Juan 19:19 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Algunas circunstancias muy notables de la muerte de Cristo, que Juan nos refiere con más detalles que los otros evangelistas, quienes, a su vez, complementan los detalles que Juan relata.

I. El título puesto sobre la cabeza de Jesús. Veamos:

1. La inscripción misma que Pilato escribió y mandó colocar en lo alto de la cruz para dar a conocer la causa por la que el reo había sido condenado a muerte (v. Jua 19:19). La inscripción decía: «ÉSTE ES JESÚS NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS» (v. Jua 19:19), aunque Juan no menciona las dos primeras palabras, que son suplidas por Mateo (Mat 27:37) y Lucas (Luc 23:38). La intención de Pilato era dar a entender, como cargo criminal, que este Jesús de Nazaret pretendía ser el rey de los judíos, poniéndose así en oposición abierta al César romano. Pero Dios, en su admirable providencia, hizo que Pilato escribiese aquí: (A) Una gran verdad, porque, en efecto, Jesucristo es el rey de Israel, que había de reinar para siempre sobre la casa de Jacob (Luc 1:32-33); su honor, su dignidad, su poder sin par se declaraban así a todo espectador. Era Jesús, el Salvador del pueblo, como el propio Caifás había profetizado contra su voluntad (Jua 11:51; Jua 18:14), que moría llevando sobre sí el pecado del mundo (Jua 1:29). (B) Un testimonio de la inocencia de Jesús y, por tanto, de la tremenda injusticia cometida contra Él al condenarle a muerte, puesto que el título escrito sobre la cruz no alegaba ningún delito merecedor de condena, especialmente en la forma que se expresaba la causa, como los mismos enemigos de Cristo le hicieron notar al gobernador (v. Jua 19:21).

2. La notoriedad que adquirió esta inscripción: «Y muchos de los judíos leyeron este título» (v. Jua 19:20). No sólo los judíos que, por aquellas fechas, residían en Jerusalén, sino también todos aquellos que habían subido a la capital para la celebración de la Pascua y que habían llegado hasta de lugares muy lejanos. Al ser tantos los que leyeron este título, por fuerza fueron muchas y muy diversas las consideraciones y especulaciones a las que dio lugar. Cristo se constituía así en la gran «señal» por la que la humanidad quedaría dividida en dos mitades: los que aceptarían a Cristo como a Salvador, y los que le rechazarían como a impostor. Su vida, su doctrina y sus milagros no dejaban lugar a duda en cuanto a quiénes les servía de «olor de muerte para muerte», y a quiénes les servía de «olor de vida para vida» (2Co 2:14-16). Juan da dos razones que explican esta notoriedad: (A) «Porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad». Todos desde cualquier dirección que tomasen para ir a Jerusalén a celebrar la Pascua, habían de pasar cerca del lugar en que Cristo pendía de la cruz en aquella tarde en la que la mayoría de los peregrinos se llegaban a la ciudad. (B) «Y estaba escrito en hebreo (es decir, en arameo), en griego y en latín.» En el lenguaje de la religión, en el lenguaje de la cultura y del comercio, y en el lenguaje oficial del poder. Todos los que asistieran a la crucifixión, lo mismo que los viandantes que pasasen por aquel lugar, sentirían gran curiosidad en saber la causa por la que pendía de la cruz aquel hombre; y todos podrían enterarse: los soldados y demás funcionarios del régimen imperante lo entenderían en el latín; los prosélitos y los judíos que vivían fuera del país y quizás habían olvidado el idioma patrio, lo entenderían en griego; los habitantes de la nación judía, en su propio idioma. Por tanto, todo el mundo pudo leer el título. Como dice Hendriksen: «Aquí hay un Salvador de resonancia internacional». El hecho de que la Biblia y, entre los escritos sagrados, los Evangelios especialmente estén traducidos a la mayoría de los idiomas y dialectos de este mundo, es también una señal, no sólo de esta resonancia internacional de Jesús, sino de la necesidad de que todos le conozcan para ser salvos y llegar al conocimiento de la verdad (v. Hch 4:12; 1Ti 2:4-5).

