Juan 17:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Juan 17:11 | Comentario Bíblico Online

Después de las apelaciones que interpone a favor de sus discípulos, Jesús pasa a exponer al Padre sus particulares peticiones a favor de ellos. Todas ellas se refieren a «bendiciones espirituales, en cosas celestiales» (comp. con Efe 1:3), pues la verdadera prosperidad es la prosperidad del espíritu. Dichas bendiciones son las más apropiadas para el presente caso y estado de ellos. La intercesión de Cristo es siempre pertinente. Nuestro abogado con el Padre (1Jn 2:1) está bien enterado de cada detalle de cada una de nuestras necesidades. Se alarga ampliamente en sus peticiones, para enseñarnos a ser fervientes e importunos en la oración, luchar como Jacob (Gén 32:24.) y decirle a Dios: «No te dejaré, si no me bendices». La primera petición que Jesús hace por sus discípulos es para que el Padre los preserve. Preservar supone que hay peligro; este peligro les había de venir del mundo; por eso ruega al Padre que los guarde del mal (o del Maligno) que hay en el mundo (v. Jua 17:15). Notemos:

I. La petición misma, que viene a ser: «Guárdalos del mundo». Ahora bien, hay dos maneras de ser guardado del mundo:

1. Ser sacados físicamente del mundo. No es esto lo que Jesús pide para ellos: «No ruego que los quites del mundo» (v. Jua 17:15). Es decir:

(A) «No pido que te los lleves por medio de la muerte.» Si el mundo los va a tratar tan mal, el mejor modo de preservarlos sería proveer carros y caballos de fuego para llevárselos cuanto antes al Cielo. Pero Cristo no oró así por sus discípulos. Comoquiera que había venido a conquistar y derrotar toda clase de intemperancia, incluida la impaciencia por las contrariedades de la vida, dejó bien claro que hemos de estar dispuestos a cargar con nuestra cruz, no a pisotearla. Como alguien ha escrito, «las espinas duelen menos si se besan que si se pisan». Además, tenían que llevar a cabo su obra en el mundo; así que no podían ser sacados, sin más, del mundo. Por compasión hacia este mundo tenebroso, Cristo no quería retirar de él estos luminares (v. Flp 2:15), especialmente a causa de los que habían de creer en Él por la palabra de ellos (v. Jua 17:20). Aunque todos, cada uno en su orden, hayan de morir como mártires, no lo será mientras no hayan acabado su testimonio. No es cosa de desear el que los buenos sean arrebatados de este mundo, aunque para ellos sea «muchísimo mejor» (Flp 1:23). Es cierto que Jesús ama a sus discípulos y desea verles en el cielo, pero no se los lleva inmediatamente, sino que los deja aquí por algún tiempo, no sólo para beneficio del mundo, sino también para que ellos mismos maduren para la eternidad.

(B) «No pido que sean exentos de los problemas que este mundo presenta, ni que sean retirados de los aprietos y terrores que en él se hallan.» Como dice Calvino: «No que, libres de todo apuro, se pongan a sestear con gran comodidad, sino que, con la ayuda de Dios, sean preservados en los casos de peligro». No que sean resguardados de todo conflicto con el mundo, sino que no sean sobrepujados por él. Más honor acarrea al soldado de Cristo vencer al mundo por fe (v. 1Jn 5:4), que retirarse de él por medio de los votos monásticos; y más honor aporta a Cristo el que le sirve en una ciudad que el que le sirve en una celda.

2. Guardándolos de la corrupción que hay en el mundo (vv. Jua 17:11, Jua 17:15). Aquí tenemos como tres ramas de esta petición:

(A) «Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre» (v. Jua 17:11. Mejor: «Padre santo guárdalos en tu nombre que me has dado»). Cristo estaba a punto de dejarles; por eso, los encomienda aquí a la custodia del Padre. Es un inefable consuelo para todos los creyentes el que Cristo mismo los haya encomendado al cuidado de Dios. ¿Cómo no van a estar a salvo aquellos a quienes protege el Dios omnipotente, y que han sido puestos en sus manos por el Hijo de su amor? A esta oración se debe la maravillosa preservación del ministerio del Evangelio y de la Iglesia misma en el mundo hasta el día de hoy. Los pone bajo la protección divina, la cual es constante, pues necesitamos el poder de Dios, no sólo para ponernos en estado de gracia, sino también para conservarnos en él. Los títulos que da a Aquel a quien ora, y a los discípulos por quienes ora, refuerzan la petición. Aquí se dirige a Dios llamándole «Padre santo». Al ser santo y odiar el pecado, Él hará que sean santos los suyos, los guardará del pecado y hará que ellos aborrezcan el pecado y lo teman como al mayor mal, único mal verdadero. Al ser Padre, pondrá interés y cuidado en sus hijos. ¿Quién, si no, habría de ponerlo? Y de ellos habla como de quienes le han sido dados por el Padre (según una de las posibles lecturas. Nota del traductor). Esto nos enseña que lo que recibimos como regalo de nuestro Padre, bien podemos ponerlo bajo el cuidado de nuestro Padre.

