Juan 12:44 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Compendio de lo que Jesús había venido predicando desde el comienzo de su ministerio público. Como el mensaje principal de Cristo había sido expuesto en voz alta y con toda solemnidad, según lo exigía la importancia del tema (comp., p. ej., con Jua 7:37), también aquí se nos dice que «Jesús clamó y dijo» (v. Jua 12:44). Esta elevación de la voz significaba siempre: 1) Su denuedo al predicar. Aunque los aludidos en el versículo Jua 12:42 no tenían el coraje necesario para profesar abiertamente la fe en la doctrina de Cristo, Él sí lo tenía para proclamarla; aunque ellos estaban avergonzados de su fe, Jesús no lo estaba de sus enseñanzas. 2) Su insistencia en lo que predicaba. Gritaba como quien ve la amenaza de un peligro y desea que sus prójimos se percaten de él; aunque sus clamores sean importunos, no por eso dejan de ser oportunos. 3) Denota la urgencia de que todos presten oído atento a lo que va a decir. Al ser ésta la última vez que se dirigía al público en general, quiere proclamar el Evangelio con gran clamor, como deseando que todos se enteren y tomen bu ena nota de lo que va a decir. Este compendio de las enseñanzas de Cristo se parece mucho al discurso final de Moisés, en el que dijo: «Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal» (Deu 30:15). Así es como Cristo se despide a la vera del templo, con una solemne declaración de tres cosas importantes:

I. Los privilegios y honores de los que creen.

1. Al creer en Jesucristo, somos puestos en relación íntima con el Padre (vv. Jua 12:44-45): «El que cree en mí, no cree en mí (es decir, exclusivamente en mí), sino (también) en el que me envió». Jesús es el único camino hacia el Padre (Jua 14:6); Él es el puente entre el Padre y nosotros (v. 1Ti 2:5), y el puente entre nosotros y el Padre (v. Efe 2:18), porque, en cuanto hombre, es en todo semejante a nosotros, excepto el pecado (Heb 2:14; Heb 4:15); y, en cuanto Dios, es uno con el Padre (Jua 10:30). Como referencias a este punto doctrinal, podemos ver también Jua 4:21; Jua 7:16; Jua 8:19, Jua 8:42; Jua 12:30; Jua 13:20. Por eso continúa y dice: «y el que me ve, ve al que me envió» (v. Jua 12:45). Al observar, meditar, experimentar, la hermosura de Jesucristo: de su persona, de sus palabras, de sus obras, nos percatamos de que vemos a Dios mismo con nosotros (Immanuel), al «Dios manifestado en carne» (1Ti 3:16). Al ver a Cristo, vemos cuán «bueno es Jehová para con todos y la ternura de su amor sobre todas sus obras» (Sal 145:9. Todo el salmo es un retrato admirable de Dios, revelado en Cristo). ¿Y habrá quien no se satisfaga con ver a Jesucristo para ser feliz por toda la eternidad? ¿Hace falta ninguna otra «visión beatífica»? (v. Jua 14:9-10). El que conoce a Jesús, conoce al Padre (Jua 8:19), porque el Padre está en Jesús, y Jesús está en el Padre (Jua 10:38). «Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz (Gén 1:3), es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2Co 4:4). Todo el que contempla a Cristo con una mirada de fe, es conducido al conocimiento seguro de Dios. Cristo no es un embajador inferior al rey (comp. con 2Co 5:20), sino como un Enviado igual al Enviante (Jua 10:30).

2. Al creer en Jesucristo, somos puestos en la más feliz situación posible para nosotros: «Yo, la luz (Jua 1:9; Jua 8:12), he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas» (v. Jua 12:46). Con esto, se nos declara: (A) El carácter de Cristo: Es la luz divina que ha venido a ser la luz del mundo (v. también Jua 1:4-5; Jua 9:5; Jua 12:35-36). (B) El consuelo de los creyentes, pues éstos «no permanecen en tinieblas» como los que se obstinan en rechazar la luz; «en otro tiempo éramos tinieblas, mas ahora somos luz en el Señor» (Efe 5:8); porque «luz hay sembrada para el justo» (Sal 97:11. Lit.), para que, no sólo sea puesta en nuestro interior como un foco, sino que también progrese y crezca en resplandor «siendo transformados de gloria en gloria a la misma imagen» (2Co 3:18), que es Jesús (v. Col 1:15).

