Juan 18:13 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Juan 18:13 | Comentario Bíblico Online

Relato de la comparecencia de Cristo ante el sumo sacerdote, con algunos detalles que son omitidos por los otros tres evangelistas. Las negaciones de Pedro, que los otros evangelistas refieren aparte, aparecen aquí entretejidas con otros episodios. Como el cargo que se le imputaba a Jesús era de orden religioso, las autoridades religiosas del país hicieron que fuese llevado de inmediato a la presencia del más alto tribunal religioso. Tanto los judíos como los gentiles le habían arrestado y tanto los judíos como los gentiles habían de condenarle a muerte en sus respectivos tribunales, por cuanto había venido a dar su vida tanto por los judíos como por los gentiles.

I. Después de apresar al Señor, «le llevaron primeramente a Anás» (v. Jua 8:13). Sólo Juan menciona este episodio de la presentación de Jesús ante Anás. Contra la opinión de algunos autores, incluido Edersheim, Hendriksen ha demostrado brillantemente que todo este episodio, hasta el versículo Jua 18:23, tuvo lugar ante Anás, no ante Caifás; y el versículo Jua 18:24 es un argumento contundente a favor de esta opinión. La objeción de que, en todo el pasaje citado, se habla del «sumo sacerdote», y sabemos, por el mismo Juan (Jua 11:51; Jua 18:24), que Caifás era el sumo sacerdote, no debe llamarnos a engaño, si tenemos en cuenta lo que sabemos por la historia del pueblo judío: Anás había sido nombrado sumo sacerdote por el procurador Quirino el año 6 de nuestra era, y había ocupado el cargo hasta el año 15 o 16. Después de un breve intervalo, un hijo de Anás ostentó el cargo, hasta que, desde el año 18 hasta el 36, fue Caifás, yerno de Anás, quien ejerció el sumo sacerdocio. Después de él, otros cuatro hijos y un nieto de Anás ocuparon este cargo, pero siempre ejerció Anás un papel tan preponderante, que se le llama varias veces «sumo sacerdote» junto con su yerno Caifás (v. Luc 3:2; Hch 4:6). No es, pues, de extrañar que el propio Judas lo condujese primero a quien, en realidad, tenía las riendas del supremo poder religioso y que era, quizás, el que había convenido con Judas el precio que se le había de pagar por la traición. Es muy significativo que, a partir de este momento, Judas desaparezca de la escena hasta el momento de su tardío remordimiento. Consideremos ya tras esta nota aclaratoria, lo que significaba este modo de conducir a Jesús:

1. «Le llevaron». Le llevaron como en triunfo, como un trofeo de su victoria. Se lo llevaron a toda prisa y con violencia, como si fuera el más vil y el más abominable de los malhechores. Nosotros nos hemos dejado arrastrar por nuestras impetuosas concupiscencias, hasta ser llevados cautivos a voluntad de Satanás y, a fin de que pudiésemos ser rescatados, Cristo fue llevado violentamente, prisionero de los agentes e instrumentos de Satanás.

2. Le llevaron a sus amos que les habían enviado a prenderle. Era casi medianoche, y cualquiera habría de pensar que le iban a dejar bajo custodia hasta que amaneciera y llegase la hora oportuna para presentarlo ante un tribunal; pero no es así, sino que es llevado a toda prisa, no a los jueces de paz para que se hagan cargo de Él, sino a los jueces malvados para ser condenado; ¡tan extremadamente violenta era la furia con que deseaban acelerar el proceso!

3. «Le llevaron primeramente a Anás», puesto que era el personaje más influyente, y también el más taimado, del Sanedrín. Llevándolo a su presencia le rendían un homenaje de respeto a su alta dignidad y le aseguraban el éxito en la empresa de conducir a Cristo al patíbulo. Cristo, la gran víctima del gran sacrificio, había de ser presentado a este personaje y conducido después, «atado» (v. Jua 18:24) al sumo sacerdote en funciones, Caifás, como quien ha obtenido la aprobación para ser puesto sobre el altar. Es muy probable que Anás y Caifás viviesen en el mismo palacio del sumo sacerdote por lo que el paso de Jesús de una vivienda a otra podía hacerse con toda discreción, comodidad y rapidez.

