Apocalipsis 20:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Llegamos ya a la escena final del drama de la Historia de la Humanidad: El paso del tiempo a la eternidad, cuando el telón de fondo se va a bajar después del Juicio Final. Vemos primero (v. Apo 20:11) el Gran Trono Blanco y, sentado en él, Dios el Padre. Después (vv. Apo 20:12, Apo 20:13) se lleva a cabo el Juicio Final. Después del Juicio Final, sólo queda la condenación eterna de los impíos (vv. Apo 20:14, Apo 20:15).

1. Dice el versículo Apo 20:11: «Luego vi un grandioso trono blanco y al que estaba sentado en él. Ante la majestad de su rostro, desaparecieron la tierra y el firmamento, y no hubo lugar para ellos» (NVI).

(A) Por la descripción que Juan hace del trono, parece ser que es distinto del mencionado en Apo 4:2 y otros lugares del libro, aunque no puede afirmarse con toda seguridad. Su color blanco es símbolo (en especial, aquí) de santidad, antes que de ninguna otra cosa.

(B) Aunque el sentado (gr. kathémenon, en singular) en el Trono es, sin duda, Dios el Padre, como lo ha sido desde Apo 4:2, no cabe duda de que también el Cordero está sentado ya en ese trono (comp. con Apo 22:1) para juzgar. En efecto, de acuerdo con Jua 5:22, «el Padre ya no juzga a nadie (por sí mismo), sino que ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar» (NVI). Además de dicho texto, pueden verse también Dan 7:9 (comp. con Apo 1:13.); Mat 19:28; Mat 25:31; Jua 5:27; Hch 10:42; Hch 17:31.

(C) La desaparición de la tierra y del firmamento (v. Apo 20:11) ante la majestad del rostro del que estaba sentado en el trono indica lo tremendo y solemne del momento (comp. con Apo 6:15-17). Lo de «y no fue hallado lugar para ellos» (lit.) es un semitismo frecuente en la Biblia; lo hemos visto recientemente en Apo 18:14, Apo 18:21. Esta «desaparición» de la tierra y del firmamento ha de entenderse a la luz de lo que hemos dicho en el comentario a 2 Pedro 3:1013, y de lo que veremos en Apo 21:1.

2. A continuación, Juan ve la escena del Juicio Final (vv. Apo 20:12, Apo 20:13): «Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono, y fueron abiertos los libros. También fue abierto otro libro, que es el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados de acuerdo con lo que habían hecho, según está registrado en los libros. El mar entregó los muertos que encerraba en su seno, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos, y cada persona fue juzgada de acuerdo con lo que habla hecho» (NVI).

(A) Los amilenaristas, en general, sostienen que éste es el único juicio divino, final, escatológico, que le espera a la humanidad, aun cuando la Iglesia de Roma ha sostenido siempre que habrá un juicio particular de cada ser humano inmediatamente después de su muerte; en él se decidirá la suerte eterna de cada persona, y el juicio final sólo servirá para dar publicidad a lo ya decidido y para que, ante todo el mundo, quede patente la justicia de Dios con respecto a los individuos y a las naciones.

(B) Sin embargo, todo diligente estudioso de la Palabra de Dios hallará que son cinco los juicios escatológicos profetizados: (a) El juicio de obras del creyente (miembro de la Iglesia) ante el tribunal (gr. béma), no trono, de Cristo, inmediatamente después del arrebatamiento de la Iglesia (v. Rom 14:10; 1Co 3:12-15; 2Co 5:10); (b) El juicio de Israel, previo al juicio de las naciones, en la Segunda Venida del Señor (v. Mat 25:1-30); (c) El juicio de las naciones, descrito en Mat 25:31-46; (d) El juicio de los ángeles caídos, después del Milenio (v. 2Pe 2:4; Jud 1:6; Apo 20:7-10); (e) El juicio delante del Gran Trono Blanco, o Juicio Final, del que nos estamos ocupando en esta porción.

(C) Al pasar ya al análisis de los versículos Apo 20:12 y Apo 20:13, vemos primero a los muertos, es decir, a los que habían estado muertos, pero están ahora resucitados con sus cuerpos de carne, no glorificados como los de los creyentes; por lo que bien se les puede llamar todavía muertos, ya que no vuelven a la verdadera vida, sino a la muerte segunda. Los hay grandes y pequeños, es decir, desde la ínfima clase social hasta los más altos potentados de la tierra, pues ni la muerte ni el juicio de Dios hacen acepción de personas. Están de pie delante del trono, como reos en una audiencia judicial.

