Ezequiel 16:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Relato de las grandes cosas que Dios hizo por la nación judía cuando la fue elevando gradualmente a un considerable nivel.

1. Dios los salvó de la ruina, cuando estuvieron a punto de perecer en Egipto (v. Eze 16:6). A pesar de su aspecto repugnante, Dios decretó que continuasen con vida (nótese el repetido ¡Vive! en el v. Eze 16:6). Cuando Dios decreta que alguien tenga vida, la tendrá, y la tendrá en abundancia (Jua 10:10), lo mismo en el plano físico que en el espiritual (comp. con Efe 2:5).

2. Dios los miró con afecto y ternura, se enamoró de Israel, aunque no había en ellos nada que atrajese ni mereciese tal amor (comp. con Jua 3:16; Rom 5:8). El cuidado de Dios hizo (v. Eze 16:7) que Israel creciese en Egipto de forma extraordinaria, hasta llegar a ser como una hermosa joven llegada a la pubertad, con las señales anatómicas que la manifiestan; pero estaba desnuda y descubierta (v. Eze 16:7, al final), esto es, «desprovista de ricos vestidos y de adornos apropiados: era la existencia de Jerusalén-Israel, en Egipto, esclava y sin patria» (Asensio).

3. Dios volvió a mirar a Israel (v. Eze 16:8, comp. con Éxo 3:7) y vio que su tiempo era tiempo de amores, es decir, que se había convertido en una doncella casadera. Y, de la misma manera que Cristo amó a su Iglesia y la santificó para desposarse con ella (Efe 5:23-27; Apo 19:7-9), también Dios extendió Su manto sobre Israel, como símbolo de que, no sólo estaba dispuesto a protegerla y cubrir su desnudez, sino también a recibirla en matrimonio (comp. con Rut 3:9). Con respecto a las últimas frases del versículo Eze 16:8, comenta Asensio: «después el juramento solemne de cara al matrimonio inmediato; finalmente, el berit o pacto mutuo con que Jehová, al elegir a Israel por su pueblo-esposa para ser su Dios-Esposo en la tierra prometida, e Israel obligándose a cumplir la ley divina, ratificaban definitivamente el misterioso matrimonio. El fuiste mía en labios divinos respondía desde entonces a una realidad que abría paso a una serie ininterrumpida de delicadezas por parte de Jehová-Esposo». Así tenemos, desde el Sinaí (v. Éxo 24:8 «la sangre del pacto» ) hasta el nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés, que Israel es el pueblo consagrado entera y exclusivamente a Jehová, y que Jehová-Dios está comprometido a proteger, defender, libertar y bendecir de modo exclusivo y continuo a Israel, cumpliendo hacia los demás pueblos con los indispensables beneficios comunes (Hch 14:16, Hch 14:17), del mismo modo que un marido fiel reserva todo su amor a su esposa, y da a las demás mujeres solamente las muestras de cortesía que son exigidas por los elementales principios de urbanidad.

4. Después del baño preparatorio para el matrimonio (v. Eze 16:9, comp. con Rut 3:3), lo cual «puede ser una referencia simbólica a la purificación de los israelitas antes de la revelación de la Torah en el monte Sinaí (Éxo 19:10)» (Fisch), viene todo el atavío minuciosamente descrito en los versículos Eze 16:10-13. Como el mismo M. Henry hace notar, «no necesitamos ser precisos en la aplicación de estas cosas». Sólo son dignas de consideración dos observaciones de Feinberg. Con respecto a los vestidos, dice: «Es interesante el que tres de los cuatro artículos de vestimenta son prominentes en los materiales del tabernáculo». Y, con respecto a los regalos citados en los versículo Eze 16:11-13, dice: «Los regalos mencionados a continuación eran los regalos de boda usualmente presentados a una reina». De ahí, la última frase del versículo Eze 16:13: «y prosperaste hasta llegar a reinar».

5. Lo de reinar y, especialmente, la fama adquirida entre las demás naciones (vv. Eze 16:13, Eze 16:14), llegaron a su mejor cumplimiento durante los reinados de David y de Salomón (comp. con 1Cr 14:17). Pero toda esta grandeza y toda esta hermosura no las ganó Israel por sus propias fuerzas ni por la sabiduría de Salomón, sino que todo eso se debía (v. Eze 16:14) «al esplendor que yo había puesto en ti, dice el Señor Jehová». Sin embargo, la belleza de una sola alma, santificada por la gracia y el Espíritu de Dios, supera infinitamente a todas las bellezas y grandezas temporales de Israel. Eso nos ha de servir de consuelo y ha de espolear nuestra gratitud a nuestro Padre Celestial.

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