Hechos 6:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Un desdichado desacuerdo entre algunos miembros de la iglesia de Jerusalén fue prudentemente tratado y resuelto a tiempo (v. Hch 6:1): «Al aumentar el número de los discípulos, hubo murmuración, etc».

(A) Nos consuela ver que aumenta el número de los discípulos, así como, sin duda, les amargaba a los sacerdotes y a los saduceos. Parece ser que la oposición que se hacía a la predicación del Evangelio contribuía a su éxito. Los predicadores eran azotados y amenazados y, sin embargo, el pueblo recibía su doctrina y eran incluso atraídos por la paciencia y el gozo con que los apóstoles soportaban estos sufrimientos.

(B) Con estas luces contrasta la sombra que nos ofrece el que el aumento de los discípulos diese ocasión a la discordia entre ellos. Hubo murmuración, no una reyerta notoria, sino una secreta quemazón interior. (a) Los que murmuraban eran los griegos, es decir, los judíos dispersos por países fuera de Palestina en los que se hablaba el griego; se quejaban contra los hebreos, los nativos de Palestina, que hablaban arameo. Se explica que antes de su conversión hubiese cierta tirantez y envidia entre ambos grupos, pero era un mal testimonio el que ahora se diese ocasión a tales querellas. (b) La querella era que las viudas de aquéllos (los griegos) eran desatendidas en la distribución diaria de alimentos. La primera discordia de la Iglesia fue sobre asuntos de dinero, a pesar de lo que vimos en Hch 2:45 y Hch 4:34. No se nos dice quiénes eran los culpables, pero es probable que hubiese culpa por ambas partes: los palestinos se creerían con mayores derechos, y los helenistas exagerarían un poco la nota, pues la codicia y la envidia se hallan lo mismo en los ricos que en los pobres. No hay duda de que los apóstoles habían tratado de obrar con toda imparcialidad, pero el contexto posterior insinúa que, precisamente por el aumento de la grey, los pastores no podían atender por igual a todas las ovejas. No todo, pues, era perfecto en la primitiva Iglesia.

2. La intervención de los apóstoles en el asunto (v. Hch 6:2).

(A) Cuál fue el primer paso que dieron para solucionar el problema: «Convocaron a la multitud de los discípulos». Los Doce no quisieron obrar por su cuenta y riesgo, sino que convocaron una especie de «pleno» a fin de que dieran su voz y su voto los que intervenían más de cerca en la distribución de alimentos, tanto como aquellos cuyas viudas recibían tal suministro diario.

(B) Cuál es la razón que dieron para no ocuparse ellos directamente de tal distribución (v. Hch 6:2): «No es conveniente que nosotros dejemos la palabra de Dios para servir a las mesas». Los apóstoles habían sido llamados a predicar la palabra de Dios, tarea que les ocupaba por entero. Si servían a las mesas tenían que dejar, en cierta medida, la predicación. Así que no estaban dispuestos a dejar de predicar por el dinero colocado a sus pies, como no dejaban tampoco de predicar por los azotes colocados a sus espaldas. La predicación del Evangelio es la obra más alta y urgente en que ha de ocuparse un ministro de Dios. No debe enredarse en los negocios temporales, ni siquiera en los asuntos financieros de la casa de Dios.

(C) Cuál es la solución que proponen (v. Hch 6:3): «Buscad, de entre vosotros a siete varones … a quienes encarguemos de este trabajo.» Es un trabajo que necesita ser llevado a cabo mejor de lo que ha estado hasta el presente; por eso, han de elegirse para ello personas aptas. Tres cualidades se especifican; deben ser: (a) de buen testimonio, que no tengan nada escandaloso que se les pueda reprochar, que sea notoria su integridad y su virtud, de forma que se les pueda confiar sin escrúpulos este trabajo; (b) llenos del Espíritu Santo, varones espirituales, carentes de carnalidad, para que sean imparciales en el desempeño de su cargo; (c) llenos de sabiduría; no era suficiente que fuesen honestos y espirituales; habían de ser también competentes, no sólo en el conocimiento de las Escrituras (como lo demostraron después Esteban y Felipe), sino también en lo que requería el cargo que iban a desempeñar, es decir, prudentes y experimentados.

