Juan 6:28 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Juan 6:28 | Comentario Bíblico Online

Comienza el gran mensaje de Jesús sobre el pan vivo que era Él mismo. Vemos que los judíos le interrumpen al llegar a este punto y comienzan a hacerle preguntas. Jesús no se resiente por la interrupción, sino que aprovecha la oportunidad para dar instruccion.

I. Al oír de «trabajar», los judíos piensan en las obras de la Ley, y piensan que Jesús alude a obras especiales necesarias para alcanzar un puesto en el reino de Dios. Por eso, preguntan: «¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?» (v. Jua 6:28); es decir, las obras en que Dios se complace y tiene por justas. Esta pregunta es de suma importancia cuando se hace con sinceridad y con determinación de obedecer la voluntad de Dios. Ellos entienden, al menos, que una comida que permanece para vida eterna merece que por ella se haga cualquier esfuerzo. Y, al ser una comida que Dios dispone, es necesario conocer el medio de alcanzarla. La respuesta de Jesús es clara, directa y definitiva: «Ésta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado» (v. Jua 6:29). ¿Quiere esto decir que la fe es una obra? Entonces, ¿cómo podemos salvarnos por gracia (Efe 2:8), si la fe es una obra que el hombre debe hacer? Para entender bien la frase de Jesús, es necesario tener en cuenta lo siguiente:

(A) El Evangelio de Juan, como los demás libros del Nuevo Testamento, no deja lugar a dudas de que la salvación es por gracia (v. Jua 1:13, Jua 1:17, Jua 1:29; Jua 3:3, Jua 3:5, Jua 3:15-16; Jua 4:10, Jua 4:14, Jua 4:36, Jua 4:42; Jua 5:21; Jua 6:27, Jua 6:33, Jua 6:37, Jua 6:39, Jua 6:44, Jua 6:51, Jua 6:55, Jua 6:65; Jua 8:12, Jua 8:24, Jua 8:36; Jua 10:7, Jua 10:9, Jua 10:28-29; Jua 11:25, Jua 11:51-52; Jua 14:2-3, Jua 14:6; Jua 15:5; Jua 17:2, Jua 17:6, Jua 17:9, Jua 17:12, Jua 17:24; Jua 18:1; Jua 20:31).

(B) Pero la fe que se requiere para ser salvo, no es una fe ociosa, sino una fe activa, en la que el pecador pone todo su empeño (Jua 3:14.), que se reactiva por medio del amor (Gál 5:6) por lo que Pablo habla de «la obra de vuestra fe» (1Ts 1:3). El hecho de que la fe no se adquiera por medio del trabajo no quiere decir que sea una fe que no obra: La obra de la fe es la obra de recibir el don de Dios, como observa Hendriksen; y tanto él como Strong comparan la fe a la raíz de un árbol: la raíz no produce por sí misma el agua y los minerales de que se nutre el árbol, sino que los recibe como un don del suelo; sin embargo ejerce una labor necesaria y ardua para sacar del suelo lo que será después la savia que de vida al árbol.

II. Entonces los judíos, al oír de labios de Jesús la demanda de creer en Él como Enviado del Padre, le piden una señal (v. Deu 18:20.).

1. Piden que les muestre las credenciales: «¿Qué señal pues, haces tú, para que veamos y te creamos? ¿Qué obra haces?» (v. Jua 6:30). A pesar de haber visto el milagro de la multiplicación de los panes y los peces y de estar enterados de otros milagros que Jesús había realizado, piden una señal «del cielo» (comp. con Mar 8:11; Luc 11:16), como se ve por los versículos Jua 6:31-33. ¡Precisamente en Capernaúm, donde tantos y tan grandes milagros había hecho! No, no les bastaba con el pan del que se habían saciado; reclamaban, como señal, «pan del cielo» (v. Jua 6:31), como el maná que sus antepasados habían comido en el desierto. ¡Como si el pan cotidiano no fuese un don del cielo! Vienen a decir: «Si Él es mayor que Moisés, que haga un milagro que, al menos, sea tan grande como el de Moisés al alimentar con el maná a todo el pueblo de Israel». Véase qué mal uso hacían de la historia, al apelar de nuevo a una comida que perecía en un solo día. Por otra parte olvidan que sus mismos antepasados habían llegado a menospreciar el maná diciendo: «nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano» (Núm 21:5). Fue precisamente este desprecio el que provocó el envío de Jehová de serpientes venenosas entre el pueblo. De la misma manera menospreciaban estos judíos al que, a semejanza de la serpiente de bronce, había de ser levantado en la Cruz para salvación de los que creyesen en Él (Jua 3:14-15).