3. La ofensa que al leer este título, sintieron los enemigos de Jesús (v. Jua 19:21): «Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: el Rey de los judíos, sino que Él dijo: Soy Rey de los judíos». Los jefes religiosos de Israel se sintieron profundamente ofendidos e insultados con la forma en que Pilato expuso en la inscripción la causa de la condena de Jesús, puesto que presentaba, contra la intención del propio gobernador, a Jesús como legítimo rey de los judíos, no como un usurpador, según ellos le tenían por tal, y aun el mismo Pilato. Dios escribía derecho con líneas torcidas, como suele decirse, conforme lo había hecho por medio de la burra de Balaam y del propio Caifás, sumo sacerdote a la sazón. Tanto mayor sería la ofensa de estos hipócritas cuanto que sabían muy bien que eran ellos mismos los que habían forzado a Pilato, por medio de sus malas artes, a dictar sentencia de muerte contra Cristo, a pesar de conocer él que Jesús era inocente y que se lo habían llevado únicamente por envidia. Piensa Hendriksen que es muy probable que Pilato escribiese adrede el título de esta forma, a fin de vengarse de alguna manera de estos impertinentes e hipócritas judíos. Lo mismo piensa Ryle, quien señala el carácter irónico de la expresión.

4. La resolución de Pilato de no cambiar en nada el título que había escrito: «Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito», es decir, «escrito tiene que permanecer». La inmensa mayoría de los comentaristas interpretan estas palabras de Pilato como un escape de coraje tardío, por el que el gobernador, cansado de ser juguete de los jefes religiosos de Jerusalén, mostraba su resolución a no dejarse intimidar por más tiempo. Sin embargo, el sentido más probable de la frase, de acuerdo con las normas legales del derecho romano, es: «Lo que he escrito, tiene que quedar escrito, porque una vez dictada la sentencia y el cargo presentado, no se pueden alterar las fórmulas». Toda otra consideración: Que Pilato reconocía así la dignidad regia de Cristo mientras los propios judíos lo rechazaban como a Rey-Mesías del pueblo; que así les demostraba la injusticia que habían cometido al procesar a Jesús ante su tribunal, etc., no pasan de ser reflexiones piadosas sin fundamento alguno. Hay quienes llegan a decir que, aunque en secreto, ¡el propio Pilato era cristiano! Es notable la aplicación que de este versículo hace Agustín de Hipona al decir: «Si un hombre como Pilato pudo decir. Lo que he escrito, he escrito, y no lo voy a alterar, ¿podemos imaginar que Dios vaya a borrar algo de lo que ha escrito en su Libro?»

II. El reparto de las vestiduras de Jesús entre los ejecutores de la crucifixión (vv. Jua 19:23-24). Para esta tarea, en la que el reo era clavado en tierra y levantado después en alto, fueron empleados cuatro soldados, uno por cada clavo. Las vestiduras del reo les eran concedidas como propina por su actuación. Así que «tomaron los vestidos de Él e hicieron cuatro partes, una para cada soldado» (v. Jua 19:23). Esto se refiere a la vestidura exterior, pues se nos dice a continuación, respecto a la túnica interior: «Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos y sobre mi ropa echaron suertes. Y esto es precisamente lo que hicieron los soldados» (vv. Jua 19:23-24, comp. con Sal 22:18). A la luz de Mar 15:24, parece ser que los soldados echaron suertes, no sólo sobre la túnica sin costura, para ver a quién le tocaría, sino también sobre el resto de la vestimenta. Ni la profecía ni el versículo Jua 19:23 de la presente porción dan motivo para pensar que los soldados rasgaron en cuatro partes el manto exterior, sino que echaron a suertes las cuatro piezas de dicha vestimenta. Hendriksen sugiere que estas cuatro piezas eran: la cofia o turbante, las sandalias, el cinto o faja, y el manto. En cambio, si hubieran repartido la túnica, rasgándola en cuatro partes de nada le habría servido a ninguno de ellos. Sólo la suerte, sin duda a los dados, había de determinar a quién le tocaría esta especie de lotería. Consideremos aquí cuatro detalles que pueden servir para nuestra edificación:

1. La vergüenza a la que fue expuesto el Señor Jesús. No sólo torturado, sino desnudado a la vista de todos, para llevar también sobre sí este fruto del pecado (v. Gén 3:7; Gén 3:10-11, Gén 3:21, comp. con Apo 7:13-14). «De seguro dice Hendriksen que si lo que hizo Cam a su padre Noé es mencionado especialmente como señal de su malvado carácter, lo que los soldados hicieron a Jesús al desnudarle y repartir entre ellos sus vestiduras debería llenarnos de horror, el cual se sugiere en la frase de Juan: Y esto es precisamente lo que hicieron los soldados.» Conforme a la imaginería religiosa que, por pudor, cubre con un lienzo el cuerpo del Señor desde la cintura a los muslos, hay autores que opinan que los soldados le pusieron efectivamente ese lienzo, pero el texto sagrado no garantiza tal opinión.

