Hebreos 9:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta sección, el autor sagrado expone primero (vv. Heb 9:1-5) el lugar donde se ejercía el ministerio sacerdotal en el viejo pacto, y describe después la función que allí desempeñaban los sacerdotes y, en especial, el sumo sacerdote (vv. Heb 9:6-10).

1. Comienza (vv. Heb 9:1, Heb 9:2) describiendo la parte anterior del santuario o Lugar Santo, pero antepone (v. Heb 9:1) una afirmación de tipo general: «Por su parte, el primer pacto tenía también sus normas para el culto, así como un santuario terrestre» (NVI). Nótese que el original tiene para «terrestre» el vocablo kosmikón, que significa, no de tierra, sino de (este) mundo. El pretérito imperfecto «tenía» da a entender que el valor de las ordenaciones litúrgicas del santuario terrestre había caducado. Desde el punto de vista gramatical, conviene hacer dos observaciones: (a) La conjunción consecutiva griega oun indica meramente una continuidad de pensamiento, por lo que la NVI la ha silenciado; (b) el idioma griego usa mucho el juego de partículas men y de en el sentido de «Por una parte … por otra». El men aparece aquí al comienzo del versículo Heb 9:1, por lo que la NVI ha traducido correctamente «Por su parte …», pero el de aparece al comienzo del versículo Heb 9:6, y marca el contraste con la porción anterior (vv. Heb 9:1-5), por lo que las versiones (incluida la NVI) no lo han traducido. Al pasar ya a la descripción del Lugar Santo, dice el texto sagrado en el versículo Heb 9:2 que en él estaban:

(A) El candelabro, es decir, el de los siete brazos, labrado a martillo, de oro puro (v. Éxo 25:31-39).

(B) La mesa, de madera de acacia, recubierta de oro puro, para colocar en ella el pan de la proposición, también llamado «de la presencia» (lit.), por colocarse delante de la presencia de Jehová (v. Éxo 25:23-29).

(C) Los panes de la proposición, es decir, los panes consagrados (NVI), aun cuando el original griego dice aquí «la proposición (en el sentido de presentación en un lugar ) de los panes» (v. Éxo 25:30).

2. Viene después (vv. Heb 9:3-5) la descripción del Lugar Santísimo, tras del segundo velo (v. Heb 9:3), es decir, del velo interior que separaba el Lugar Santísimo del Lugar Santo. De este Lugar Santísimo se dice (vv. Heb 9:4 y Heb 9:5):

(A) Que tenía un incensario de oro (v. Heb 9:4). El griego thumiatérion significa incensario, no altar del incienso, como muchas versiones se empeñan en traducir, con lo que añaden así una dificultad que no debería existir. Un compañero mío, licenciado en Sagrada Escritura, decía que el autor de Hebreos se había equivocado aquí. La Biblia de Jerusalén, sin llegar a tanto, dice que «Hebreos sigue una tradición litúrgica diferente». Es cierto que el altar de oro de los perfumes estaba delante del velo y, por tanto, fuera del Lugar Santísimo. También el incensario de oro era guardado, como las demás cosas que se mencionan en 1Re 7:49, 1Re 7:50; 2Cr 4:20-22, en el Lugar Santo. Pero el texto sagrado de Heb 9:4 no dice que había un incensario de oro en el Lugar Santísimo, sino que el Lugar Santísimo tenía un incensario de oro, ya que sólo era usado por el sumo sacerdote cuando entraba en el Lugar Santísimo el Día de la Expiación (Lev 16:12, Lev 16:13). Aunque se conservaba en el Lugar Santo, su función se cumplía en el Lugar Santísimo, por lo que bien se puede decir que el Lugar Santísimo lo tenía.

(B) También tenía y, por cierto, allí estaba, el Arca del pacto cubierta de oro por todas partes. Tal era la conexión del Arca con la presencia de Dios que estar delante del Arca era como estar delante de Jehová (v. Éxo 16:33). Para su descripción, puede verse Éxo 25:10-17; Éxo 37:1-6;

(C) «en la que estaba una urna de oro que contenía el maná», es decir un gomer de maná, como recuerdo del alimento sobrenatural que los israelitas habían comido en el desierto (v. Éxo 16:33, Éxo 16:34);

(D) «la vara de Aarón que retoñó» (v. Núm 17:10), como señal milagrosa de la designación divina de Aarón como legítimo sumo sacerdote. Dice Trenchard: «En la historia de Israel no se dice que la urna con el maná y la vara de Aarón que reverdeció se colocaran dentro del Arca, sino delante de ella (Éxo 16:33, Éxo 16:34; Núm 17:10, Núm 17:11), y más tarde se dice específicamente que no había nada en el sagrado símbolo, sino las tablas de la Ley (1Re 8:9); pero eso no quita que, según una fuerte tradición rabínica, no hubiesen estado dentro en algún período»;

(E) «y las tablas del pacto» (v. Éxo 25:16; Éxo 40:20; 1Re 8:21), que eran el principal testimonio del pacto de Jehová con su pueblo. Dice S. Bartina: «La tradición judía colocaba también en el Arca los fragmentos residuos de las primeras tablas (las que Moisés rompió la aclaración es mía ), un ejemplar de la Ley (Torah) y los nombres de Jehová; y, sin embargo, ponía fuera y al lado del Arca el vaso con el maná juntamente con la vara de Aarón y la ofrenda expiatoria de los filisteos. Cuando san Pablo colocaba «en el Arca» el vaso de maná y la vara de Aarón, no es preciso apelar a otra tradición contraria a la anterior». Supone Bartina que fue Pablo quien escribió la epístola y, con respecto a la expresión griega en hé (en la cual), que el autor sagrado emplea antes de mencionar la urna, la vara y las tablas, añade: «Alude (con esa expresión) sobre todo al último miembro de la enumeración, a las tablas de la alianza, y sólo en sentido amplio a los dos anteriores miembros de la enumeración. El apóstol sabe que los destinatarios de la carta están bien informados sobre el orden y disposición del santuario y que no se llamarán a engaño».