II. A continuación, vemos el tremendo peligro en que se hallan los que no creen: «Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el último día» (vv. Jua 12:47-48). Vemos:

1. Quiénes son los que se condenan, privándose a sí mismos de la vida: «Los que oyen las palabras de Cristo y no las guardan» (comp. con Sal 119:9; Mat 7:24-26; Stg 1:21-25; Stg 2:14-26; 1Pe 2:13). La misma idea aparece en Jua 1:12-13; Jua 3:36; Jua 6:40, Jua 6:47; Jua 8:51; 1Jn 5:10-12. Nadie será condenado por incredulidad, a no ser que haya rechazado el mensaje de Cristo (Jua 3:17-21; Jua 8:24). Cada ser humano será juzgado de acuerdo a la luz que haya recibido (comp. con Rom 2:12-16). Sólo Jesús es el Salvador de todos los que se salvan (Hch 4:12), incluso de los que no conocieron al Salvador por el nombre de Jesús, ya que, en Hch 4:12, el «nombre» significa, no el rótulo, sino la persona del Salvador (¿cómo serían salvos, si no, los santos del Antiguo Testamento, de los que Heb 11:1-40 nos ofrece una buena lista?).

2. En qué consiste la gravedad de esta incredulidad: En que todo el que no recibe las palabras de Cristo, le está rechazando a Él mismo (v. Jua 12:48), Verbo único del Padre (Jua 1:1), mediante el cual quedó consumada la revelación de Dios (Heb 1:1-3). Siempre que se despliega el estandarte del Evangelio, ya no caben neutrales: «El que no está con Cristo, está contra Él» (Luc 11:23).

3. La admirable paciencia y longanimidad del Señor: «Yo no le juzgo» (comp. con Jua 3:17-21; Jua 8:11, Jua 8:15). Él juzgará a todos en el Último Día (Jua 5:27-29), pero hasta entonces tiene otro oficio mejor que desempeñar: Ha sido enviado por el Padre «para que el mundo sea salvo por medio de Él» (Jua 3:16-17). Ha venido a ofrecer salvación a todo ser humano, de modo que el que no se salve no pueda achacarle a Dios el fracaso, sino sólo a sí mismo por haber rechazado la salvación que Dios le ofrecía (v. 1Ti 2:4-6).

4. La cierta e inevitable condenación de los que se hayan negado a creer. En el último día, en el Juicio Final, se llevará a cabo la gran revelación del justo juicio de Dios contra los incrédulos. «Tendrán quien les juzgue». No hay cosa tan temible como el abuso de la gracia (comp. con Heb 10:26-31), y «el menosprecio de las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad» (Rom 2:4). No hará falta que el mismo Dios se levante para pronunciar sentencia. Nótese que, en Apo 20:11., los muertos están de pie, es decir, ya resucitados para condenación, delante del gran trono blanco pero «fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras» (Apo 20:12). No se nombra aquí al «Cordero» (para la exégesis de Mat 25:41, v. el comentario a dicho lugar), mientras que, en el juicio de recompensas, se nombra «el tribunal de Cristo» (Rom 14:10, 2Co 5:10). Las palabras del Evangelio, proclamadas por el mismo Señor Jesucristo y fielmente expuestas por sus ministros, ellas serán las que se levanten a juzgar a quienes acudieron a los cultos religiosos, oyeron el mensaje del Evangelio y no le prestaron atención o no le hicieron caso. ¡Qué responsabilidad tan grande la de los que oyen los mensajes y no se convierten al Señor! Por eso, nadie sale, o se retira, de oír un mensaje en las mismas condiciones en que entró, o se acercó a escuchar: o sale convertido (o en camino de conversión), o sale más endurecido en su pecado y sin excusa alguna que presentar ante el gran trono de Dios. ¡ALLÍ ESTARÁ LA PALABRA DE DIOS, COMO JUEZ SUFICIENTE! (v. también Jua 5:24, Jua 5:45-47; Jua 8:31, Jua 8:37, Jua 8:51; Jua 14:23-24, además de Mat 7:21-27; Luc 11:28). La Palabra condenará como evidencia de criminalidad y como norma quebrantada.