2. No se nos dice que la túnica sin costura tuviese especial valor. Una leyenda dice que la madre de Jesús le había confeccionado esta túnica cuando aún era niño, lo cual no puede ser más descabellado. Igualmente es producto de la imaginación la leyenda de que dicha túnica se halla en la ciudad de Treves o en otros lugares. Desde Agustín de Hipona, dicha túnica sin costura ha venido a ser símbolo en la Iglesia de Roma de la unidad indivisible de la Iglesia, de forma que todo aquel que se separa de la estructura exterior de dicha Iglesia no tiene ya nada que ver con esa túnica. También esto es sacar las cosas de quicio.

3. El cumplimiento, en esto, de la profecía del Sal 22:18, citada aquí de la versión de los LXX. Aunque ciertos detalles de este salmo se cumplieron directamente en David, otros, especialmente los mencionados en los versículos Jua 19:12-18, se cumplieron directamente en Cristo, mientras que en David tuvieron un carácter meramente figurativo y metafórico. A propósito de esta profecía, Hendriksen menciona el estudio del Dr. J. F. Free, quien, de acuerdo con el llamado cómputo del canónigo Liddon, asegura que en el Antiguo Testamento se hallan 332 profecías que se cumplieron literalmente en Cristo, lo cual es una prueba contundente de la inspiración divina de las Escrituras, ya que la probabilidad natural de que todas esas profecías se cumpliesen en un solo ser humano puede representarse matemáticamente en una fracción o quebrado, en que la unidad es presentada sobre la cifra 84 ¡seguida de noventa y siete ceros!

III. El interés que, en medio de su agonía, mostró Jesús por su pobre madre.

1. La madre de Jesús (Ryle hace notar que el texto sagrado nunca la nombra como «la Virgen María») estaba junto a la cruz en que su hijo moría como un criminal (v. Jua 19:25). Al comparar la lista de Juan con las de Mateo y Marcos, parece claro que, aparte del propio Juan, eran cuatro las mujeres que estaban junto a la cruz de Jesús antes de que éste expirase: Su madre, la hermana de su madre (que no puede ser otra que Salomé, la madre de Juan y Santiago el Mayor), la otra María «mujer de Cleofás y María Magdalena». El texto puntualiza que «estaban de pie» (v. Jua 19:25). Es probable que, posteriormente, según aparece en Mateo y en Marcos, los soldados las obligaran a retirarse lejos de la cruz. Podemos ver aquí el tierno afecto que estas mujeres sentían hacia el Maestro, valientes, decididas a estar al pie de la cruz, y compartir el oprobio de Jesús mientras los Apóstoles, excepto Juan, se ocultaban cobardemente, pues no se les menciona que asistiesen al Señor ni desde cerca ni desde lejos. Ni la furia de los enemigos, ni lo horrendo del espectáculo detuvo a estas mujeres; ya que no podían aliviarle en sus tormentos, le consolaban con su amorosa presencia. Podemos suponer la terrible aflicción de estas mujeres especialmente de su madre al ver a Jesús expuesto a la vergüenza pública y a los insultos y befas de los circunstantes. Ahora se cumplía la profecía de Simeón: «y una espada traspasará tu misma alma» (Luc 2:35), dirigida a María cuando el niño Jesús tenía solamente cuarenta días de edad (v. Lev 12:2-6). Los tormentos de Jesús herirían el corazón de la madre, y tenemos que admirar el poder de la gracia divina para sostener en pie, quizá durante largo rato, a estas mujeres, especialmente a la madre de Jesús. No se nos dice que ella estuviese gritando ni retorciéndose las manos presa de angustia y desesperación, sino en silencio y, sin duda, derramando lágrimas (comp. con Jua 11:35), como la presenta el famoso himno de la liturgia romana Stabat Mater Dolorosa … Sin duda, ella y las mujeres que la acompañaban fueron sostenidas por el poder divino hasta este nivel de admirable paciencia. No sabemos cuánto podemos soportar en medio de una amarga prueba hasta que pasamos por ella; y en ella experimentamos lo que está escrito: «Bástate mi gracia» (2Co 12:9).