2. Jesús les replica y rectifica la falsa idea que tenían del dador del maná: «Jesús entonces les dijo: De cierto, de cierto os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo» (v. Jua 6:32). No fue Moisés el dador del maná, sino Dios mismo, como puede verse por Éxo 16:4; Sal 78:24, entre otros lugares, aunque por mano de Moisés, como instrumento de Dios, les fuese servido el maná, como les fue servida el agua (v. Neh 9:14-15).

3. El Señor sigue diciendo: «Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo» (v. Jua 6:33). Con esta ulterior explanación, Jesús les hace ver, con un triple contraste, que el pan que Él da es superior en todo al maná de Moisés: (A) Moisés fue un medio para dar el maná, mientras que Dios mismo les da este pan; (B) el maná no era verdadero alimento, sino tipo del verdadero pan del cielo; (C) el maná era para el sustento diario, pero el pan que Jesús da es para vida eterna. Con todo, y como hemos apuntado ya, los judíos no entendieron el sentido espiritual de estas palabras y se creyeron que hablaba de un pan material: «Le dijeron, pues: Señor, danos siempre este pan». Como si dijesen: Ya nos diste pan para un día, pero queremos que nos des siempre de este otro pan, que no sólo sirve para sustentar la vida, sino también para darla. A esta demanda, va a responder Jesús con el gran discurso sobre el pan de vida, que sigue a continuación.

III. Después de responder cumplidamente a lo que los judíos le preguntaban, Jesús tomó ocasión para hablar de Sí mismo bajo el símil del pan, y del creer en Él bajo el símil del comer y beber, y acaba por decir que el pan vivo sería su propio cuerpo, del cual habrían de aprovecharse todos los que hubiesen de tener vida, pues así como Él tiene comunión intima con el Padre, así también el que crea en Él, tendrá comunión con Él, a lo cual Jesús llama «comer Su carne» y «beber Su sangre» (comp. con 1Co 10:16). En efecto:

1. Después de hablar de Sí mismo como el gran don de Dios y el pan verdadero (v. Jua 6:32), explana y confirma por lo largo todo esto, y muestran que Él es el verdadero pan de vida, lo cual repite una y otra vez (vv. Jua 6:33, Jua 6:35, Jua 6:48-51). Obsérvese:

(A) Que Cristo es pan. Así como el pan material sostiene la vida del cuerpo, así Jesús es el pan del que se alimenta nuestro espíritu: «Yo soy el pan de vida». Mejor podrían pasar nuestros cuerpos sin el pan material, que nuestros espíritus sin este pan espiritual.

(B) Que es «el pan de Dios» (v. Jua 6:33); pan divino, pan de la familia divina, pan de los hijos de Dios.

(C) Que es el pan de la vida (vv. Jua 6:35, Jua 6:48), porque es el fruto del árbol de la vida; como el pan cotidiano, Él surgió de nuestra tierra, del vientre de la Virgen María, fue trillado con los sufrimientos de Su pasión y muerte y cocido en el horno de Su inmenso amor. Es «el pan vivo» (v. Jua 6:51). El pan material es una cosa muerta pero Cristo es pan vivo y vivificante (v. 1Co 15:45), pues, aunque estuvo muerto por nuestros pecados, está vivo (v. Apo 1:18; Apo 5:6), porque resucitó para completar nuestra justificación (v. Rom 4:25). La muerte y la resurrección de Cristo, conforme a las Escrituras, constituyen el núcleo del Evangelio (v. 1Co 15:1-5) así como la fuerza y el consuelo de todo creyente. Él «da vida al mundo» (v. Jua 6:33). El maná se limitaba a preservar y sustentar la vida recibida; Cristo da la vida a los que están muertos en delitos y pecados (Efe 2:1), además, el maná estaba reservado a los israelitas pero Cristo es el pan que da vida al mundo: a todos, sin distinción.