(B) «Guárdalos en tu nombre»; es decir, «guárdalos con tu poder, tu sabiduría y tu amor, las perfecciones que mejor dan a conocer tu carácter divino, sin par». Bien pueden confiar los que piden algo con miras al honor de Dios, más bien que con la vista puesta en sus propios intereses particulares. «Guárdalos en el conocimiento y santo temor de tu nombre; guárdalos en la profesión y el servicio de tu nombre, les cueste lo que les cueste.»

(C) «Guárdalos del mal» (v. Jua 17:15. O «del Maligno»). Anteriormente les había enseñado a orar: «Líbranos del mal» (o «del Malo». Mat 6:13; Luc 11:4). Y esto mismo decía ahora, para enseñarles a seguir orando de este modo. «Guárdalos del Maligno; guárdalos de Satanás tentador para que no vacile la fe de ellos; guárdalos de Satanás destructor; guárdalos de lo malo, esto es, del pecado; guárdalos para que no cometan pecado; guárdalos del mal que hay en el mundo; presérvalos en medio de la aflicción que en el mundo tendrán, de forma que permanezcan libres de su aguijón. No que sean preservados de la aflicción, sino guardados a través de ella.

II. Las razones con que guarnece estas demandas, y que son cinco:

1. Apela al cuidado que de ellos ha tenido hasta el presente: «Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre» (v. Jua 17:12). Todos habían estado a salvo y ninguno de ellos se echaba en falta, excepto el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura.

(A) Cristo había desempeñado fielmente el oficio de guardar a los elegidos: Cuando estaba con ellos en el mundo, los guardaba, y el cuidado que tuvo con ellos no fue en vano. Muchos de los que le habían seguido por algún tiempo, se ofendieron con una cosa u otra y se volvieron atrás; pero guardó a los Doce de forma que no se marchasen. Al estar con ellos visiblemente los guardó de una manera visible; pero al marcharse de ellos, debían ser guardados de una forma más espiritual. Los consuelos y las ayudas, a veces son dados, a veces son quitados; pero, aun en el caso en que nos son retirados, no por eso nos quedamos perdidos y sin consuelo. Lo que Cristo dice aquí tiene aplicación a todos los hijos de Dios mientras se hallan en este mundo; Cristo los guarda en nombre de Dios. Son débiles y no pueden sostenerse a sí mismos. Pero a los ojos de Dios son muy valiosos y dignos de ser guardados, pues son su tesoro, sus joyas. Su salvación está reservada pues para ella son ellos guardados (v. 1Pe 1:5). Los justos son preservados para los días de felicidad; están al cargo del Señor Jesús; Él los guarda, porque Él puso su vida, como buen pastor para salvación de sus ovejas.

(B) La cuenta consoladora que da de su administración: «Ninguno de ellos se perdió». Jesucristo salvará con toda certeza a todos los que le han sido dados; ellos pueden a veces creerse perdidos y es posible que casi lo estén (es decir, en inminente peligro); pero es voluntad del Padre que Cristo no pierda a ninguno, y a ninguno perderá.

(C) La fatídica marca puesta sobre Judas, por la que no estaba entre los que Jesús había tomado a su cargo para guardarlos. Estaba en medio de ellos, pero no era de ellos (comp. con 1Jn 2:19). Pero la apostasía de Judas no era achacable al Maestro ni al resto de los discípulos, sino que era «hijo de perdición» no por haber nacido perdido de manera especial, sino por haber escogido deliberadamente el camino de la perdición, tornándose tan obstinado que parecía ya identificado con ella. Al estar, así, abocado a la perdición, no era de los que el Padre había dado a Jesús para que los guardase. ¡Cosa horrible es, en verdad, que uno de los Apóstoles resultase ser el hijo de perdición! No hay lugar, ni denominación ni iglesia que pueda asegurar de la ruina a una persona, a no ser que su corazón sea recto a los ojos de Dios. La Escritura se cumplió, el pecado de Judas fue previsto y predicho, y como consecuencia segura, de cierto se había de cumplir el hecho predicho, aunque la predicción no fuese en sí misma la causa del pecado.