2. Jesús provee cariñosamente apoyo y ayuda para su madre. Es muy probable que José hubiese muerto hacía bastantes años y que Jesús, aun cuando tenía otros hermanos, se cuidaría de ella, al tener en cuenta que sus hermanos no eran creyentes (Jua 7:5) y es casi seguro que todos ellos estarían casados e interesados en sus respectivas familias. El hecho mismo de que Jesús encomendara a su madre el cuidado de Juan, el discípulo amado (y sobrino, no se olvide, de la Virgen María), da a entender (comp. con Mat 12:50; Mar 3:35) que Jesús prefería encomendar su madre a alguien de su «familia espiritual» más bien que a sus hermanos carnales. Por eso, a punto de morir y hacer «testamento» legó a Juan su más preciado tesoro sobre la tierra, así estableció entre su madre y el discípulo amado una nueva relación, la más íntima que cabe en este mundo, aparte de la conyugal: la de madre e hijo: «Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (vv. Jua 19:26-27. La expresión «en su casa» es en el original exactamente la misma que en Jua 1:11, por lo que habría de traducirse literalmente: «a sus propias cosas»). Varias consideraciones se nos ofrecen en estos dos versículos, aparte de las ya apuntadas:

(A) Los horribles tormentos que el Señor padecía en la cruz no le impidieron considerar el estado en que quedaba su madre cuando Él muriera. Por eso se preocupó en dejarle el mejor apoyo que podía hallar: el del discípulo amado. Llama a su madre «mujer», como en Jua 2:4, aunque un contexto diferente requiere también un matiz diferente en la explicación de tal vocablo. En Caná era simplemente un título de respeto, más frecuente entre los judíos que el de «madre». Junto a la Cruz, tiene todavía mejor explicación, pues el título de «madre» habría herido todavía más profundamente el corazón dolorido de María. Como sustituto en la amarga soledad de su viudez, Jesús le deja a Juan. Notemos que no dice: «Ahí tienes un hijo», sino: «Ahí tienes a tu hijo», como el único apto para, de algún modo, sustituir a Jesús. También tenemos aquí un ejemplo de la bondad de la providencia divina, la cual nos suministra consuelo suficiente cuando nos es arrebatado el que antes teníamos, para que nadie se desespere al ver que se está secando su cisterna, pues Dios está presto a llenar otra con el agua del mismo manantial. Otra lección que aquí nos ofrece Jesús es que los hijos deben proveer para el sustento y consuelo de sus padres ancianos. Es probable que María no pasase entonces de los cincuenta años de edad, ya que las doncellas judías solían casarse muy jóvenes, pero no cabe duda de que la constante oposición de los enemigos de Jesús y la dedicación absoluta de éste a su ministerio público (comp. con Mar 3:21), le harían envejecer prematuramente.

(B) La confianza que depositó Jesús en el discípulo amado al decirle: «Ahí tienes a tu madre». Es de notar que allí mismo se encontraba la madre natural de Juan, Salomé. Sin embargo, Jesús le entrega como «madre» su propia madre, María. Esto, junto con la expresión posterior: «el discípulo la recibió en su propia casa» nos da a entender, contra la opinión de la mayoría de los exegetas de la Iglesia de Roma, que Juan tenía su propia casa; en otras palabras, que estaba casado, como era lo corriente en todo judío adulto. La opinión, también corriente en la Iglesia de Roma, de que Juan representaba a todos los creyentes y que, por tanto, María es nuestra madre espiritual, sólo es posible sobre la base de un prejuicio tradicional, tan extraviado como, por desgracia, antiguo y arraigado. Aquí viene muy a cuento la aguda observación de Hengstenberg cuando dice: «El designio de Jesús no era proveer para Juan, sino para su madre». Por otra parte (nota del traductor), Hendriksen se pasa de la raya, en mi opinión, cuando dice: «El sufrimiento de Jesús al ver sufrir a María, y especialmente su admirable amor la preocupación del Salvador por uno de los suyos, mucho más que la de un hijo por su madre , éstas son las cosas en las que debería cargarse el énfasis». Creo que aquí la primera preocupación de Jesús es la de un hijo por su madre.