(D) Que es el pan que descendió del cielo, lo que repite Jesús varias veces (vv. Jua 6:33, Jua 6:51, Jua 6:58). Esto denota, junto con la Deidad de Cristo, el original y modelo de todo bien que el Padre nos concede mediante Él (v. Rom 8:32; 2Co 9:15; Stg 1:17).

(E) Que Él es el pan del que el maná era tipo y figura (vv. Jua 6:32, Jua 6:58). Así como, en el desierto había suficiente maná para todos, así también en Cristo está la plenitud de gracia y de verdad, de la que todos recibimos.

(F) Descendió del cielo para llevar a cabo la obra que el Padre le había encomendado (Jua 4:34; Jua 17:4): «Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (v. Jua 6:38). No vino por su propia cuenta (Jua 5:19; Jua 7:17-18), independientemente del consejo y consenso de la Trina Deidad, sino Enviado por el Padre, como el gran agente de la salvación y sanación de la humanidad perdida. El objetivo de toda su vida fue dar gloria al Padre y, con ello, hacer el bien a todos los hombres. Explica, en particular, cuál era la voluntad del Padre que Él vino a cumplir:

(a) Las instrucciones particulares dadas a Cristo en orden a la salvación del remanente escogido; y éste es el pacto de la redención entre el Padre y el Hijo: «Y ésta es la voluntad del Padre, que me envió: Que de todo lo que me ha dado, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el último día» (v. Jua 6:39). Hay un determinado número de seres humanos dados por el Padre a Jesucristo, para que Éste los cuide y sirvan para gloria y alabanza de Su nombre. Aquellos a quienes el Padre hizo objeto especial de Su amor, los encomendó a las manos de Cristo. Y Cristo se encarga de que no se pierda ninguno de los que le han sido dados por el Padre. Este cuidado se extiende más allá de la tumba: «sino que lo resucite en el último día» (vv. Jua 6:39, Jua 6:40, Jua 6:54). Esta empresa, pues, no quedará finalizada sino en la resurrección del último día. Todo esto tiene su fuente y origen en la voluntad del Padre.

(b) Las instrucciones públicas que habían de ser impartidas a todos los hombres acerca de las condiciones necesarias para obtener de Cristo esa salvación; y Éste es el pacto de gracia entre Dios y los hombres. Quiénes son estas personas elegidas que han sido dadas a Jesucristo en este pacto es un secreto pero aun cuando sus nombres quedan ocultos, su carácter es manifestado. Hay una oferta específica, mediante la cual los que han sido dados a Cristo son atraídos a Él: «Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el último día» (v. Jua 6:40). ¿No es un gran consuelo oír esto? La vida eterna está al alcance de la mano, y el que no la obtenga ha de atribuirlo a su propio rechazo. La corona de la gloria es puesta delante de nosotros como premio de nuestra sublime vocación, y será nuestra si corremos bien para obtenerla; cualquiera puede alcanzarla. La vida eterna es cosa asegurada para todo aquel que crea en Jesucristo: El que ve al Hijo, el que contempla la hermosura de Jesucristo, y cree en Él, será salvo. Ver es aquí sinónimo de creer pues equivale a contemplar a Cristo con los ojos de la fe. No es una fe ciega la que Cristo demanda, como si primero tuviésemos que sacarnos los ojos y después seguirle, sino que hemos de verle primero, para saber sobre qué fundamento establecemos nuestra confianza y sobre qué terreno andamos por fe (v. Col 2:6-7). Los que creen en Cristo serán resucitados por Su poder en el último día. Fue también esto lo que el Padre le encomendó (v. Jua 6:39), y ahora promete solemnemente que lo llevará a cabo.

2. Una vez que Cristo habló de Sí mismo como pan de vida, en la forma que hemos considerado, veamos cuál fue la reacción de sus oyentes acerca de dicha declaración:

(A) Cuando oyeron que había un pan procedente de Dios, pan que daba vida, pidieron a Jesús con insistencia que les diera de ese pan: «Danos siempre este pan» (v. Jua 6:34). No hay por qué suponer que hiciesen esta petición con hipocresía, pero sí con ignorancia, como ya dijimos anteriormente. Las nociones confusas y superficiales de las cosas de Dios pueden producir alguna clase de deseo hacia ellas. Quienes poseen un conocimiento poco claro de las cosas de Dios, como el hombre que veía los hombres como árboles que andaban, pueden proferir peticiones mal articuladas de las bendiciones divinas. Piensan que el favor de Dios es cosa buena, y que el Cielo es un hermoso lugar, aun cuando no tengan en modo alguno el deseo de la santidad que es del todo necesaria para ver al Señor.

