalmente; el Espíritu Santo está aquí, y El no hablará de Sí, dijo Jesús, sino que todo lo que oyere, eso hablará.

El Espíritu Santo oyó a Jesús decirlo, y El lo dijo a mi espíritu. En mis adentros se pronunciaron estas palabras: "Sí, crees bien hasta donde entiendes". Es natural que uno no puede creer lo que no sabe. Aquí está el motivo del fracaso de tantos. "Sí, crees bien hasta donde entiendes, pero aquí entra el versículo de la Biblia que dice: Creed que lo recibiréis y os vendrá".

¡Lo vi! Fue como si alguien hubiera prendido una luz dentro de mí. Lo vi. Dije al instante: "Amado Señor Jesús, lo veo. ¡Lo veo! Tengo que creer que recibo mi salud. Tengo que creer que recibo la sanidad aunque mi corazón no funciona bien. Tengo que creer que recibo la sanidad de mis piernas aunque viéndolo humanamente estoy aún paralizado. Y si creo que lo recibo, entonces lo tengo".

Nunca había hecho esto. Quería verme sano primero y entonces creerlo. Entonces, no hay para qué creer, porque ya se sabe. Al momento vi lo que había hecho. Tantos meses había esperado recibir mi sanidad y no resultó. Si sigue usted la Palabra y el Espíritu Santo, hará algunas cosas automáticamente. En esta ocasión podía usar las manos más que en otras. Inmediatamente alcé las manos, sin que nadie me lo indicara y sin saber por qué. Alcé las manos echado a lo largo de la cama, y dije: "Padre Celestial, amado Señor Jesús, gracias a Dios soy sanado. Creo que soy sanado".

Ya lo tenía en el presente. Ya me servía a mí. ¡La fe es ahora! Fe es en tiempo presente. Si no es ahora, no es fe. Me estaba beneficiando en ese momento. Si espero que voy a recibir mi salud, esto no es tiempo presente, no es fe.

"Gracias amado Señor Jesús," yo dije, "por mi salud". Creo que mi corazón está sano. Creo que la parálisis está curada. Te doy gracias por la sanidad de mi cuerpo".

Pasé algún tiempo agradeciendo al Señor porque mi corazón estaba sano, mi cuerpo sanado. Pero casi en ese mismo instante Satanás me desafió. Sí, inmediatamente me dijo: "Qué espectáculo eres ahora. Tú, un creyente, y ahora resultas un mentiroso". El diablo suele negar que haya infierno o lago de fuego, pero me dijo: "¿No sabes que la Biblia dice que todos los mentirosos tendrán su parte en el lago de fuego y azufre?"

"Sí" contesté "sé eso, diablo, pero no mentí". Supe que era el diablo porque toda duda o desaliento es del enemigo.

"Sí, mentiste. Dijiste que estabas sanado y no lo estás. Examina tu corazón".

Inconscientemente me toqué el pecho y luego le di un golpe a Satanás y dije: "Oye diablo, no dije que me sentía sanado. Eso sería mentira, porque no me siento sanado. No dije que se ve que estoy sanado. Eso sería también mentira. No dije nada sobre mi aspecto o sobre mis sentidos. Dije que creo que estoy sano, que estoy sano, y que recibo la contestación de mi oración, y si tú dices que no lo creo, mientes. Eres mentiroso, según lo que ha dicho Jesús. Jesucristo, el Hijo de Dios, cuando estaba en la tierra dijo según Marcos 11:24: «Todo lo que pidieres orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá». Jesús lo dijo, y lo que El dijo es verdad; creo eso.  Sí, lo creo, lo tendré.  Lo creo ahora.  Si quieres discutir y argüir, ve a Jesús. No fui yo quien lo dijo, Él lo dijo". Se calló y yo volví a ocuparme en alabar a Dios y en darle las gracias por contestarme.

Después de un rato, oí dentro de mí, en el corazón o en el espíritu, estas palabras: "Crees que estás sanado. Pero los sanados, los sanos, no tienen por qué estar en cama. Necesitan estar en pie".

"Es verdad", yo dije. "Por cierto es verdad. Sí, Señor, es verdad. Voy a levantarme. Gloria a Dios, voy a levantarme".

Creía, pero la fe se apropia; creer es dar el paso, y uno tiene que dar los pasos. Tengo que decir que no tenía mejor aspecto. No me sentía mejor. No sentía nada desde la cintura para abajo. Con las manos me esforcé hasta sentarme, empujé mis piernas y mis pies de la cama, torcí el cuerpo hasta que mis pies dieron contra el suelo como dos pedazos de palo.  No podía sentirlos pero podía verlos.

El diablo se entremetía, insistente, metiendo pensamientos en mi cabeza como balas de un mortero: "No puedes andar y lo sabes. No estás sanado y lo sabes. Estás mintiendo, y caerás aquí y yacerás en el suelo. Sabes que no hace 30 días desde que caíste de la cama y tuviste que quedarte en el suelo hasta que tu hermano mayor vino y te alzó y te puso en la cama, porque tu abuela es anciana y tu madre enfermiza, y no pueden alzar ni tus 40 kilos. Ninguno de los vecinos está y tu hermana se ha mudado. Tendrás que quedarte en el suelo hasta las cinco de la tarde, hasta que el abuelo llegue de su trabajo; entonces te pondrá en la cama".

La mejor arma contra el diablo es negarse a prestarle atención. Me puse como sordo, como si sus palabras cayeran sobre el aire. Me agarré del poste de la cama con los brazos, dejando que las rodillas se doblaran. Alcé una mano un poquito y dije: "Gracias a Dios, estoy sanado. Quiero declarar en la presencia de Dios Todopoderoso, y del Señor Jesucristo, y de los ángeles del cielo, en la presencia del diablo y de los espíritus malos que la Palabra de Dios es verdad, y yo creo que estoy sanado. Lo creo".

El cuarto parecía dar vueltas porque hacía 16 meses que yo estaba en cama. El suelo, el techo, los muebles giraban. Cerré los ojos y continué abrazado al poste de la cama. Cuando me parecía que las cosas ya no giraban, abrí los ojos y dije de nuevo: "Gracias a Dios, según la Palabra estoy sanado". Lo creí y sentí algo. El sentir me vino como una miel tibia derramada en mi cabeza. Comenzó en la corona y corrió abajo en mi cuerpo. Cuando llegó a la cintura siguió hasta la punta de los dedos de los pies. Todos los nervios de las piernas entraron en acción, y el sentí como si dos millones de alfileres me hincaran. Quise llorar pero me sentía demasiado feliz. ¡Tanto tiempo sin sentir nada!  Aguanté hasta que pasó y me sentí normal. Nada de parálisis. Dije: "Voy a andar ahora". Lo hice y he seguido andando.

De esta manera aprendí lo que digo. Enseño no sólo la fe, sino también la sanidad. Le fe entra en acción al recibir el bautismo del Espíritu Santo. Eso lo supe cuando vi lo que la Palabra de Dios decía acerca del bautismo del Espíritu Santo. No me detuve para decir: "Si tuviera suficiente fe, podría recibir porque Dios me prometió el don del Espíritu Santo". No. Yo había aprendido el secreto de la fe, el principio de la fe, y procedí según ello.

Sencillamente dije: "Voy a la casa del pastor de Evangelio Completo y voy a recibir el Espíritu Santo ahora".  Así que fui, toqué la puerta y le dije: "Vengo a recibir el Espíritu Santo".

"Espere" me dijo, "y búsquelo en el culto esta noche".

"No me costará recibirlo" respondí. Y no me costó, pues no cuesta si uno extiende la mano y recibe.

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