Gálatas 3:19 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Visto todo lo que antecede, podríamos preguntarnos: Si no hay otra forma de alcanzar la herencia que por medio de la fe en la promesa, ¿para qué dio Dios la Ley por medio de Moisés? «¿Para qué sirve la Ley?» (v. Gál 3:19). A esta pregunta responde el apóstol en esta porción.

1. La Ley fue añadida a causa de las transgresiones (v. Gál 3:19). Los israelitas eran tan pecadores como los demás hombres y, por tanto, la Ley fue dada con el fin de (así el «a causa de» podría traducirse mejor, como hace Leal, por «en orden a» como en Rom 4:25) convencer de pecado a los transgresores y, mediante esta misma convicción en sus conciencias, poner un freno a la inclinación al pecado, hasta que, en el cumplimiento del tiempo (Gál 4:4), viniese la simiente a quien estaba destinada la promesa, es decir, el Mesías Salvador, Cristo Jesús. Pero cuando la plenitud de la gracia y de la verdad se manifestó por medio de Jesucristo (Jua 1:14, Jua 1:17), cesó la vigencia de la Ley dada por medio de Moisés. Nótese lo de «fue añadida», con lo que da a entender que la Ley era como un suplemento circunstancial que en nada alteraba la validez y vigencia de la promesa. Nótese también la construcción (v. Gál 3:19): «y fue promulgada (la Ley) POR MEDIO de ángeles EN MANO de un mediador». A pesar del plural, opino que Pablo se refiere al «Ángel de Jehová», según da como posible el Profesor Trenchard. En cuanto al «mediador», se refiere a Moisés, pero no en el sentido de alguien que interviene para que se reconcilien dos personas enemistadas, sino como «transmisor» de la Ley de manos de Dios (o del Ángel de Jehová) a las manos del pueblo (comp. con 1Jn 1:1-7), del cual era representante.

2. El versículo Gál 3:20 no debe llamarnos a engaño. Según J. Leal, «en el siglo pasado se contaban cuatrocientas treinta sentencias (esto es, opiniones) en la exposición de este verso». Lenski da la cifra de 250 interpretaciones, «no obstante su sencillez», añade. En efecto, lo que el versículo Gál 3:20 (traducido con mejor o peor fortuna en las versiones) quiere decir es que, al recibir la Ley de mano de Dios para transmitirla al pueblo, Moisés actuó como representante del pueblo en obediencia a la comisión que de Dios había recibido. Pero, a fin de dejar bien claro que la promulgación de la Ley no fue una transacción para reconciliar a dos partidos, añade que «Dios (con artículo; es decir, Jehová) es uno solo» (lit.). Dice Lenski: «Al ser una persona, Dios actuó por sí mismo y no necesitó representante cuando otorgaba la Ley». En fin de cuentas, es más que probable (en mi opinión) que aquí tengamos uno más de los casos en que la teofanía es expresada, por respeto a la suma trascendencia de Dios, en forma de angelofanía.

3. Es evidente, por lo que lleva dicho el apóstol, que la Ley no invalida la promesa, sino que es una «añadidura» en orden a convencer de pecado la conciencia de los transgresores. Pero queda una duda: «¿Es contraria la Ley a las promesas de Dios?» (v. Gál 3:21). En otras palabras, al promulgar la Ley, ¿se contradice Dios a sí mismo en lo que prometió? «¡En ninguna manera!», responde el apóstol con la misma energía de siempre. No hay ninguna oposición entre la Ley y la promesa: «La oposición existiría si se hubiese dado una Ley capaz de vivificar, porque entonces la justicia dependería realmente de la Ley». En efecto, la justicia sólo puede obtenerse por fe en la promesa, mientras que la Ley carece de poder para dar la vida; tenía otras funciones que cumplir. Se mueven, pues, a distinto nivel, por lo que no pueden chocar la una con la otra. En realidad, «la Escritura (esto es, Dios, como en el v. Gál 3:8), con la promulgación de la Ley, lo encerró todo bajo pecado (v. Gál 3:22, comp. con Rom 3:20-23), para que la promesa fuese dada a los creyentes a base de la fe en Jesucristo». Comenta Trenchard: «La figura es la de una cárcel en la que el preso gime, y busca en vano alguna salida a la libertad. La salida existe, y es la de la promesa que se centra en Cristo, otorgada mucho antes de la data de la Ley. Pero el que busca la salida tendrá que dejar sus esfuerzos legales, y darse cuenta de que la salvación se halla en Jesucristo, en quien se cumple la promesa a favor de los que creen».

4. Los versículos Gál 3:23-25 nos describen las dos funciones que la Ley ejercía hasta que vino la Simiente que es Cristo: (A) Era una especie de carcelero (v. Gál 3:23), que nos vigilaba encerrados bajo pecado, como dice el versículo Gál 3:22, para aquella fe que iba a ser revelada, es decir, para que los prisioneros se diesen cuenta de que no podían escapar, sino por fe en la promesa que había de cumplirse en Cristo (Gál 4:4, Gál 4:5). La fe que había de ser revelada no es la fe subjetiva, pues esa actuaba ya desde el mismo momento posterior a la caída original (v. Gén 3:15, con la primera promesa del Redentor), sino la fe objetiva, el mensaje del Evangelio de Cristo, poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Rom 1:16).

