Hechos 9:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Saulo ha sido mencionado dos o tres veces en el relato de Esteban. Su nombre en hebreo era Shaúl que significa «pedido» (a Dios); su nombre romano era Paulus (Pablo) que significa «poco». Había nacido en Tarso, ciudad de Cilicia y había heredado de su padre la tan estimada ciudadanía romana. Tanto su padre como su madre eran hebreos de raza, por lo que él se llama a sí mismo hebreo de hebreos, de la tribu de Benjamín como el otro Saúl, primer rey de Israel. Tarso era una ciudad importante y allí es probable que Saulo aprendiese las primeras letras, pero su educación rabínica fue obtenida en Jerusalén a los pies de Gamaliel. Era persona de amplia cultura, tanto hebrea como griega, y había aprendido también el oficio de fabricar lonas para tiendas de campaña, cosa frecuente entre judíos letrados.

I. Cuán malísimo era antes de su conversión, pues era quizás el más acerbo enemigo del cristianismo, aunque en cuanto a la justicia que es en la ley era irreprensible (Flp 3:6), un hombre de buenas costumbres, pero enemigo y perseguidor de los cristianos. Y tan mal informada estaba su conciencia que pensaba que, con ello, prestaba a Dios un gran servicio (comp. con Jua 16:2).

1. Su enemistad y furia en general contra la religión cristiana (v. Hch 9:1): «Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, etc.». Las personas perseguidas eran los discípulos del Señor; como a tales los odiaba y perseguía él. Estas amenazas de muerte eran para Saulo como el aire que respiraba. La expresión recuerda, dice Trenchard, «la embestida de los dragones fabulosos, cuya respiración era fuego mortífero que devoraba a sus víctimas». Respiraba muerte contra los cristianos, dondequiera se encontraba.

2. Su enemistad especial contra los cristianos de Damasco. Saulo no está tranquilo mientras haya un cristiano en tranquilidad; y, por eso, al oír que lo estaban los cristianos de Damasco, resuelve ir allá para perturbarles la paz (vv. Hch 9:1, Hch 9:2): «se presentó al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, etc.». El sumo sacerdote no necesitaba que nadie le incitase a perseguir a los cristianos, pero parece ser que el joven fariseo ardía con mayor celo y furor que el viejo sumo sacerdote, así como los prosélitos que los escribas y fariseos hacían resultaban ser hijos del infierno siete veces más que ellos mismos. La comisión que Saulo deseaba era que, si hallaba algunos hombres o mujeres de este Camino (la conducta propia de los seguidores de Cristo), los trajese presos a Jerusalén (v. Hch 9:2). Todas las sinagogas, tanto de Palestina como de la dispersión, prestaban esta deferencia, en materias de religión, al sumo sacerdote y al Sanedrín. Obtuvo, pues, orden para traer a Jerusalén como criminales cuantos cristianos hallase en Damasco. En esta tarea se hallaba ocupado Saulo cuando la gracia de Dios obró en él aquel cambio tan grande. Que nadie desespere de la gracia regeneradora para la conversión de los mayores pecadores, ni de la misericordia perdonadora de Dios para el mayor pecado, puesto que Saulo mismo obtuvo misericordia.

II. Cuán súbita y extrañamente se produjo en él un bendito cambio.

1. El lugar y el tiempo de tal cambio (v. Hch 9:3): «yendo por el camino … al llegar cerca de Damasco, allí y entonces le salió Jesús al encuentro cuando menos lo esperaba». (A) Iba de camino. La obra de la conversión no está limitada a los locales de la iglesia. Algunos son llamados en el camino o en la calle; allí puede el Espíritu meterse con nosotros, pues sopla donde quiere. (B) Estaba cerca de Damasco. El que había de ser apóstol de los gentiles, fue convertido a la fe de Cristo en un país pagano. (C) Iba por mal camino en cuanto que su objetivo era contra los cristianos de Damasco. A veces, la gracia de Dios obra en los pecadores cuando están en su peor estado, pues así resplandece mejor la gloria del poder y de la gracia de Dios. (D) Estaba a punto de poner por obra el edicto cruel contra los cristianos, pero fue impedido ahora de ejecutarlo. Esto fue (a) un gran favor para los pobres santos de Damasco, quienes tenían noticias de su venida, como se ve por lo que dice Ananías (vv. Hch 9:13, Hch 9:14). Cristo tiene muchas maneras de librar de la tentación a los suyos; a veces, lo hace al cambiar el corazón de sus perseguidores. (b) Fue, sobre todo, un gran favor al propio Saulo. Hemos de estimar como una señal especial del favor de Dios el que nos impida llevar a cabo un mal propósito.