IV. El cumplimiento de la Escritura en lo de la sed de Jesús y el vinagre que le ofrecieron (vv. Jua 19:28-29), donde vemos:

1. El respeto que Jesús tenía a las Sagradas Escrituras: «Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed» (v. Jua 19:28). No obstante la frase «para que la Escritura se cumpliese» no significa que Jesús expresara su sed a fin de que se cumpliera la Escritura, sino que, con esta expresión y con el vinagre que le dieron, se cumplió la Escritura; en concreto, el Sal 69:21. Notemos acerca de esta sed:

(A) No es extraño que tuviese sed, y sed ardorosa, por la deshidratación consiguiente a la tremenda pérdida de sangre. Las agonías del tormento de la crucifixión y la fiebre consiguiente exacerbarían esta sed. Tampoco puede pasarse por alto la fatiga del proceso, en el que seguramente, desde el arresto en Getsemaní, no se le dio de comer ni de beber; y el líquido es para el organismo humano más necesario que la comida.

(B) Lo extraño es que, al contrario que los otros tres evangelistas, quienes sólo mencionan lo del vinagre, sólo Juan menciona esta palabra de Jesús (la quinta desde la cruz), que es la única en que Jesús pide algo para sí. Es cierto que, con ello, expresaba «la aflicción de su alma» (Isa 53:11), pero es muy posible que, con esta sed (nota del traductor), expresada después del grito de desamparo, Jesús diese a entender también que estaba sufriendo por nosotros el doble tormento en el que consiste básicamente el Infierno: el alejamiento de Dios (comp. con Mat 25:41) y la sed insoportable (comp. con Luc 16:24). Agustín de Hipona escribe que Jesús en la cruz, de acuerdo con Jua 6:35, «tenía sed de que se tuviese sed de Él» o, como dice el propio M. Henry, estaba sediento de consumar la obra de nuestra redención. Todo esto son consideraciones piadosas, pero no deben oscurecer el sentido literal del texto.

2. Véase el poco respeto que los verdugos de Cristo le mostraron: «Y había allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y sujetándola a una rama de hisopo, se la acercaron a la boca» (v. Jua 19:29). Por eso solo, no podemos decir que los verdugos se ensañaran con Jesús, pues en realidad le prestaron un buen servicio, ya que el vinagre le aliviaría grandemente la sed. Lo cierto es que lo tomó (v. Jua 19:30), y no hay por qué pensar que lo hizo para aumentar sus padecimientos, sino para calmar la sed. Sin embargo, por el relato de los otros evangelistas (Mat 27:49; Mar 15:36; Luc 23:36), vemos que esta acción fue acompañada de burlas y escarnios por parte de los mismos soldados que habían intervenido en la ejecución. Lo que aquí se llama «vinagre» era, probablemente, el vino agrio, áspero, que los soldados romanos acostumbraban beber. En cuanto a la rama de hisopo, piensan algunos que es un error de los copistas, sin tener en cuenta dos detalles: (A) que el hisopo al que se refiere Juan era una de las especies (el llamado Origanum maru) de bastante consistencia y con ramas suficientemente largas para alcanzar hasta el rostro del Señor. (B) Que la cruz no era tan alta como la representa la imaginería religiosa; fácilmente podría un soldado de talla regular hacerlo llegar a la boca de Jesús. Sólo un manuscrito entre miles, el 476 del siglo XI, tiene hússos = jabalina, en lugar de hussópos; por lo cual, no hay razón alguna para rechazar la lectura, casi totalmente coincidente, de miles de MSS. No sería muy agradable al gusto tal pócima y en tan pequeña cantidad, pero le aliviaría, por poco que fuese, la sed. El cielo le había negado su luz, la tierra le negaba el agua. Este vinagre no debe confundirse con el que le ofrecieron antes de crucificarle (v. Mat 27:34; Mar 15:23), y que Él no quiso beber, pues era una bebida destinada a aminorar los sufrimientos del reo.

V. La palabra (sexta desde la cruz) que pronunció poco antes de expirar: «luego que Jesús tomó el vinagre, dijo: Consumado está. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu» (v. Jua 19:30). Veamos:

1. Lo que dijo: «Consumado está». En griego es una sola palabra, tetélestai, tercera persona del singular del pretérito perfecto medio-pasivo, que significa literalmente: «ha sido terminado». El vocablo puede entenderse de muchas maneras:

(A) Se han acabado los tormentos que la maldad de mis enemigos me ha infligido como remate de su perverso complot para quitarme la vida.

(B) Se ha llevado a cabo el designio y mandato del Padre (comp. con Jua 17:4) en cuanto a los sufrimientos que comportaba el llevar a feliz término la obra de la redención de la humanidad perdida. Al entrar en la agonía de su Pasión, había dicho: «Hágase tu voluntad, no la mía» (v. Luc 22:42). Ahora venía a decir: «Hecha está».