(B) Pero cuando entendieron que, bajo el símil del pan de vida, Jesús daba a entender que Él mismo era ese pan, lo menospreciaron: «Murmuraban entonces de Él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo» (v. Jua 6:41). Esto viene inmediatamente después de la declaración de Jesús acerca de la voluntad de Dios, y de la tarea que se le había encomendado de llevarla a cabo, sobre la salvación de los hombres (v. Jua 6:39, Jua 6:40); declaración que contenía algunas de las más importantes y grandiosas palabras que procedieron de los labios de nuestro Señor. Uno habría de imaginarse que, tan pronto como oyeron que Dios les visitaba de este modo con su misericordia, habrían de postrarse para adorar y recibir con júbilo tan buenas noticias; pero, por el contrario murmuraban y se querellaban de lo que Cristo les acababa de decir. Hay muchos que, con la boca, no se atreven a contradecir abiertamente la doctrina de Cristo, pero en lo íntimo de su corazón están diciendo que no les gusta. Lo que les ofendió es que Cristo dijera que había descendido del Cielo (vv. Jua 6:41, Jua 6:42). Lo que de Él conocían en cuanto a su extracción terrenal les era un obstáculo para creer en su origen divino: «Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido?» (v. Jua 6:42). Pensaban que no podía proceder del Cielo, al ser como uno de ellos.

3. Después de hablar de «la obra de Dios» (v. Jua 6:29), Jesús se extiende ahora en la explanación de dicha obra.

(A) Muestra primero en qué consiste creer en Cristo. Creer en Él equivale a venir a Él (vv. Jua 6:35, Jua 6:37, Jua 6:44, Jua 6:45). El arrepentimiento para con Dios es llegarse a Él como al Bien Supremo y a la Última Meta; y, del mismo modo, la fe hacia nuestro Señor Jesucristo es venir a Él como al autor de nuestra salvación y camino para llegar al Padre (v. Jua 14:6; Hch 20:21). Cuando Él estaba en la tierra, eso equivalía a algo más que llegarse físicamente a Él; igualmente, venir a Él ahora es algo más que acudir a la Palabra y a las ordenanzas o sacramentos. Es «comer de Él» (v. Jua 6:51): «Si alguien come de este pan, vivirá para siempre». Lo primero indica el llegarnos nosotros a Cristo; lo otro indica el llegarse Cristo a nosotros.

(B) Muestra también qué es lo que se obtiene con creer en Él: ¿Qué conseguiremos con alimentarnos de Cristo? La necesidad y la muerte son las dos cosas que más teme el ser humano. Pero los que se nutran de Jesús no pasarán necesidad (comp. con Sal 23:1.): «El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás» (v. Jua 6:35). Todos los deseos más urgentes, y de las cosas más importantes quedarán tan abundantemente satisfechos que no pasarán necesidad jamás, sin que esta satisfacción les harte ni les quite el apetito. Además, no morirán eternamente, pues tendrán vida eterna (vv. Jua 6:40, Jua 6:47, Jua 6:50, Jua 6:51, Jua 6:54, Jua 6:58). La unión con Cristo y la comunión con Dios en Cristo son la vida eterna ya comenzada. Mientras que los que comieron del maná murieron Cristo es una clase de pan que quien de Él coma no morirá eternamente (vv. Jua 6:49-50). Los que comieron el maná murieron en el desierto, y allí se acabó todo el efecto del maná, pero los que se nutran de Cristo, tienen vida eterna y, aun cuando el cuerpo pase por el túnel de la muerte física, al otro lado de la tumba espera la resurrección para vida sempiterna. Con esto vemos:

(a) La insuficiencia del maná como tipo que era: «Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron» (v. Jua 6:49). Los que comieron «pan de los ángeles» (Sal 78:25. Lit. pan de los fuertes) murieron como los demás seres humanos. Muchos de ellos murieron precisamente por su incredulidad y sus murmuraciones. El comer del maná no les preservó de la ira de Dios, como nos preserva el creer en Cristo (v. Jua 3:36). El resto de ellos murió como consecuencia del curso común de la naturaleza humana caída, y sus cadáveres cayeron en el mismo desierto en que comieron el maná. Así que estos judíos no tenían por qué jactarse del maná.