2. Cómo se le apareció el Señor Jesús en la gloria. Aquí se nos dice sólo que repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo (v. Hch 9:3), pero después se nos declara (v. Hch 9:17) que el Señor Jesús estaba en aquella luz. La luz le rodeó repentinamente, porque las manifestaciones de Cristo a las pobres almas son a menudo repentinas y sorprendentes, alcanzándolas con las bendiciones de su bondad. Era una luz del cielo, superior en brillo a la del sol (Hch 26:13), pues fue visible al mediodía. No le dio sólo en el rostro, sino que le rodeó por todas partes. El diablo se acerca en la oscuridad y así se apodera de las almas, pero Cristo viene al alma con luz, pues Él mismo es la luz del mundo (Jua 8:12). La primera cosa de esta nueva creación, como en la primera, es luz.

3. El dichoso arresto de Saulo (v. Hch 9:4) «cayendo en tierra». Parece ser que también los que le acompañaban cayeron en tierra (Hch 26:14), pero la luz iba para él, como para él era la manifestación de Cristo. El primer efecto de la manifestación de Cristo es derribarnos en tierra, poniéndonos en lugar muy bajo; y cuanto más alto es el ministerio al que quiere llamarnos, más bajo es el lugar al que nos lanza, porque a los que Dios emplea para sus más útiles servicios, les golpea primero con un profundo sentido de su propia indignidad.

4. El emplazamiento de Saulo. Oyó una voz que le decía (y sólo él la entendió, aunque los demás oyeron el sonido, v. Hch 9:7, comp. con Hch 22:9): «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»

(A) No sólo vio una luz del cielo, sino que oyó una voz del cielo. Las manifestaciones de Dios nunca son alardes mudos, pues Él enaltece su palabra, especialmente su nombre, y lo que se ve está destinado a abrir camino para lo que se dice. Saulo oyó una voz, porque la fe viene por el oír, y la voz que oyó era la de Cristo mismo; ninguna otra voz puede llegar al corazón. Cuando oímos o leemos la Palabra de Dios, recordemos que nos aprovechará tanto más cuanto más veamos u oigamos en ella la voz del Verbo.

(B) Lo que oyó era despertador y avivador en extremo. (a) Oyó que se le llamaba por su nombre, y éste duplicado, lo cual, como en las otras seis veces en que esto ocurre en la Biblia, indica una tremenda importancia de la declaración que sigue a continuación. A Saulo lo hace para despertarle la conciencia con la viva convicción de la maldad que pensaba llevar a cabo. Añade Jesús: «¿por qué me persigues?» De un golpe pudo Saulo percibir que lo que se hace a los discípulos de Cristo se hace a Él mismo. Fue entonces, sin duda, cuando intuyó la maravillosa verdad del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia (Efe 1:22, Efe 1:23; Col 1:24, entre otros lugares), que él mismo había de exponer después en sus epístolas con mayor claridad, extensión y profundidad que ningún otro escritor del Nuevo Testamento. La pregunta de Cristo rezuma tristeza, mansedumbre, afecto y compasión: «¿Por qué me persigues precisamente tú, el versado en las Escrituras que hablan de mí, y me persigues a mí, que no hace mucho fui crucificado por ti? ¿Qué motivos tienes para portarte de este modo? ¿Qué mal te he hecho?» Saulo pensaba que perseguía a un grupo de personas pobres, débiles y estúpidas, sin percatarse de que era a Alguien del cielo a quien estaba persiguiendo en ellos.

