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Gálatas 2:21 NO DESECHO LA GRACIA DE DIOS

Gálatas 2:21 No Desecho La Gracia de Dios. Imagínate que vas al hospital a Urgencias y te piden que te vayas porque estás sangrando y manchando el suelo. Jesús se topó con esa mentalidad legalista cuando sanó el día sábado a la mujer que estaba encorvada:

“…El alto dignatario de la sinagoga, enojado… dijo: Seis días hay en que se debe trabajar venid y sed sanados, y no en sábado” (Lucas 13:14).

Para este hombre, observar la ley era más importante que las personas que supuestamente tenía que cuidar. Max Lucado dice:

Toda religión se resume en dos categorías: el legalismo o la gracia.

El legalista cree que si tienes la apariencia debida, dices lo adecuado y perteneces al grupo apropiado, serás salvo. El exterior es deslumbrante, pero hay algo que brilla por su ausencia:

El gozo. ¿Qué hay en su lugar?

El temor–de que no vas a dar la talla; la arrogancia – de que has hecho lo suficiente; el fracaso–en los momentos que te equivocas.

El legalismo es una asfixia lenta del espíritu, la amputación de las ilusiones y los sueños. Bastante religión para mantenerte, pero no lo suficiente para nutrirte… tu dieta consiste en reglas y cánones de conducta.

El legalismo no necesita a Dios.

Busca la inocencia, no el perdón, un proceso sistemático de defender, explicar, exaltar y justificar. Hace que mi opinión se convierta en tu carga. Sólo hay cabida para una opinión, y es la mía.

Mi opinión marca tus límites; el que opines diferente a mí me hace cuestionar no sólo tu derecho a tener comunión conmigo, sino también tu salvación.

Hace que mi opinión sea tu obligación. Los cristianos deben seguir la línea trazada, sin salirse de ella. No se puede pensar, sino sólo bailar al son que nos tocan.

Pero la salvación le corresponde a Dios. Él concibió la gracia, es su obra y Él pagó por ella. Se la ofrece a cualquiera que la desee, cuando la desee. Nuestro cometido es informar a las personas, no ahuyentarlas.”

Pablo escribe: “No desecho la gracia de Dios, pues si por la Ley viniera la justicia, entonces en vano murió Cristo” (Gálatas 2:21).

Gracias a Dios que “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3.5).

¿Legalismo o gracia de Dios?

“SOMOS SANTIFICADOS MEDIANTE EL SACRIFICIO DEL CUERPO DE JESUCRISTO, OFRECIDO UNA VEZ” (Hebreos 10:10 NVI)

Adherirse rígidamente a un conjunto de preceptos puede ser algo que atrae a nuestro orgullo y a nuestra autosuficiencia, puesto que alimenta el mito de que si nos esforzamos lo suficiente, ganaremos el favor de Dios.

Dicho razonamiento tiene su raíz en el temor, pero “Dios no nos ha dado espíritu de temor” (2 Timoteo 1:7). “En el amor no hay temor… el temor lleva en sí castigo” (1 Juan 4:18).

El legalismo es el temor de que Dios no es lo bastante amoroso para perdonar nuestros pecados, que a menos que nos comportemos siempre bien y hagamos todo lo que es debido –y lo hagamos a la perfección- tendremos problemas.

Jon Walker escribe: “¡Ésa es una mentira que proviene directamente del diablo! Cuando tenemos miedo a equivocarnos, nos convertimos en personas apocadas y nos limitamos a nosotros mismos de tal manera que no podemos vivir una vida abundante.

Dejamos que nuestros razonamientos rígidos empañen nuestras decisiones y nos conformamos con llevar una vida tranquila, pero falta de fe y esperanza, temerosos de avanzar con la confianza y la valentía que da la gracia, la cual nos hace caminar en medio de la incertidumbre, pero sin temor al rechazo.”

Al hablar de la religión basada en las obras, Martín Lutero dijo:

“Sé un pecador y que tu pecado sea grande, pero que tu confianza en Cristo sea aún mayor… alégrate en Cristo, que venció al pecado.”

Lutero no estaba justificando el pecado; estaba colocando la gracia en el lugar que le corresponde, afirmando que nada nos puede separar del amor de Dios (véase Romanos 8:38-39).

No estaba quitándole importancia a la ley, sino dándole la importancia debida a la gracia. La gracia consiste en hablar con Dios y escuchar su voz cuando lo más fácil sería consultar el libro de las reglas. Pero la realidad es que “…entró Cristo… en el cielo mismo, para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24).

Él nos hizo libres y podemos tener una relación con Él sin que ningún temor ni pecado nos separen.

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