(b) La todosuficiencia del verdadero maná: «Éste es el pan que desciende del cielo, para que coman y no mueran» (v. Jua 6:50). Ese «no mueran» equivale al «no perezcan» de Jua 3:15-16, no morirán en el desierto, sino que entrarán en la Canaán Celestial. «Si alguien come de este pan, vivirá para siempre» (v. Jua 6:51). Éste es el sentido de «no morir». «Vivir para siempre» no es lo mismo que existir para siempre (también los condenados existirán para siempre), sino vivir una vida feliz para siempre.

(C) Muestra igualmente los motivos que tenemos para creer en Él. Cristo menciona algunas personas que «aunque le han visto, no creen» (v. Jua 6:36). No siempre es la fe efecto de la vista, los soldados de la guardia del sepulcro de Cristo fueron testigos de vista de su resurrección, pero la negaron abiertamente y no creyeron en Él. Hay dos cosas que prestan ánimo a nuestra fe: Que el Hijo dará la más cordial bienvenida a cuantos vengan a Él: «Al que a mí viene de ningún modo le echaré fuera» (v. Jua 6:37). ¡Con qué gozo deberían acoger nuestras almas estas palabras con las que el Salvador nos promete su cordial acogida! La única condición que se nos impone es la necesaria para recibir el beneficio de la Buena Noticia: Llegarnos a Cristo para que, por su medio, podamos llegar al Padre. La belleza y el amor de Cristo nos han de atraer a Él; el sentimiento de necesidad y el temor al peligro nos han de llevar a Él; todo nos invita a llegarnos a Cristo. La promesa es segura y absoluta: «De ningún modo le echaré fuera» (v. Jua 6:37. Ésta es la única traducción correcta RV 1977 , por la reduplicación del adverbio y el tiempo futuro del verbo original). Todos somos pecadores y tenemos motivos para ser recibidos de mala manera; habríamos de temer que se nos recibiera con el ceño fruncido y nos dieran con la puerta en las narices; pero ¡no! el mayor criminal de este mundo puede estar absolutamente seguro de que será bien recibido, con tal de que venga a Cristo con fe. Al decir: «de ningún modo le echaré fuera» es como si dijera: «de cierto, de cierto le recibiré dentro» y le daré todo aquello que le ha impulsado a venir a mí: el hambre y sed de verdadera felicidad, pues ésta es la voluntad del Padre que no puede fracasar, y esta voluntad será obedecida y llevada a cabo por el Hijo con todas las garantías para salvación eterna de todos cuantos se lleguen a Jesús con fe. Veamos:

(a) Cómo les asegura que esto se llevará a cabo: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí» (v. Jua 6:37). Cristo se había quejado de los que, a pesar de haberle visto, no creían en Él (v. Jua 6:36). Ahora añade eso otro para despertarles y persuadirles. ¿Cómo podemos pensar que Dios nos ha dado a Cristo, si nosotros nos damos al mundo y a la carne? Cristo mismo tiene aquí consuelo y ánimo para los sufrimientos que le esperan, cuando añade: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí». Aquí tenemos descrito: Primero, el hecho de la elección: «Todo lo que el Padre me da». No dice «todos» sino «todo». No sólo sus personas, sino sus servicios, sus intereses, sus circunstancias, son del Padre y el Padre las encomienda al Hijo. Así como todo lo que Dios tiene es de ellos, así también todo lo que ellos tienen es de Cristo (v. 1Co 3:21-23). Ahora estaba Dios a punto de entregar a Cristo «por herencia las naciones» (Sal 2:8). Y, aun cuando los judíos que le habían visto, no creían en Él, muchos de los que no le habían visto, tendrían la dicha de creer en Él (Jua 20:29). Era menester que Cristo trajese también las ovejas que no eran del redil de Israel (Jua 10:16). Segundo, el efecto seguro de la elección: «vendrá a mí». No es una mera promesa, sino una predicción infalible. Ni uno de ellos será olvidado; ni un solo grano del trigo de Dios dejará de ser recogido en Su granero. Por naturaleza alienados de Cristo y adversarios de Él (v. Efe 2:2, Efe 2:12), pero vendrán atraídos por la gracia (v. Jua 6:44).