2. Apela a que ahora está a punto de tener que dejarlos: «Guárdalos en tu nombre (porque «yo voy a ti»), para que sean una misma cosa, así como nosotros» (v. Jua 17:11). Véase:

(A) Con qué placer habla de su propia partida. Se expresa acerca de ella con aire de triunfo y exultación, con referencia al mundo que deja, lo mismo que al mundo al que se dirige: «Y ya no estoy en el mundo». Tan cerca ve su partida, que se ve como si ya estuviera fuera de este mundo. Quienes tenemos nuestra ciudadanía en los cielos habríamos de tener gozo en sentirnos ya como fuera de este mundo. En efecto, ¿qué hay en él que pueda atraer nuestro corazón? «Y yo voy a ti». Salir de este mundo es sólo la mitad del consuelo para un Cristo que muere, y para un cristiano que muere; la mejor mitad está en el pensamiento de ir al Padre. Quienes aman a Dios no pueden menos de gozarse con el pensamiento de llegarse a Él, aun cuando sea a través del valle de sombras de muerte. Es estar presente con el Señor (2Co 5:8), como los niños que son llevados de la escuela a casa del padre.

(B) Con qué ternura habla de los que deja en este mundo: «mas éstos están en el mundo … Padre santo, guárdalos; ellos necesitarán mi presencia, haz que tengan la tuya. Necesitan ser guardados ahora más que nunca, y se perderán si tú no los guardas». Cuando nuestro Señor estaba a punto de marchar al cielo se llevaba consigo una gran preocupación por los suyos que están en el mundo. Cuando ellos le habrán perdido de vista, Él no los perderá de vista, y menos aún de su mente y de su corazón. Para dar a entender la gran necesidad que los discípulos tienen de ser preservados, Jesús sólo ha menester de decir: «éstos están en el mundo» pues con ello da a entender que se hallan en zona de peligro, aun cuando ya están destinados al cielo.

(C) El gran objetivo de toda su oración sacerdotal, el cual se detalla en los versículos Jua 17:21., se expresa aquí como un avance de lo que dirá después: «Para que sean una misma cosa así como nosotros». A fin de que el testimonio de los discípulos sea efectivo ha de ser unánime, sin diferencias ni fisuras, como un bloque de granito ante la oposición del mundo. De la misma manera que el Padre y el Hijo son una misma cosa (Jua 10:30) en el testimonio que dan del mensaje de Jesús (Jua 8:16), porque lo son también en su naturaleza, así también los Apóstoles han de presentar un testimonio conjunto, proveniente de un mismo corazón y de una sola alma (comp. con Hch 4:32).

3. Apela a la satisfacción que ellos sentirán al saberse a salvo y a la satisfacción que Él mismo tendrá al verlos a salvo: «Hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo completo en sí mismos» (v. Jua 17:13).

(A) Jesucristo deseaba ardientemente que sus discípulos estuvieran llenos de gozo, puesto que es su voluntad que se regocijen siempre (v. Flp 4:4). Cuando ellos pensaban que su gozo en Él había llegado a su fin, era precisamente el tiempo en que ese gozo iba a alcanzar cotas mucho más altas que antes, de forma que se sintieran llenos de regocijo (v. Luc 24:52). Aquí se nos enseña a encontrar nuestro gozo en Jesús. Cristo es el gozo del cristiano, su gozo supremo. El regocijo que el mundo puede aportar se marchita al compás del paso de las cosas mundanas; pero el regocijo en Cristo es perpetuo como lo es Él. El Apóstol nos urge a mantener este gozo con todo ahínco y diligencia (Flp 3:1; Flp 4:4). Juan escribe su primera epístola con el objetivo concreto de que «nuestro gozo sea completo» (1Jn 1:4). Quizá no haya faceta de nuestra vida cristiana en la que la Escritura insista tanto. Éste fue también el objetivo de la primera proclamación del mensaje del Evangelio a cargo de los ángeles que anunciaron el nacimiento del Salvador: «Dejad de temer, porque he aquí que os traigo buenas noticias (lit. os evangelizo) de gran gozo, que lo será para todo el pueblo; que os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor» (Luc 2:10-11).