(C) Se han cumplido enteramente todos los tipos y profecías del Antiguo Testamento que apuntaban a los futuros sufrimientos del Mesías, del Siervo Sufriente de Jehová.

(D) Se han acabado todas las normas de la ley ceremonial. Con la realidad del sacrificio del Calvario, la sombra de los sacrificios prescritos en el Levítico ha dejado de tener vigencia (v. los caps. Heb 9:1-28 y Heb 10:1-39 de Hebreos).

(E) Se ha terminado de pagar la deuda contraída contra Dios por el pecado de la humanidad. El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jua 1:29) ha llevado a cabo la completa expiación por el pecado, de la que era figura el Día de la Expiación o Yom Kippur, como dice el hebreo (Lev 16:1-34), y está saldada la cuenta de la humanidad con Dios (v. 2Co 5:19). Sólo se requiere ahora de cada ser humano que, por fe, acepte el documento, testimonio del pacto de Dios con la humanidad, en el que se declara absuelto de la deuda a todo el que cree en el Hijo de Dios (v. Jua 3:16, Jua 3:36 y, especialmente, 1Jn 5:9-12). Éste es el sentido primordial de esta palabra de Jesús, al tener en cuenta que el vocablo griego tetélestai era el mismo que, en aquel tiempo, se estampaba al pie del último recibo del «pagaré» o documento en el que constaba que el deudor había satisfecho por completo la deuda contraída en un préstamo o en una compraventa. Por eso, Pablo puede decir que: «Ahora, pues, NINGUNA condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Rom 8:1), puesto que la deuda contraída por el pecado ha quedado enteramente saldada en la cruz para el que ha recibido en su vida al Señor. Si el creyente hubiese de llevar a cabo alguna otra expiación por su parte, ya sea por medio de penitencias en esta vida, ya sea en un supuesto «Purgatorio» de ultratumba, Dios exigiría dos veces el pago de la misma cuenta, lo que es absolutamente imposible de parte de un Dios infinitamente justo. Esto no debe confundirse, y vale la pena recalcarlo (muchos creyentes parecen olvidarlo o ignorarlo), con la constante purificación que hemos de llevar a cabo (1Jn 3:3), con la mortificación de las obras de la carne (Rom 8:13; Gá, Gál 5:16) y con la disciplina que hemos de estar dispuestos a recibir de nuestro buen Padre (Heb 12:6.).

2. Lo que hizo: «Habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu». Aquí son también de notar algunos detalles importantes:

(A) Todos los demás seres humanos inclinan la cabeza después de morir, luego que la guadaña de la muerte ha segado sus vidas, y sus cabezas quedan inclinadas como flores marchitas y muertas. Y es que la muerte no nos pide permiso a nadie. Pero Cristo entregó su vida con entera libertad (Jua 10:18) y, para demostrarlo, inclinó la cabeza con lo que dio permiso a la muerte para que se llegara a Él, y así es como expiró, según el término usado por el médico Lucas (Luc 23:46).

(B) En ese mismo versículo, Lucas hace notar que, antes de expirar, dijo Jesús (la séptima y última palabra desde la cruz): «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», con lo que, una vez más, daba a entender que ponía su vida voluntariamente, que nadie se la quitaba. De acuerdo con esto, Juan no dice: «Expiró», sino: «Entregó (es decir, «transmitió») el espíritu». Sin duda ninguna, en este contexto, el término griego pneuma significa el espíritu humano no el Espíritu Santo como algún autor ha llegado a insinuar. Si quiere buscarse alguna lejana anticipación de Pentecostés en la emisión o efusión del Espíritu, podría hallarse en Jua 20:22, como veremos después.

(C) La frase de Juan «entregó el espíritu», junto con la de Lucas «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» presentan cierta dificultad para la interpretación de 1Pe 3:19-20, único lugar de donde ya la primitiva Iglesia sacó lo de que Cristo «descendió a los infiernos»« (Efe 4:9 no significa eso, a pesar de las referencias que suelen hallarse en nuestras versiones). La única interpretación que sirve para esquivar las numerosas interrogantes que el oscuro lugar de 1 Pedro presenta, y que es la más aceptada entre los exegetas modernos, puede hallarse (nota del traductor) en mi libro La Persona y la Obra de Jesucristo, pp. 202 203.

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