(F) Esta despreocupación por el detalle, a la que alude Bartina, se confirma por lo que el autor sagrado dice al mencionar la última pieza que había en el Lugar Santísimo (v. Heb 9:5): «y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio (v. Éxo 25:18-22); de las cuales cosas no es ahora el momento de hablar en detalle». Se llaman «los querubines de la gloria» porque Jehová hablaba a Moisés sobre el propiciatorio y, por tanto, desde el medio de los dos querubines (Éxo 25:19-23). «Allí estaba la gloria de Jehová (Éxo 29:43; Éxo 40:32). Y una nube cubría el tabernáculo durante el día. Era también la gloria del Señor, manifestación sensible de su presencia en medio de aquel pueblo (Éxo 40:32-36)» (Bartina).

3. A continuación, el autor sagrado resume las funciones que los sacerdotes y el sumo sacerdote respectivamente ejercían en cada uno de los dos compartimentos en que se dividía el santuario propiamente dicho.

(A) «En la primera parte (v. Heb 9:6), esto es, en el Lugar Santo (v. el v. Heb 9:2), entran los sacerdotes continuamente (gr. diá pantós; como si dijese: sin restricción alguna, como en el lugar ordinario de culto ) para cumplir los oficios del culto». Estos oficios eran, principalmente, los de ofrecer mañana y tarde el incienso sobre el altar de los perfumes (v. Luc 1:8-11), así como velar para que las lámparas del candelabro de los siete brazos estuviesen permanentemente encendidas y renovar semanalmente los panes de la proposición.

(B) «Pero en la segunda parte (v. Heb 9:7), esto es, en el Lugar Santísimo (v. los vv. Heb 9:3.), sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre (v. Éxo 30:10; Lev 16:34) esto lo hacía el Día de la Expiación , la cual ofrece por sí mismo (v. Heb 5:3) y por los pecados de ignorancia del pueblo» (v. Núm 15:24, Núm 15:25 y, en esta misma epístola, Heb 5:2). No podía entrar sin sangre, porque sin sangre no hay expiación ni remisión de pecados (v. Lev 17:11; y en esta misma Epístola, v. Heb 9:22), y ese día era precisamente el Día de la Expiación. Los pecados de ignorancia eran los que se cometían, no sólo por pura ignorancia, sino también por equivocación y aun por debilidad, en contraposición con los cometidos por rebeldía, con soberbia (Núm 15:30, Núm 15:31) y, por tanto, con voluntariedad plena (comp. con el voluntariamente de Heb 10:26 en esta epístola); por esos pecados no había expiación, sino que el rebelde había de ser eliminado del pueblo de Dios (Núm 15:30, al final).

(C) El autor sagrado hace ver a continuación (vv. Heb 9:8-10) que «el Espíritu Santo daba a entender con esto que aún no se había manifestado, es decir, no estaba aún visiblemente abierto, el camino al santuario, mientras el primer tabernáculo, el santuario terrestre, estuviese en pie» (v. Heb 9:8). El hecho de que sólo el sumo sacerdote pudiese entrar en el Lugar Santísimo, y el hecho (todavía más lamentable) de que tuviese que hacerlo cada año, daba a entender que ningún sacrificio del Antiguo Testamento tenía carácter definitivo, pues ninguno tenía valor suficiente para limpiar de pecado la conciencia (v. vv. Heb 9:12-14; Heb 10:14).

(D) Por eso, todo ello era un símbolo (v. Heb 9:9; gr. parábola, el mismo vocablo de Heb 11:19, «simbólicamente», según la NVI) para el tiempo presente, es decir, para el tiempo en que el autor sagrado escribía estas cosas, puesto que todavía estaba en pie el templo de Herodes. El autor sagrado insiste, como lo ha hecho en Heb 7:19, y lo hará en Heb 10:1, Heb 10:11, en que todo lo que se hacía y ofrecía en el santuario terrestre no podía perfeccionar las conciencias, puesto que sólo podía ofrecer una purificación legal. Todo consistía (v. Heb 9:10) en objetos y ritos exteriores; todo ello, impuesto mediante normas carnales, es decir, que afectaban a lo externo y material, pues proporcionaban al cuerpo una limpieza ceremonial, pero no podían, de suyo, limpiar el interior del pecador.

(E) El autor sagrado dice que estas normas habían sido impuestas (v. Heb 9:10; impuestas, ciertamente, por Dios) hasta el tiempo de (la) reformación (lit.). Quizás «rectificación» (en el sentido de poner las cosas en su debido orden) sería una versión más literal aún del vocablo griego diorthóseos, que el autor sagrado usa aquí, y que no sale en ningún otro lugar de la Biblia. Lo que, con este vocablo, se quiere dar a entender aquí, es «el cambio operado por el perfecto sacrificio de Cristo y por Su entrada en el cielo (vv. Heb 9:11, Heb 9:12)» (Ryrie).

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