(b) Cómo serán traídos a Cristo los que le hayan sido dados por el Padre. Dos elementos son necesarios para que esta atracción se lleve a cabo:

Primero, les será iluminado el entendimiento (vv. Jua 6:45-46). Estaba escrito en los profetas: «Y serán todos enseñados por Dios» (v. Jua 6:45). Para creer en Jesucristo es menester que Dios nos enseñe con Su revelación especial y que aprendamos de Él. Hay cosas que incluso la naturaleza nos las enseña, pero para ser llevados a Cristo es menester una luz superior. Dios lo hace mediante una operación en el interior de nuestras facultades espirituales. Al darnos la razón, Dios nos enseña ya más que a las bestias; pero, al darnos la fe, nos enseña más que al hombre natural (v. 1Co 2:14). Todos los que son sinceros, genuinos, son enseñados por Dios; Dios ha tomado a Su propio cargo el educarles por Sí mismo. De ahí se sigue, como una consecuencia lógica, que «todo aquel que oyó al Padre y aprendió de Él, viene a Cristo» (v. Jua 6:45). A no ser que la gracia de Dios ilumine nuestro entendimiento y, no sólo nos hable para que podamos oír, sino que también nos enseñe para que podamos aprender la verdad conforme está en Cristo, nunca llegaremos a creer en Él. Por eso, los que no vienen a Cristo, es que no han oído ni aprendido jamás del Padre; porque, si lo hubiesen hecho, de cierto habrían venido a Él. En vano pretenden los hombres haber sido enseñados por Dios, si no creen en Jesucristo. Pero, a fin de que nadie piense poder aprender mediante una aparición visible del Padre añade: «No es que alguien haya visto al Padre» (v. Jua 6:46, comp. con Jua 1:18; 1Ti 6:16). Al iluminar los ojos del entendimiento y enseñar a los hombres, el Padre obra de un modo espiritual, el Padre de los espíritus tiene acceso espiritual al espíritu humano. Se puede sentir Su poder sin haber visto Su rostro; y los que quieran aprender del Padre, han de aprender necesariamente de Cristo, porque «éste ha visto al Padre» (v. Jua 6:46); únicamente Él le ha visto.

Segundo, les será doblegada la voluntad. En la naturaleza humana corrompida por el pecado hay una rebelión de la voluntad contra los justos dictados de la razón. Es necesaria, por tanto, una operación de la gracia sobre la voluntad. Esta operación es llamada aquí atracción (lit. arrastre): «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no le atrae» (v. Jua 6:44. Lit. no le arrastra). Los judíos murmuraban de la doctrina de Cristo. Jesús les dice: «No murmuréis entre vosotros» (v. Jua 6:43). Como si dijese: «No le echéis a otro la culpa por el disgusto que os producen mis enseñanzas; vuestra antipatía hacia las verdades de Dios es tan fuerte y tan profunda, que sólo una atracción del poder divino puede sobrepujarla». Veamos aquí: (i) la naturaleza de esta operación divina: es una atracción; no es una coacción impuesta a la voluntad, sino un cambio radical operado en la raíz misma de la voluntad; le es impartida al alma una nueva propensión por la que se inclina hacia Dios. El que formó el espíritu del hombre, sabe cómo moldearlo sin forzarlo; (ii) la necesidad de esta operación: «Nadie, en su estado de naturaleza caída, débil, desvalida, puede venir» sin ella; (iii) el autor de esta operación: «si el Padre … no le atrae». El Padre no envía a la ventura, sino con seguridad plena y con poder irresistible. Así que, al haber enviado a Cristo para salvar las almas, ahora envía las almas para que sean salvas por Cristo; (iv) la perfección con que el Padre corona su obra por medio de Cristo: «y yo le resucitaré en el último día» (v. Jua 6:44). Cuatro veces se menciona esta frase en el presente discurso. Si Jesús toma a su cargo esta empresa, de seguro que la llevará a feliz término. Que nuestros ánimos se acrecienten con la expectación de la felicidad que nos está reservada para el último día.