(B) Para que los discípulos disfruten de este gozo, y lo disfruten completamente, los encomienda solemnemente al cuidado y a la custodia del Padre: «Pero ahora voy a ti, y hablo esto en el mundo» (v. Jua 17:13). Al decir esto en el mundo, después de haber dicho: «ya no estoy en el mundo» (v. Jua 17:11), da a entender que será de mayor ánimo y satisfacción para ellos el que esto sea dicho precisamente en el mundo, pues les capacitará mejor para gloriarse en la aflicción que van a tener en el mundo (Jua 16:33). Cristo no se contenta con almacenar consuelos para los suyos, sino que se apresura a impartirlos para que les ayuden en las horas que más los necesitan. Condesciende así a publicar su testamento antes de morir y hacer saber a los herederos (cosa que muchos no se atreven a hacer) los tesoros que les lega y cuán bien asegurados están dichos tesoros. La intercesión de Cristo a nuestro favor es suficiente para completar nuestro gozo en Él; no hay cosa tan efectiva para silenciar nuestros temores y desconfianzas como ésta: «Que Él vive siempre para interceder por nosotros (Heb 7:25).

4. Apela también a los malos tratos que van a sufrir por parte del mundo, a causa de Él: «Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (v. Jua 17:14). Aquí vemos la enemistad del mundo contra los seguidores de Cristo. Esta enemistad ya estaba en acción cuando ellos se hallaban resguardados por su Maestro, pero se hará mayor y más manifiesta cuando Él se haya marchado, y ellos hayan revolucionado el mundo entero (Hch 17:6) mediante la proclamación del Evangelio. Por eso, viene a decir Cristo: «Padre, sé tú el amigo de ellos, que disfruten de tu amor, ya que el odio del mundo contra ellos es inminente y les perseguirá de continuo». Es un gran honor para Dios ponerse de parte del más débil, y ayudar al que está sin ningún apoyo, para que así brille mejor «la excelencia del poder de Dios» (2Co 4:7) y se demuestre que «uno con Dios es mayoría». Los motivos de la enemistad del mundo hacen más urgente esta apelación de Cristo a favor de sus discípulos:

(A) Una de las razones es que los discípulos habían recibido la palabra de Dios de manos de Cristo, cuando la mayor parte de los del mundo la rechazaban. Los que reciben la buena voluntad y la buena palabra de Cristo, han de esperar de parte del mundo mala voluntad y malas palabras. Los ministros del Evangelio, en particular, siempre han sido (y son) odiados por el mundo, porque llaman a los hombres a salir del mundo y separarse de él, con lo que tácitamente condenan el mundo: «Padre, guárdalos dice Jesús , porque van a sufrir por tu causa». Quienes guardan la palabra de Cristo con toda paciencia tienen opción a una protección especial en la hora de la tentación. La causa que produce mártires bien puede producir también sufrientes gozosos.

(B) Otra razón, bien explícita en el texto, es que el mundo los odia «porque no son del mundo» (comp. con Jua 15:19). Aquellos a quienes la palabra de Cristo llega con poder no son del mundo, y por eso el mundo les tiene ojeriza.

5. Finalmente, apela a que el ser conformes a Él (comp. con Rom 8:29) les hace no ser conformes al mundo: «No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (v. Jua 17:16). Bien pueden encomendarse a Dios con fe «quienes son en este mundo como Él es» (1Jn 4:17). Dios no puede menos de amar a los que son como Jesucristo.

(A) Jesucristo no era de este mundo; nunca lo fue, pues Él era de arriba (Jua 8:23). Con esto se da a entender: (a) su estado: no era de los que el mundo aprecia y estima. No tenía posesiones de este mundo, ni siquiera dónde recostar la cabeza (Mat 8:20; Luc 9:58). Tampoco ejerció poderes ni oficios del mundo (v. Luc 12:14); (b) su espíritu: estaba perfectamente muerto a las cosas de este mundo; por eso, el príncipe de este mundo no tenía nada en Él (Jua 14:30).

(B) Por consiguiente, los cristianos genuinos tampoco son de este mundo. La suerte que les toca es ser despreciados por el mundo; no pueden hallar en el mundo mayor favor que el que su Maestro halló. Su privilegio consiste en ser libertados del mundo; por eso, es su deber estar muertos al mundo. Aun cuando los discípulos de Cristo eran débiles y tenían muchos defectos el Maestro asegura aquí que no eran del mundo y, por eso, los encomienda al cuidado del Cielo.

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