II. Anás y Caifás entran en acción en el proceso de Jesús.

1. Vemos el poder y la posición de Anás y de Caifás. De Anás se nos dice que «era suegro de Caifás», para darnos a entender, no sólo su parentesco con la suprema autoridad religiosa de la nación, sino también, aunque implícitamente, el ascendiente que este personaje astuto e influyente tenía sobre su yerno, como lo tuvo sobre sus hijos. De Caifás se dice, como en Jua 11:51 «que era sumo sacerdote aquel año». Repetimos que esto no significa que los sumos sacerdotes se nombraran por turnos «anuales», sino que acaeció que aquel año era sumo sacerdote Caifás, siéndolo también durante varios años antes y después del ministerio público de Jesús. El evangelista quiere resaltar aquí que Caifás era sumo sacerdote el mismo año en que el Mesías «fue cortado de la tierra de los vivientes» (Isa 53:8, comp. con Dan 9:26). Cuando, por parte de los hombres, iba a ser cometido un crimen tan execrable como la condenación y ejecución del Mesías, la Providencia dispuso que una persona también execrable ocupase la primera cátedra y el sumo oficio sacerdotal del país. El ser sumo sacerdote aquel año fue para Caifás el colmo de su ruina, pues se constituyó en el principal portavoz de los que, a toda costa, querían quitar de en medio al Mesías. Hay muchas personas a quienes la promoción a los puestos más elevados les ha hecho perder su reputación ante la Historia a la cual no habría pasado Caifás con tanta deshonra si no hubiese obtenido tan alto honor.

2. La maldad de Caifás se nos insinúa (v. Jua 18:14) mediante la repetición de lo que poco tiempo antes había dicho: «que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo» (v. Jua 11:51). Con este desafío a las normas de la más elemental equidad, mostraba Caifás la nefanda política que constituía el eje de toda su inmoral conducta. El caso de Jesús estaba ya decidido en el tribunal de este hombre antes de que el reo fuese presentado y oído. Caifás había proferido de antemano la sentencia: Jesús debía morir. Así que su proceso era una burlona comedia. En realidad, fue un testimonio de la inocencia del Señor Jesucristo por boca de uno de sus peores enemigos, el reconocer que, fuese como fuese, había de ser sacrificado en beneficio del pueblo, y esto, no porque fuese necesario a causa de la malignidad del reo, sino como algo conveniente para el bien común de la nación.

3. La complicidad de Anás en la prosecución de Cristo, puesto que participó en el proceso de Jesús de distintos modos:

(A) Como capitán de los oficiales o alguaciles, al retener preso a Jesús cuando debería haberlo soltado. Menos excusa tenía él para retener atado a Jesús que los alguaciles, ya que tenía la obligación de conocer el caso mejor que ellos.

(B) Como la persona más influyente del Sanedrín y, con toda probabilidad, como el iniciador del interrogatorio que vemos en los versículos Jua 18:19.

III. En el palacio de Anás y de Caifás, Simón Pedro comenzó a negar a su Maestro (vv. Jua 18:15-18).

1. No fue sin dificultad como entró Pedro al patio del sumo sacerdote, conforme se nos refiere en los versículos Jua 18:15-16, donde vemos:

(A) La buena inclinación de Pedro hacia Jesús, la cual (aunque de poco le sirvió) se observa en dos cosas:

(a) En que seguía a Jesús (v. Jua 18:15), aunque de lejos, cuando el Señor era llevado a Anás. Aun cuando, al principio huyó como los demás discípulos, después parece ser que se repuso algún tanto y comenzó a seguirle a cierta distancia, al recordar las promesas que había hecho de adherirse a Él, costase lo que le costase. Quienes de veras aman y estiman a Cristo, le seguirán sople el viento que sople y en toda clase de circunstancias, tanto prósperas como adversas. Pero ya vemos aquí un primer mal paso de Pedro al seguir al Señor de lejos.

(b) En que, ya que no pudo entrar hasta el lugar en que Jesús se hallaba, entró en el patio del sumo sacerdote gracias a la recomendación del «otro discípulo» que le acompañaba. Parece, en verdad, que el deseo de Pedro era estar lo más cerca posible de Jesús y esperar quizás una oportunidad para llegarse más cerca todavía. Pero al quedarse fuera, junto con los criados que estaban calentándose junto a la lumbre, Pedro dio un segundo mal paso hacia su caída. Cristo, que lo conocía mucho mejor de lo que él se conocía a sí mismo, le había dicho anteriormente: «Adonde yo voy, no me puedes seguir ahora» (Jua 13:36); además le había profetizado una y otra vez que le había de negar; pero Pedro no cejó en su terquedad, hasta que la experiencia le hizo percatarse de su propia debilidad al llegar a negar a Jesús, conforme le había predicho el Maestro.