(D) Dos objeciones se pueden presentar a la vista del versículo Jua 6:44:

(a) ¿Cómo puede conjugarse la libertad humana con esta atracción irresistible de la gracia divina? Nadie ha contestado a esto con tanta profundidad y belleza como Agustín de Hipona en su comentario a este versículo. Dice así, como si respondiese a un anónimo que le pregunta: «¿Cómo puedo creer voluntariamente si soy arrastrado?» Y él mismo responde: «Yo digo: no sólo eres arrastrado voluntariamente, sino también voluptuosamente … Pues si al poeta le fue permitido decir a cada uno le arrastra su placer (Virg. Egl. 2, 64); no la coacción, sino el placer; no la obligación, sino la delectación; ¿con cuánta mayor fuerza debemos decir que es arrastrado hacia Cristo todo hombre que se deleite en la verdad, que se deleite en la felicidad, que se deleite en la justicia, que se deleite en la vida sempiterna, todo lo cual es Cristo? Tienen los sentidos sus delectaciones ¿y no tendrá el alma las suyas?… Dame alguien con un corazón amante, y entenderá lo que digo. Dame un corazón con deseos y con hambre; un corazón que se sienta desterrado y con sed, y que suspire por la fuente de la patria eterna; este tal sabrá de qué estoy hablando. Pero, si hablo a alguien que tenga un corazón frío, no comprenderá lo que digo».

(b) ¿Cómo es que, en esta enseñanza de Jesús, se menciona la atracción del Padre (v. Jua 6:44) y, en Jua 12:32, la del Hijo, pero no se menciona al Espíritu Santo? Esta pregunta se la hace a sí mismo W. Hendriksen. Y él mismo responde y dice: Primero, que el Espíritu Santo no había sido dado todavía (v. Jua 7:39); segundo, que en la noche en que fue entregado, Jesús habló, aunque con expresiones diferentes, de la atracción del Espíritu (Jua 14:26; Jua 15:26; Jua 16:13, Jua 16:14); y tercero, que la obra de la regeneración espiritual es atribuida específicamente al Espíritu Santo (Jua 3:5), y ella se incluye implícitamente en este proceso de atracción (v. también Jer 31:3; Rom 8:14; Col 1:13).

4. Cristo pasa a continuación a explicar en qué forma es Él este pan que alimenta para vida eterna. Sigue todavía con la metáfora del alimento, pero avanza un paso más al mencionar su carne y su sangre: «El pan que yo daré es mi carne» (v. Jua 6:51), «la carne del Hijo del Hombre y su sangre» (v. Jua 6:53); «su carne es verdadera comida, y su sangre es verdadera bebida» (v. Jua 6:55); «hemos de comer su carne, y beber su sangre» (v. Jua 6:53); de nuevo, «el que come mi carne y bebe mi sangre» (v. Jua 6:54, Jua 6:56); «el que me come» (v. Jua 6:57). Y, al terminar por la metáfora del pan, con la que había comenzado, dice: «el que come de este pan» (v. Jua 6:58). Veamos en todas estas frases:

(A) Cómo toda esta fraseología está expuesta a ser mal entendida. Fue mal entendida por los judíos que le escuchaban: «Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (v. Jua 6:52). Cristo hablaba (v. Jua 6:51) de dar su carne por nosotros, al morir en la Cruz; ellos entendieron de darla a nosotros, para comerla físicamente. Es también mal entendida por quienes dicen que si toman el sacramento cuando van a morir de seguro irán al cielo, a la vida eterna. Pero es de notar; (a) que el sacramento es una ordenanza, por tanto, el tomarlo sería necesario con necesidad de precepto, como suele decirse, pero aquí se habla de una necesidad de medio (v. Jua 6:53); (b) si se tratase de comer físicamente su carne, también habría que entender físicamente el beber su sangre, cosa que, como ya advirtió Agustín de Hipona, estaba terminantemente prohibido en la Ley (Gén 9:4; Lev 3:17; Lev 19:26; Deu 12:16); (c) el mismo Jesús explicó que sus palabras habían de entenderse espiritualmente (v. Jua 6:63); (d) la carne y la sangre físicas no sirven para la vida eterna (1Co 15:50).