(D) Una vez presentes los reos, se abren los libros (v. Apo 20:12), esto es, se presentan los documentos que constituyen el sumario, el pliego de cargos contra los delincuentes. En estos libros (muchos, ya sea que haya uno para cada persona, ya sea que estén clasificados por materias) se hallan todas las obras (gr. érga) de los encausados. Aunque todos los inconversos sufrirán la misma condenación, serán diferentes los grados de condenación, de acuerdo con el número y gravedad de los pecados (v. por ej. Jua 19:11). Al final del versículo Apo 20:13, se repiten los cargos.

(E) Podría parecer extraño que, además de los libros donde constan las obras que merecen distinto grado de condenación, se abra también el libro de la vida. Hay varias razones para ello: (a) Si, como dimos por probable, los creyentes del Milenio son juzgados en este juicio, sus nombres constarían en el libro de la vida, por lo que su apertura estaría sobradamente justificada; (b) Es probable que este libro se abra para mostrar que los nombres de los acusados no figuran en él (v. Apo 20:15); (c) En esta misma línea, W. Newell ofrece una consideración devocional de gran efecto (ob. cit., págs. 331, 332):

En el Sal 69:25-28, que Pedro cita en Hch 1:20 refiriéndose a Judas (y que el contexto muestra que incluye a los malvados de Israel que hicieron entonces causa común en el odio a Cristo): «Sean borrados del libro de la vida, y no sean inscritos con los justos» (Sal 69:28). En estas terribles palabras, vemos que aun cuando Cristo «se dio a sí mismo en rescate por todos» y «gustó la muerte por todos» dando así a la entera raza humana un lugar potencial en el libro de la vida , este hecho, empero, no les constituye eternamente «inscritos con los justos»… Habían rehusado al que es «la propiciación por los pecados del mundo entero», así que pierden ese potencial beneficio del rescate que todos los hombres tenían, y jamás serán «inscritos para vida» (v. Isa 4:3 y Dan 12:1) … Hay el misterio del pecado del hombre que escoge apostatar, pero hay también el misterio de la gracia de Dios, que preserva a los elegidos.

(F) El versículo Apo 20:13 nos describe al mar, la muerte y el Hades, personificados, dando, es decir, devolviendo los muertos que yacían en ellos. Se les presenta como a unos carceleros que tenían encerrados bajo llave a los muertos, pero no tienen más remedio que soltarlos para que acudan al gran Juicio Final. Se menciona especialmente el mar, porque allí los muertos no habían hallado sepultura propiamente dicha. La muerte y el Hades sirven de mención general, como sustitutos del sepulcro. Asimismo aparecen juntos en el versículo Apo 20:14 como arrojados al infierno. Para ser más precisos, la muerte representa aquí al sepulcro, mientras que el Hades representa siempre la «región de las sombras», estado, más bien que lugar señalable, de las almas o espíritus de los difuntos, hasta que los creyentes del Antiguo Testamento fueron hechos perfectos (v. Heb 11:40) mediante la redención efectuada por el Señor Jesucristo.

3. Tras del juicio viene la sentencia de condenación o, mejor dicho, su inmediata ejecución (vv. Apo 20:14, Apo 20:15): «Entonces la muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego. El lago de fuego es la muerte segunda. Todo aquel cuyo nombre no estaba registrado en el libro de la vida, fue arrojado al lago de fuego» (NVI).

(A) De nuevo vemos que la muerte y el Hades aparecen personificados. Recordemos lo que dice Pablo en 1Co 15:26: «El último enemigo en ser puesto fuera de combate será la muerte» (NVI). Como enemigo, pues, de la humanidad y, por ello, personificada en la figura de un criminal, la muerte recibe su justo castigo siendo arrojada al infierno. Y, sin muerte, tampoco hay Hades. Al acabarse así la muerte, por haberse acabado completamente el pecado, que es el que la trajo al mundo (Gén 2:17; Rom 5:12), solamente quedará la vida, vida eterna para todos los salvos. Es cierto que el infierno es llamado aquí (v. Apo 20:14) «la muerte, la segunda» (lit.), pero no será «muerte» en el sentido en que solemos entender el vocablo: «cesación de la vida física», sino en el sentido de estar siempre muriendo sin acabar jamás de morir: muerte eterna, en contraste con la vida eterna (con Mat 25:46).

(B) El versículo Apo 20:15 declara explícitamente que «si alguien (esto es, todo el que) no fue hallado inscrito en el libro de la vida, fue arrojado al lago del fuego» (lit.). Es una enseñanza terrible, que incluso muchos evangélicos tratan de explicar en términos de destrucción final de los malvados, pero es una enseñanza bíblica y, por tanto, debe admitirse como «provechosa … para corrección» (2Ti 3:16). El griego epanórthosis comporta la idea de «volver a poner recto desde arriba» lo que se había torcido. Nada como la perspectiva de una eternidad en los tormentos del infierno, para adquirir, o recuperar, el recto concepto de la fealdad del pecado, de la santidad y justicia de Dios, y de la seriedad de la muerte del Hijo de Dios en la Cruz del Calvario.

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