(B) El favor que el otro discípulo dispensó a Pedro al abogar por él a fin de que pudiera entrar al patio del sumo sacerdote, aun cuando la experiencia posterior demostró que no había sido un favor, sino un perjuicio, el que le había procurado. Muchos son los exegetas que no sólo opinan, sino que dan por seguro el hecho de que este «otro discípulo» era Juan el propio evangelista. Pero no hay razón para pensar que fuese Juan ni otro alguno del círculo de los más íntimos de Jesús. Más aún, hay bastantes razones en contra:

(a) Es muy improbable que un no muy rico ni noble pescador de Galilea tuviese tanta influencia con el sumo sacerdote en Jerusalén; sobre todo, tratándose de un Apóstol que había seguido a Cristo a todas partes, tanto como Pedro y Jacobo el Mayor.

(b) Siempre que Juan se oculta bajo el anónimo de «otro discípulo», añade, sin excepción, «al que amaba Jesús». No se explica que aquí no lo dijera, cuando no había ya ningún peligro en decirlo.

(c) El hecho de que Juan acumule detalles en el proceso de Jesús y en las negaciones de Pedro se debe a dos factores: Primero que trataba de rellenar las lagunas de los otros evangelistas, como se ve en el proceso de Jesús ante Anás, algo que los sinópticos no mencionan. Por otra parte, al ser Juan el que refiere la rehabilitación de Pedro (Jua 21:15-17), es natural que también refiera en detalle las negaciones de Pedro, así como sus anteriores promesas de fidelidad a Jesús.

(d) Finalmente, es mucho más probable que este «otro discípulo» fuese alguien influyente dentro de la capital del país; aunque, por alguna razón para nosotros desconocida Juan haya preferido dejarlo en el anonimato (¿Quizás el dueño del Aposento Alto? ¿Era éste el padre de Juan Marcos?).

2. Tan pronto como Pedro se halló en el interior del patio del sumo sacerdote, fue asaltado de inmediato por la tentación (v. Jua 18:17).

(A) Vemos primero cuán ligero fue el ataque. Fue una simple criada, y de tan poco relieve como para ocupar sólo la portería, la que le retó a identificarse vagamente: «¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?» Pedro habría tenido algún motivo de alarmarse si hubiese sido Malco el que, agarrándole del brazo, hubiese dicho ante los presentes: «Éste es el que me cortó la oreja, y yo voy a conseguir que le quiten la cabeza».

(B) Si débil fue el ataque, la rendición no pudo ser más rápida. Sin tomarse tiempo para pensar, Pedro respondió tan necia como cobardemente: «No lo soy». Como sólo estaba preocupado por su propia seguridad personal, pensó que no quedaría incólume si no se daba prisa a negar su conexión con Jesús.

(C) A pesar de esta primera derrota, Pedro no escarmienta, sino que se queda allí con los siervos y los alguaciles: «y también con ellos estaba Pedro en pie, calentándose» (v. Jua 18:18). Vemos:

(a) Cuán poco se preocupaban estos siervos y alguaciles de lo que le pasase a Jesús. Al estar fría la noche de primeros de abril, hacen lumbre en el patio y se ponen al abrigo del fuego.

(b) Más lamentable es todavía la actitud de Pedro, quien también estaba de pie, calentándose con ellos. Mal había hecho en seguir a Jesús de lejos; peor, al quedarse con los siervos del sumo sacerdote; pésimo, el final, al ceder a la tentación de negar al Maestro. És muy probable que hubiese podido subir a la parte alta del salón en el que se celebraba el proceso de Cristo, a fin de dar allí buen testimonio del Salvador. Podía haber aprendido de Cristo cómo comportarse cuando le llegase a él el turno de sufrir por la causa del Evangelio. Con todo, ni su conciencia ni su curiosidad bastaron para llevarle hasta el aula del proceso; y, lo que es mucho peor, se quedó con los enemigos de Jesús, expuesto así a ulteriores ataques. Y, si no había sido valiente para resistir a una simple portera, ¿qué haría si aquel grupo de hombres le descubría? Una cosa tan insignificante como el amor a la lumbre en una noche fría fue bastante para que Pedro se mezclase imprudentemente con tan malas compañías. Si el celo de Pedro por su Maestro no se hubiera helado, sino que hubiera continuado con el mismo fervor que parecía tener unas pocas horas antes, no le habría hecho falta a Pedro arrimarse ahora a tan peligrosa lumbre. Así que Pedro era digno de reprensión:

Primero, por juntarse con estos malvados, quienes probablemente se estarían divirtiendo con los detalles de la expedición de aquella noche: el beso de Judas, el arresto de Jesús, etc. Seguro que se burlarían del Señor; y ¿qué clase de diversión podían ser para Pedro estas bromas? Si le faltaba el coraje necesario para salir en defensa de su Maestro, al menos debería haber tenido el suficiente afecto a Jesús como para retirarse a un rincón a llorar en secreto por los padecimientos de su Maestro y por el pecado que contra Él acababa de cometer al negarle cobardemente.

Segundo, porque, de lo que se colige del relato, deseaba pasar por uno de ellos. ¿Es posible que éste sea Pedro? ¿Es éste el que confesó abiertamente que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo? (Mat 16:16). Mala cosa es querer calentarnos con aquellos en cuya compañía estamos en peligro de quemarnos.

IV. Mientras Pedro, el gran amigo de Cristo, había comenzado a negarle, el sumo sacerdote (probablemente, Anás), el gran enemigo de Cristo, había comenzado a acusarle (vv. Jua 18:19-21). Según parece, la primera tentativa consistía en demostrar que Jesús enseñaba falsas doctrinas y, de este modo, traía engañados a sus discípulos. Cuando este procedimiento falló, se intentaron los que nos narran los otros evangelistas, hasta llegar a la acusación de blasfemia ante Caifás, con lo que su proceso ante el tribunal religioso quedó concluso. Observemos:

1. Los temas sobre los cuales fue examinado Jesús en primer lugar: «Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina» (v. Jua 18:19). Por donde vemos:

(A) La irregularidad de este proceso, pues era contra toda ley y equidad. Ahora que el preso está delante del tribunal, no tienen ningún cargo formal de qué acusarle. Contra toda razón y justicia, se le hace que se acuse a sí mismo.

(B) La mala intención de la pregunta del sumo sacerdote, al interrogarle sobre detalles concernientes a su vida privada: (a) Sobre sus discípulos, para poder acusarle de sedicioso. Hay quienes piensan que esta parte de la pregunta venía a significar: «¿Qué les ha pasado a tus discípulos? ¿Por qué no se presentan a testificar?» con la intención de poner de manifiesto la cobardía de los más íntimos seguidores del Señor, y tratar así de añadir aflicción a sus padecimientos; (b) Sobre su doctrina, para poder acusarle de impío. Este era un tema muy apto para ser juzgado en este tribunal, ya que un profeta no podía morir sino en Jerusalén, donde tenía sus sesiones dicho tribunal. Es notable que no le pregunta sobre sus milagros, con los que había pasado haciendo el bien (Hch 10:38), porque con relación a éstos no podían acusarle de nada.

2. La respuesta que Cristo dio al interrogatorio de Anás. En cuanto a sus discípulos, no respondió palabra. Hay autores que opinan que, al ser ilegal el interrogatorio, no sólo por ser celebrado durante la noche, sino por ser el Sanedrín el que tenía jurisdicción para un interrogatorio legal, no Anás, Jesús no respondió al primer extremo de la pregunta, y sólo indirectamente al segundo. Lo más probable es que Cristo no respondiera a lo de los discípulos sencillamente porque, para vergüenza de ellos, todos le habían abandonado, y el único que se hallaba cerca, en el patio, estaba negándole repetidamente. Por otra parte, el tener discípulos era una práctica común entre los maestros. Si, a pesar de todo, el sumo sacerdote quería tender un lazo también a los discípulos, Jesús les había preservado la libertad desde que, en el huerto, había dicho a los que vinieron a arrestarle: «Si me buscáis a mí, dejad ir a éstos» (v. Jua 18:8). Y compasivo como era con las debilidades de los suyos no quiso decir nada contra ellos, ya que no podía decir nada a favor de ellos. En cuanto a su doctrina, Jesús no creyó oportuno explicar nada a Anás, sino referirse en general a quienes le habían oído (vv. Jua 18:20-21). Después de todo, no era Él, sino los que le habían oído quienes podían testificar imparcialmente en este caso. Así que:

(A) Tácitamente, acusa a sus jueces de proceder ilegalmente, pues apela a las normas legales para que le digan si aquel procedimiento es equitativo: «¿Por qué me preguntas a mí?» (v. Jua 18:21). Como si dijese: «¿Por qué me preguntas acerca de mi doctrina cuando ya tienes prejuzgado que es condenable? Además, ¿acaso soy yo el que debo acusarme a mí mismo?» Habían decretado en el Sanedrín que todo el que le reconociera como a Mesías fuese expulsado de la sinagoga (Jua 9:22). ¡Y venían ahora a preguntarle sobre su doctrina!

(B) Explícitamente, declara que, en la proclamación de sus enseñanzas, nunca ha tenido nada que ocultar. De esta manera, se descarga plenamente de cualquier acusación contra Él: (a) En cuanto a su manera de predicar: «Yo he hablado públicamente …; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo … y nada he hablado en oculto» (v. Jua 18:20). Aunque había guardado sus confidencias para sus más cercanos seguidores, su predicación había tenido lugar siempre en público: en las sinagogas, en el templo, al aire libre. Y siempre había hablado sin rodeos ni ambigüedades, sino con plena certeza de lo que decía: «De cierto, de cierto os digo …» (b) En cuanto a las personas a quienes predicaba o enseñaba: A todos cuantos se paraban a oírle: «Al mundo», en general; a «todos los judíos» que se reunían en las sinagogas y en el templo. (c) En cuanto a los temas que había tocado, bien podían ser investigados, pues «nada había hablado en oculto». No la había enseñado en rincones inaccesibles para el público, ni la había disimulado por temor al qué dirán, pues no tenía nada de qué avergonzarse en todo lo que había enseñado. Y aun lo que había dicho en secreto a sus discípulos, había mandado que se publicase desde las azoteas de las casas (Mat 10:27).

(C) Al apelar a quienes le habían escuchado, pide que se les examine a ellos: «Pregunta a los que han oído, qué les he hablado; mira, ellos saben lo que yo he dicho» (v. Jua 18:21). No quiere decir que pregunten a sus discípulos y amigos, quienes estarían dispuestos a hablar bien de Él, sino a los oyentes imparciales, al común de la gente que le había escuchado. Todos cuantos hayan escuchado las enseñanzas de Cristo, el mensaje del Evangelio, si están dispuestos a juzgar imparcialmente, no tendrán más remedio que dar buen testimonio de Jesús y de su doctrina.

V. Mientras Jesús sufría este ilegal interrogatorio, los que estaban junto a Él, lejos de guardarle el más elemental respeto, se comportaron indignamente con Él (vv. Jua 18:22-23).

1. Villana en extremo fue la afrenta que le infirió uno de los alguaciles que estaba allí. Ante la mansa respuesta de Jesús, este insolente esbirro «le dio a Jesús una bofetada (el vocablo griego puede significar un golpe cualquiera: un revés con la mano, un puñetazo o un varapalo, al ser lo primero lo más probable), diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote?» (v. Jua 18:22). Si se compara la respuesta de Jesús con la de Pablo en Hch 23:3 (aunque en descargo de Pablo hay que notar, tanto la impía conducta de Ananías como la defectuosa visión de Pablo), se notará la diferencia, ya que Jesús no había dicho palabra alguna que fuese injuriosa para el sumo sacerdote, el cual, para colmo, no era el verdadero «sumo sacerdote» en funciones. Además, fue un acto de extrema cobardía golpear de este modo a un prisionero con las manos atadas; pero aún más, golpearle ante el propio tribunal en el que era interrogado. Con todo, el juez de la causa no dijo una sola palabra a favor del reo, sino que, al contrario, parece que le satisfizo esta prueba de aparente lealtad y adulación por parte del alguacil. «¿Así respondes al sumo sacerdote?» Como si el Señor Jesús se hubiese comportado como un rudo y descortés preso común al que es preciso enseñar buenos modales. Si Anás hubiese sido una persona digna, no habría consentido este desacato en su presencia, por muy halagadora que pareciese la forma en que el alguacil se expresó a favor de su amo. Sólo los gobernantes impíos se complacen en los servicios de impíos subalternos, ya que son éstos los más apropiados para apoyarles y ayudarles a llevar a cabo sus malvados designios.