5. La pregunta de Saulo ante esta requisitoria y la respuesta que recibió (v. Hch 9:5): «¿Quién eres, Señor?» No responde directamente al cargo que se le imputa, pues se ve convicto en su propia conciencia. Si Dios contiende con nosotros por nuestros pecados, no podremos responderle a una sola de entre mil preguntas; todas las excusas y autojustificaciones quedan silenciadas. Saulo desea saber quién es su juez. El que hasta hace poco blasfemaba de Cristo, le llama ahora «Señor», aunque con su pregunta reconoce que no le conoce; pero hay buena esperanza acerca de quienes comienzan inquiriendo de Jesús. De inmediato, obtiene respuesta del Señor: «Yo soy Jesús a quien tú persigues». El nombre de Jesús no le era desconocido y de buena gana habría deseado verlo sepultado en el olvido, pero ahora lo oía venido ¡del cielo! ¡Y Saulo estaba persiguiendo a ese Jesús que le hablaba desde el cielo! No hay cosa que mejor pueda despertar y humillar a un alma que el ver que está pecando contra Jesús ¡el Salvador! Y añade (v. Hch 9:5): «Dura cosa te es dar coces contra el aguijón» (aunque esta frase, así como toda la primera mitad del v. Hch 9:6, según aparece en nuestras versiones, no se hallan en la mayoría de los MSS. Nota del traductor).

6. El Señor le da una instrucción general sobre lo que debe hacer de inmediato (v. Hch 9:6): «Ahora, levántate y entra en la ciudad. Allí se te dirá lo que tienes que hacer» (NVI). Es muy alentador ver que le promete ulteriores instrucciones, pero (A) no todavía, sino que ha de considerar por algún tiempo lo que ha hecho al perseguir a Cristo y sentirse humillado por ello, antes de que se le diga lo que ha de hacer. (B) Estas ulteriores instrucciones no las va a recibir del mismo modo, mediante una voz del cielo, sino que se las ha de dar un siervo del Señor.

7. Cuál fue el impacto que todo el incidente produjo en sus compañeros de viaje (v. Hch 9:7): «se pararon atónitos», como confusos y aturdidos, pero eso fue todo. No hallamos que ninguno de ellos se convirtiese, aunque habían visto la luz. Los medios externos no son suficientes para efectuar un cambio de corazón, sin el Espíritu y la gracia de Dios. Ninguno dijo: «¿Quién eres, Señor?» Oyeron la voz y también oyeron hablar a Saulo, mas sin ver a nadie, no sabían a quién le hablaba Pablo ni entendieron las palabras que le decía Jesús. Así fue como los que eran cómplices con Saulo en la rabia que tenía contra los discípulos de Cristo, sirvieron de testigos del poder que Dios ejerció sobre él para convertirle a la fe cristiana.

8. La condición en que quedó Saulo después de esto (vv. Hch 9:8, Hch 9:9): «Se levantó del suelo, cuando Cristo se lo mandó, y aunque tenía abiertos los ojos, no veía a nadie». No fue tanto la luz del cielo como la visión de Cristo lo que le cegó. Así es como una visión creyente de la gloria de Dios en el rostro de Cristo ciega los ojos para todas las cosas de aquí abajo. «Así que, llevándole de la mano, le metieron en Damasco» (v. Hch 9:8). El que pensaba traer prisioneros y cautivos a Jerusalén a los discípulos de Cristo, fue él mismo llevado como prisionero y cautivo de Cristo a Damasco (v. Hch 9:9) «Y estuvo tres días sin ver y no comió ni bebió». Pudo así dedicarse de lleno a meditar sobre el significado de lo que le había sucedido. El ayuno que aquí se nos menciona, dice J. Leal, «pudo ser porque no sintió necesidad, por efecto del éxtasis que había tenido, o también por darse más a la oración acompañada de penitencia».

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