III. Finalmente, Jesús hace en esta porción una solemne declaración de la autoridad que posee en orden a demandar nuestra fe en Él (vv. Jua 12:49-50).

1. Nótese la comisión que el Señor Jesucristo ha recibido del Padre: «Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; sino que el Padre que me envió, Él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar» (v. Jua 12:49). Jesús resume aquí los mismos pensamientos expresados en Jua 3:11; Jua 7:16; Jua 8:26, Jua 8:28, Jua 8:38; Jua 14:10. El Padre le dio todas las instrucciones de lo que había de decir y de lo que había de hablar, y Jesús las cumplió a la perfección (v. Jua 3:34), todas sus palabras fueron «palabras de Dios». Los verbos «decir» y «hablar» son aquí sinónimos; Jesús emplea ambos para mayor énfasis. Esta instrucción que Jesús nos ha dado de parte de Dios es llamada aquí «mandamiento», en el sentido de «orden» o «encargo que cumplir» (v. Hch 17:15). Por eso, el Nuevo Testamento Hebreo (versión hecha del griego por judíos convertidos), emplea el mismo verbo que hay en el Sal 91:11, así como en Mat 4:6; Luc 4:10 (hebreo, zavah; griego, entello, del que se deriva entolé). Nuestro Señor Jesucristo aprendió experimentalmente la obediencia (Heb 5:8) antes de enseñarla, a pesar de que era el Hijo. Dios ordenó obediencia al Primer Adán, y su desobediencia causó nuestra ruina. También ordenó obediencia al Postrer Adán, y su obediencia nos procuró la salvación (v. Rom 5:19).

2. Adviértase el objetivo de tal comisión: «Y sé que su mandamiento es vida eterna» (v. Jua 12:50). Es decir, la comisión dada por el Padre a Cristo tiene que ver con la vida eterna de los seres humanos. Él ha venido a revelar, a proclamar y a procurar esa vida eterna (Jua 10:10). De ahí que quienes siguen las instrucciones de Cristo, y creen en su Palabra, obtienen la vida eterna (v. también Jua 3:16; Jua 6:63; 1Jn 2:25). Por eso, quienes desobedecen a Cristo, renuncian por ello mismo a la vida eterna (Jua 3:36), y se privan a sí mismos de la bienaventuranza perpetua. Por este, y todos los demás lugares del Nuevo Testamento, vemos, como hace notar Hendriksen, cuán equivocados son los que piensan que un Hijo amoroso vino para aplacar a un Padre irritado. Por el contrario, Jesús deja bien claro que fue el Padre quien le ha dado el mandamiento de procurar la vida eterna y revelárnosla (comp. con Jua 3:16; Rom 8:32; 2Co 5:19-21; Gál 4:4).

3. Véase finalmente, la exacta observancia con que llevó a cabo Jesús la orden del Padre: «Así, pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho» (v. Jua 12:50). De la misma manera que un testigo fiel ocasiona la salvación de un acusado inocente, así también Cristo cumplió fielmente el encargo del Padre de revelar y procurar vida eterna: Habló la verdad, toda la verdad y sola la verdad. Esto es un gran estímulo para creer, pues si entendemos bien las palabras de Cristo y las ponemos por obra, hemos depositado en buenas manos el negocio de nuestra salvación eterna (comp. con 2Ti 1:12); si no lo hacemos así, arriesgamos la eternidad de nuestra alma, pues la exponemos a la eterna condenación. También es un gran ejemplo de obediencia, ya que Jesús dijo y habló exactamente lo que se le ordenó. Este es el único honor que apetece y estima: que lo que el Padre le ha dicho y ordenado que dijera, eso es lo que ha dicho y hablado. Así, pues, al creer con certeza absoluta cada una de las palabras que Cristo nos dice, y al someter enteramente nuestra vida a sus normas, le daremos la gloria que su nombre se merece.

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