(D) Cuál es la ocupación a la que se van a dedicar los apóstoles (v. Hch 6:4): «Y nosotros nos dedicaremos asiduamente a la oración y al ministerio de la palabra». He ahí las sublimes tareas del ministro de Dios: oración y predicación; en la oración se reciben las comunicaciones divinas; en la predicación se imparten a los demás; no se trata aquí de «recitar las oraciones en las funciones litúrgicas», como quiere Leal. Además, en la oración el pastor se hace boca de la congregación hacia Dios, mientras que en la predicación se hace boca de Dios hacia la congregación. Sin la íntima comunión con Dios en la oración, la predicación carece de poder, pero toda ocupación (aun la oración) que nos dispense de preparar dignamente nuestros mensajes es una forma solapada de tentar a Dios. Dice el Prof. Trenchard: «Este ministerio abarcaba el estudio minucioso del Antiguo Testamento con el fin de comprender su relación con la Edad del Espíritu, como también la espera en la presencia de Dios por la que podían recibir mensajes que correspondieran a la nueva dispensación».

(E) Qué tal les pareció a los discípulos esta propuesta no impuesta (v. Hch 6:5): «Agradó la propuesta a toda la multitud». Así que:

(a) Eligieron las personas. Nótese que los apóstoles ordenaron buscar, no votar nota del traductor , pues la idea de una «democracia» eclesial (un hombre, un voto, con lo que una mayoría de creyentes carnales pueden imponer decisiones erróneas) es totalmente ajena a la Palabra de Dios. (V. el comentario a 14:23.) Es curioso el hecho de que los siete escogidos para tal trabajo llevan nombre griego, pues eran los más apropiados para silenciar la murmuración de los griegos. Uno de ellos, Nicolás, ni siquiera era judío, sino prosélito de Antioquía. Otro detalle curioso es que sólo vuelven a mencionarse, de entre estos siete, a Felipe y a Esteban, y no precisamente al servir a las mesas, sino al exponer la Palabra de Dios. Finalmente, a pesar de los títulos en nuestras versiones, no consta que estos siete fuesen «diáconos» en el sentido ministerial que vemos, por ejemplo, en Flp 1:1 y 1Ti 3:8.

(b) Presentaron a estos siete ante los apóstoles (v. Hch 6:6), para que éstos los nombrasen oficialmente para el cargo que habían de desempeñar. Oraron con ellos y por ellos. Todos los que están empleados en el servicio de la iglesia deben ser encomendados a la gracia de Dios mediante las oraciones de la iglesia. Después de orar, les impusieron las manos. Dice el Dr. Ryrie: «La imposición de manos era un signo formal de la designación para este servicio. El rito indica un vínculo o una asociación entre las personas implicadas. A veces, tiene relación con el acto de sanar (Mar 5:23) o con el acto de transmitir el Espíritu (Hch 8:17; Hch 9:17; Hch 19:6) o, como aquí, con la ordenación para un servicio especial (Hch 13:3; 1Ti 4:14)».

3. El progreso que la Iglesia obtuvo con esta medida. Tan pronto como las cosas fueron puestas en orden, el Evangelio prosperó (v. Hch 6:7): (A) Crecía la palabra del Señor, esto es, se extendía el conocimiento del Evangelio, ahora que los apóstoles se desentendían de asuntos de finanzas para dedicarse exclusivamente a su ministerio específico, y así ocurre siempre que los ministros de Dios se dedican de lleno a su labor. (B) El número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén. Aquí era precisamente donde menos éxito había tenido la predicación de Jesús, pero ahora es aquí donde surgían numerosos convertidos. Dios tiene su remanente aun en el peor de los lugares. (C) También muchos de los sacerdotes obedecían a la fe. Esto era un triunfo extraordinario de la gracia de Dios: los que más se habían opuesto a Jesús y a sus discípulos obedecían a la fe, es decir, creían en el Evangelio («fe» en sentido objetivo). El texto parece indicar que se convirtieron en grupo, después de ponerse de acuerdo en cuanto a la convicción que infundían las palabras, las señales y el denuedo de los apóstoles. Se trata, sin duda, de sacerdotes en general; como bien observa Trenchard, «hemos de distinguir netamente entre los sacerdotes en general (recordemos el piadoso padre de Juan el Bautista) y la orgullosa casta sumosacerdotal, tan apegada a sus intereses materiales y financieros, que formaba una oligarquía tiránica, totalmente opuesta al Evangelio».

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