Isaías 9:8 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Aquí tenemos las terribles amenazas, primeramente dirigidas contra Israel, esto es, el reino del norte, cuya ruina se predice aquí y que había de ocurrir en el espacio de unos pocos años, pero apunta más lejos, al funesto destino de todas las naciones que se olvidan de Dios y no quieren que Cristo reine sobre ellas.

1. El prefacio de esta predicción (v. Isa 9:8): «El Señor (hebr. Adonay) profirió una palabra, esto es, un mensaje, en Jacob y cayó, como si fuese una tempestad, en Israel». Jacob e Israel son sinónimos y designan el reino del norte en contraposición a Judá. Dios avisa antes de herir. Pero ellos no hicieron ningún caso de la ira de Dios, por lo cual les alcanzó de lleno.

2. Los pecados de que era culpable el pueblo de Israel y que provocaron a Dios a enviar estos castigos:

(A) Su insolente desafío a la justicia de Dios, al pensar que eran capaces de hacer frente al poder de Dios, puesto que, «con soberbia y con altivez de corazón» (v. Isa 9:9), le retan a que actúe como le plazca (v. Isa 9:10). Si Dios destruye sus casas de ladrillo, ellos las reedificarán con piedras sillares. Si el enemigo tala los sicómoros, ellos repoblarán el bosque con cedros.

(B) Su impenitencia y endurecimiento a pesar de todos los reproches y castigos (v. Isa 9:13): «El pueblo no se convirtió al que lo castigaba ni buscó a Jehová de las huestes». O es que son ateos y carecen totalmente de religión, o son idólatras y buscan a los ídolos que son obra de sus propias manos.

(C) La general corrupción de costumbres y su abundante profanidad. Los que debían instigarles a la reforma les ayudan a extraviarse (vv. Isa 9:14-16). Llama cabeza a los ancianos y nobles porque son ellos los que dirigen; llama cola a los profetas porque no hacen otra cosa que seguir lo que mandan los gobernantes. Bajo la metáfora de palmera designa a las clases altas; bajo la de junco, a las clases bajas, pues palmera y junco son respectivamente «la más alta y la más corta de las plantas» (Slotki). La peor enfermedad de un pueblo es tener malos médicos. La maldad era universal y todos estaban infectados de ella (v. Isa 9:17): «Pues cada cual es un impío y un malhechor» (lit.). Impío, esto es, falto de piedad hacia Dios, y malhechor que hace daño a su prójimo. De ordinario, estos dos pecados van de la mano Quienes no temen a Dios, tampoco tienen consideración a los hombres.

3. Los castigos con que Dios les amenaza por esos pecados:

(A) En general, quedan por ellos expuestos a la ira de Dios, que abrasará como fuego a los que están secos como estopa (vv. Isa 9:18, Isa 9:19): «La maldad se encendió como fuego», tan secos había dejado a los impíos. Las zarzas y los espinos, dice Slotki, «representan al pueblo ordinario, que es el primero en sufrir los efectos de una desmoralización nacional». Pero el fuego consume también lo espeso del bosque, los nobles y los gobernantes. Todo el pueblo se convierte así en combustible, en pasto general de las llamas (v. Isa 9:19), de tal forma que el país entero queda sumido en la oscuridad a causa de las densas espirales de humo (v. Isa 9:18).

(B) Dios arma a las naciones vecinas contra ellos (vv. Isa 9:11, Isa 9:12). En esta sazón, Israel se hallaba coligado con Siria contra Judá; pero los asirios, que eran adversarios de los sirios, después de conquistar a éstos, iban a invadir Israel. Dios iba a juntar contra Israel a los asirios, a los sirios y a los filisteos, quienes lo habían de devorar a boca llena (lit. con toda la boca, esto es, a dos carrillos). Quienes son cómplices en el pecado, como Israel y Siria en su ataque a Judá, han de compartir también los castigos por el pecado. Los sirios mismos, cuando no estuviesen en liga con ellos, les habían de azotar por delante, mientras los filisteos les azotarían por detrás. Rodeados de enemigos por todas partes, serían presa común de todas las bocas. Es curioso que, a la sazón, los filisteos no eran considerados como temibles enemigos, y los sirios eran considerados como fieles amigos. No obstante, ambos a una habían de devorar a Israel.

(C) Pero Dios había de sacar de en medio de ellos a aquellos mismos en quienes ellos habían puesto su confianza (vv. Isa 9:14, Isa 9:15): «Por eso, Jehová cortará de Israel cabeza y cola, palmera y junco en un mismo día, etc.», metáforas que ya han sido explicadas en el punto 2 (C). Los magistrados, que estaban puestos para dirigir y hacer justicia, pero, en cambio, habían extraviado al pueblo, serían cortados como ramas podridas. Los falsos profetas, que habían actuado servilmente a las órdenes de los malos dirigentes, en vez de reprenderles como era su obligación, también serían cortados, pues un mal ministro de Dios es el peor de los hombres. Como dice el adagio latino, corruptio optimi, pessima Las mejores cosas, cuando se corrompen, se convierten en las peores.

(D) La desolación había de ser tan general como lo había sido la corrupción, y ninguno había de escapar (v. Isa 9:17): «… Por tanto, el Señor no tomará contentamiento en sus jóvenes, que estaban en la flor de la vida, ni dirá: Tratadles bien en atención a mí. Ni siquiera tendrá compasión de sus huérfanos y viudas, a pesar de ser, de modo especial, el patrón y protector de ellos, porque todos son impíos y malvados, han corrompido sus caminos como todos los demás».

(E) Cada uno contribuirá a la ruina común (v. Isa 9:19): «El hombre no tendrá piedad de su hermano». Las guerras civiles hacen que un reino se precipite en la ruina. Esto es lo que ocurría en Israel. En tan tristes circunstancias, cada uno se apoderaba de lo que estaba al alcance de su mano, robaba para comer, sin poder saciarse (v. Isa 9:20), y llegaba incluso a cebarse en sus prójimos más allegados. Este parece ser el sentido de la última frase del versículo Isa 9:20, «cada cual comerá la carne de su propio brazo», esto es, de quienes podían ayudarle y sostenerle en su aflicción. Dice Slotki: «El versículo describe el horrible estado de un hambre que culmina en la locura». Y esto había de ocurrir, no sólo entre individuos, sino también entre las mismas tribus (v. Isa 9:21): «Manasés a Efraín, y Efraín a Manasés, y ambos a una contra Judá». Los que eran capaces de unirse contra Judá no podían unirse entre ellos mismos. La mutua enemistad y animosidad entre las familias de los hijos de Dios es un pecado que las hace madurar para la ruina y un triste síntoma de que esa ruina se acerca a pasos agigantados.

(F) A pesar de tantos castigos, la ira de Dios no estaba aplacada. Como un estribillo (vv. Isa 9:12, Isa 9:17, Isa 9:21), se repiten las frases: «Ni con todo esto ha cesado su furor, sino que todavía su mano está extendida». La ira de Dios no se apaga, porque el pueblo no se vuelve hacia el que los está hiriendo.

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