(B) Era también (v. Gál 3:24) un ayo (gr. paidagogós). El «pedagogo» no era entonces un maestro, sino el esclavo encargado de llevar al niño a la escuela y enseñarle buenas maneras, etc. Viene, pues, a decir que la Ley conducía al israelita a la escuela de Cristo, puesto que todos los ritos ceremoniales eran tipos y figuras de las gloriosas realidades que en Cristo habían de tener su plena revelación y cumplimiento. «Pero venida la fe (esto es, el cumplimiento de la promesa en Cristo), ya no estamos bajo ayo, ya no necesitamos quien nos lleve a la escuela, pues hemos llegado a la mayoría de edad (vv. Gál 3:26, Gál 3:27; Gál 4:5-7) y, guiados por el Espíritu de Dios, podemos aprender ya por cuenta propia (1Jn 2:20, 1Jn 2:27).

5. Los versículos Gál 3:26-28 describen, bajo múltiples facetas, esta condición de los creyentes llegados a su mayoría de edad.

(A) Mediante la fe en Cristo Jesús (v. Gál 3:26) todos los creyentes, de cualquier raza, nacionalidad, sexo, clase social, etc., somos hijos de Dios. El apóstol no emplea aquí el vocablo tékna que indica simplemente el haber nacido espiritualmente de Dios (v. por ej. Jua 1:12), sino huiói, vocablo conectado con la adopción (v. Rom 8:14, Rom 8:15), más bien que con el nacimiento mismo. Esta adopción denota la mayoría de edad, lo que los romanos llamaban «la toga viril», como la «puesta de largo» de la hija y del hijo, para su presentación en sociedad.

(B) De ahí, el revestimiento de Cristo (comp. con Rom 6:3) que Pablo aplica (v. Gál 3:27) a todos los que hemos sido bautizados en Cristo. Aunque es cierto que, desde el momento en que nos entregamos al Señor por fe en su Obra a favor nuestro personal (no general), ya comenzamos a ser hijos de Dios y revestidos de Cristo, la metáfora adquiere su sentido pleno al dar testimonio de nuestra fe en las aguas del bautismo, pues entonces aparecemos ante los demás como el soldado que, no sólo ha sido llamado a filas, sino que lleva también ya el uniforme que le distingue como a tal. El Nuevo Testamento no suele hacer distinción entre el bautismo interior por la fe y el bautismo de agua, por la sencilla razón de que, en la primitiva iglesia, el de agua seguía de inmediato al interior (v. por ej. Hch 2:41; Hch 8:12, Hch 8:13, Hch 8:36-38). Por eso, creo (contra la opinión de L. S. Chafer y otros) que Rom 6:3. incluye a los dos. «Revestido de Cristo», de su gracia, de su justicia, de su hermosura, es algo muy distinto de los «trapos de inmundicia» (Isa 64:6) que, como dice Trenchard, «representan la única indumentaria que puede proveer para sí el que obra en sentido legalista».

(C) Vestidos todos con el mismo uniforme, aderezados todos con la misma justicia de Cristo, «ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros, dice Pablo (v. Gál 3:28), sin excluirse a sí mismo en ese pronombre, sois uno (masculino singular, a diferencia del neutro de Jua 10:30) en Cristo Jesús. En efecto, la unión con Cristo mediante la fe no sólo hace que los creyentes sean uno en Cristo (v. 1Co 12:13), sino también que, en sentido místico (espiritual oculto), sean Cristo (comp. con 1Co 12:12). Es menester advertir que el apóstol no quiere decir aquí que se hayan borrado las diferencias en cuanto a dones, capacidades, servicios, etc., porque entonces, ¿con qué autoridad podría prohibir a las mujeres enseñar, orar con la cabeza descubierta, someterse al marido, etc.? Las únicas diferencias que se han borrado son las que afectan al modo de salvarse, no a los demás aspectos personales, tanto naturales como espirituales. Véanse, por ejemplo, los dos niveles en 1Pe 3:7: «… tratando a la mujer como a vaso más frágil (¡he ahí una diferencia!), y dándoles honor también como a coherederas de la gracia de la vida (¡he ahí la igualdad!) Por tanto, este versículo no puede tomarse como argumento contra el dispensacionalismo. Ni el judío deja de ser judío al hacerse cristiano, ni el esclavo se convierte en amo al creer en el Señor.

6. Finalmente, el versículo Gál 3:29 viene a ser un resumen de toda la doctrina desarrollada desde el versículo Gál 3:6: «Si pertenecéis a Cristo, entonces ya sois descendencia de Abraham, y herederos de acuerdo con la promesa» (NVI). Apenas necesita comentario, pues queda claro que todos los que, por la fe, están complantados con Cristo (Rom 6:5), que es la Simiente en la que se centraban, y a la que tendían, todas las promesas hechas al patriarca Abraham, en esa Simiente adquieren el derecho a la herencia de la vida eterna conforme a la promesa hecha al patriarca y a su Simiente, a su descendencia espiritual.

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