2. El Señor Jesucristo soportó la afrenta con admirable mansedumbre y paciencia: «Jesús le respondió: Si he hablado mal testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas?» (v. Jua 18:23). De paso, hemos de notar que, después de recibir el golpe, Cristo no puso la otra mejilla, con lo que se ve claramente que la norma de Mat 5:39, no ha de interpretarse literalmente, como algunos pretenden. Al comparar la norma de Jesús con su propia conducta, aprendemos que en casos parecidos a éste, no debemos tomarnos la justicia por nuestra mano ni ser jueces en causa propia (comp. con Rom 12:19). No es menester que nos callemos ante las injurias, pero, con el ejemplo de Cristo, nuestra respuesta ha de ser mansa y razonable, nunca airada ni violenta. Esto es ser «imitadores de Dios» (Efe 5:1), según indica el contexto anterior.

VI. Mientras los criados de Anás se comportaban con Jesús de esta manera tan vil, Pedro continuaba negándole (vv. Jua 18:25-27).

1. Por segunda vez, repitió su pecado. Mientras estaba calentándose con los siervos y alguaciles, éstos «le dijeron: ¿No eres tú de sus discípulos?» Y, acobardado de nuevo, no fuese que echasen mano de él, respondió negativamente: «Él negó y dijo: No lo soy» (v. Jua 18:25). Donde vemos:

(A) La gran imprudencia que cometió Pedro al continuar en compañía de unas personas de las que seguramente le había de sobrevenir de nuevo la tentación. No se percató de que quienes se complacen en calentarse con malhechores (comp. con Sal 1:1), pronto se vuelven fríos hacia las buenas personas y hacia las buenas cosas, y que los que se sienten a gusto junto al fuego del diablo, se exponen a ser devorados por el fuego del diablo.

(B) Para su mala fortuna, fue asaltado de nuevo por la tentación, como era de prever. Obsérvese: (a) La astucia del tentador al procurar la caída de quien ya se había tambaleado antes, no es ahora una simple portera, sino todos los criados del sumo sacerdote quienes le interrogan. El conocido proverbio dice: «Resiste a los comienzos», porque el que cede a la primera tentación, pronto se ve asaltado por otra más fuerte. Satanás redobla sus ataques cuando ve que comenzamos a ceder terreno. (b) Los peligros de las malas compañías. Mostramos de ordinario nuestra disposición y nuestro carácter en la forma en que escogemos nuestras compañías y amistades. La elección de un amigo o de un compañero es siempre una elección importante, pues no sólo muestra, sino que puede moldear, nuestro carácter; por consiguiente, hemos de poner suma diligencia en escoger bien las primeras amistades.

(C) De nuevo mostró Pedro su debilidad y cobardía al ceder a la tentación y decir: «No lo soy. No soy de sus discípulos, ni tengo nada que ver con Él ni con los suyos». Pedro se avergüenza de lo que habría de constituir su mayor honor. En efecto, cuando Cristo era admirado y tratado con respeto, Pedro se jactaba y gloriaba de ser discípulo de Jesús. Desgraciadamente, se repite el caso en muchos que aparentan tener en gran estima la fe cristiana cuando la religión está de moda, pero se avergüenzan de ella cuando parece caer en descrédito y, especialmente, cuando es perseguida.

2. Pedro repite ahora por tercera vez su negación (vv. Jua 18:26-27); esta vez, a pregunta de un pariente de Malco, al que Pedro había cortado la oreja derecha en el huerto de Getsemaní (v. Jua 18:10). Sólo Juan (porque podía hacerlo sin ningún peligro) nos refiere este detalle: «Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto con Él?» (v. Jua 18:26). Y continúa diciendo Juan: «Negó Pedro otra vez, y en seguida cantó el gallo» (v. Jua 18:27). Antes de pasar adelante, son de notar en Juan dos detalles que son exclusivos de su narración: 1) la cuidadosa matización de las preguntas que los interlocutores hacen a Pedro; 2) la ausencia de mención alguna: Primero, de la mala manera en que, increscendo, iba respondiendo Pedro en sus negaciones, hasta llegar a juramentos y maldiciones (v. especialmente Mar 14:66-72). Segundo, de la mirada de Jesús a Pedro, que sólo Lucas (22:61) nos ha conservado (v. comentario a dicho lugar). Tercero, del llanto de Pedro, después que el gallo cantó por segunda vez. La explicación más probable (nota del traductor) de esta ausencia de pormenores es que Juan escribe esto, quizás unos veintiocho años después del martirio de Pedro (en todo caso, más de veinte años después), y el respeto al gran Apóstol le impide acumular detalles que añadan desdoro a su persona. Por otra parte, los otros evangelistas habían referido ya suficientes pormenores. Veamos ahora:

(A) Anteriormente, sólo cabían sospechas acerca de la estrecha relación de Pedro con Jesús, pero ahora el que dirige la pregunta, aunque sin absoluta seguridad, es alguien que recordaba haber visto a Pedro en el huerto de Getsemaní cuando Cristo fue arrestado. Como Pedro fue el que le cortó la oreja a Malco, y el interlocutor era pariente de Malco, las sospechas aumentaban. Por haber ocurrido de noche el arresto, y a pesar de la luz de las antorchas, el hombre no tenía completa seguridad, aunque sí fuertes sospechas. Repitamos una vez más que la imprudencia de Pedro en su precipitada acción en el huerto le estaba causando problemas, Pues ayudaba a los presentes a identificarle. Y cuanto más hablaba, más le delataba su acento galileo. Con esto vemos que quienes piensan que pueden escapar de un aprieto al cometer un pecado, no hacen otra cosa que enredarse y comprometerse más y más. En cambio, quien es lo suficientemente valiente para estar del lado de la verdad, la verdad le defenderá a la larga y, al menos, saldrá del aprieto, o pasará a través de él, con la cabeza bien alta. El detalle del parentesco del interlocutor con Malco aparece aquí para hacernos ver que esta circunstancia añadiría nuevo terror a los temores de Pedro, con lo que se nos enseña a no malquistarnos con nadie en cuanto esté de nuestra parte. Cuando lo que se necesita son amigos, no deberíamos crearnos enemigos sin necesidad. Una circunstancia bien digna de notarse, y que suele pasar desapercibida a lectores y comentaristas, es que, a pesar de que, al llegar a este punto, había suficientes pruebas para llevar a Pedro ante los tribunales, especialmente por lo de Malco, escapó indemne sin embargo, sin que nadie le echara mano siquiera. Con ello se nos muestra cuán a menudo somos arrastrados cobardemente a cometer un pecado por miedo infundado a correr algún peligro, cuando un poco de discreción y prudencia nos habría bastado para conservar la paz de ánimo junto con la tranquilidad de la conciencia.

(B) La forma en que Pedro sucumbió a la tentación fue tan vil y cobarde como antes, más aún, según se deduce por los relatos de los otros evangelistas, fue de mal en peor, tanto en su imprudencia como en la forma de expresar sus negaciones: negó una y otra vez, y negó cada vez con mayor vehemencia. Por donde vemos: (a) La naturaleza del pecado en general; es engañoso y seductor, y endurece en la obstinación al pecador: «que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado» (Heb 3:13, comp. con Stg 1:14-15). Aquí puede aplicarse lo de Pro 17:14: «El que comienza la discordia es como quien suelta las aguas». O como dice Santiago (Jua 3:5) a l hablar de los males que produce la lengua: «¡Mirad qué gran bosque se incendia con un pequeño fuego!» El pecado, como la lepra, tiende a extenderse en el propio paciente y a contagiar a los demás; una vez que se derriba la cerca, no es de extrañar que la finca se vea invadida por toda suerte de alimañas. (b) La naturaleza del pecado de mentir, en particular: la mentira es un pecado que prolifera, porque una mentira necesita otra para poder sostenerse; y la segunda mentira necesita una tercera, y así sucesivamente. Por lo que dice nuestro refrán castellano: «Antes se coge a un mentiroso que a un cojo». Es tan contra naturaleza la mentira en el ser humano, aún caído (comp. con Jua 8:44), que el mayor mentiroso del mundo no puede menos de decir muchas más verdades que mentiras, por lo cual la contradicción no tarda en descubrirse; con lo que el mentiroso suele perder todo crédito, incluso cuando dice la verdad.

(C) «Y en seguida cantó el gallo» (v. Jua 18:27). Por los demás evangelistas sabemos que ésta fue la segunda vez que cantó el gallo, de acuerdo con la predicción del Señor (v. Mar 14:30). Para los demás este canto del gallo nada tuvo de particular, pues era lo de siempre, pero para Pedro significaba mucho, pues era como la voz de Dios que le invitaba al arrepentimiento.

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