(B) Cómo ha de entenderse toda esta parte del discurso de Jesús:

(a) Qué se entiende por la carne y la sangre de Cristo. Se la llama «la carne del Hijo del Hombre, y su sangre» (v. Jua 6:53); se dice que es dada «por la vida del mundo» (v. Jua 6:51); esto es: Primero, en lugar de la vida del mundo, la cual fue echada a perder por el pecado, Cristo entrega su propia carne en rescate (comp. con Mat 20:28); segundo, es dada para Ia vida del mundo, es decir, para poder hacer una oferta general de vida eterna a todo el mundo. Así que la carne y la sangre del Hijo del Hombre apuntan hacia Cristo crucificado (v. Jua 3:14-15), y a la redención llevada a cabo por Él. Las promesas del pacto y la vida eterna son llamadas la carne y la sangre de Cristo: (i) porque son obtenidas mediante el quebrantamiento de su cuerpo y el derramamiento de su sangre; (ii) porque son comida y bebida para nuestra alma. Antes se había comparado a Sí mismo al pan, que es alimento necesario; ahora, a la carne, que es alimento delicioso. Él es verdadera comida y verdadera bebida, porque satisface de veras el hambre y sed del ser humano, en contraposición a las sombras e ilusiones con que el mundo decepciona a quienes se alimentan de lo que el mundo puede ofrecer.

(b) Qué se entiende por comer su carne y beber su sangre. Es cierto que significa, ni más ni menos, creer en Cristo, puesto que creer en Jesús incluye estas cuatro cosas que el comer y beber implican: Primera, un apetito por Cristo, pues este comer y beber comienza siempre por un hambre y sed de justicia (v. Mat 5:6); segunda, apropiarnos la obra de Cristo; de poco sirve el mirar la carne, si no se come; tercera, deleitarse en Cristo y en la salvación que Él nos trae; la doctrina de Cristo crucificado ha de sernos comida y bebida, que nos sirva de alimento para el espíritu y de tema para nuestra predicación y nuestro testimonio; cuarta, depender de Cristo para nutrir nuestra vida espiritual, a fin de adquirir crecimiento y robustez espirituales; en otras palabras, vivir de Él como vivimos físicamente del alimento que tomamos. Cuando después instituyó unas señales sensibles que representasen nuestra comunión en los beneficios de su muerte, escogió el pan y el vino, que son para comer y beber, e hizo de ellos símbolos y memorial: «Haced esto en memoria de mí» (Luc 22:19; 1Co 11:25, comp. con 1Co 10:16).

(C) Una vez explicado el sentido general de esta parte del discurso de Jesús, los elementos esenciales pueden reducirse a lo siguiente:

(a) La necesidad de alimentarnos de Cristo: «Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (v. Jua 6:53). Así que, primero, es una señal cierta de que no hay vida espiritual en nosotros, si no tenemos deseo de Cristo ni nos deleitamos en Él. Si nuestro espíritu no tiene hambre ni sed de Él de seguro que está muerto; segundo, es cierto igualmente que, si no obtenemos la vida espiritual por fe en Jesucristo, no la podemos obtener por otro medio; separados de Él, no podemos hacer nada (Jua 15:5). Tanto pueden vivir nuestros cuerpos sin el alimento ordinario, cuanto pueden vivir nuestras almas sin Jesucristo.

(b) Los beneficios que comporta el alimentarnos de Cristo:

Primero, seremos uno con Cristo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él» (v. Jua 6:56, comp. con Jua 14:10-11; 1Jn 4:16). «El que se une al Señor dice Pablo , es un solo espíritu con Él» (1Co 6:17). Por fe, se establece una íntima comunión con Cristo: Él está en nosotros, y nosotros en Él. Tal es la unión entre Cristo y los creyentes, que Él comparte nuestras penas (v. Hch 9:5) y nosotros compartimos sus glorias; Él come de nuestras hierbas amargas, y nosotros nos deleitamos en sus dulces golosinas.

Segundo, tendremos vida, y vida eterna, por medio de Él: «Como me envió el Padre viviente, y yo vivo a causa del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá a causa de mí» (v. Jua 6:57). Los creyentes genuinos reciben esta vida divina en virtud de su unión con Cristo. Cristo vivía del Padre (Jua 5:26) y su alimento era hacer la voluntad del Padre (Jua 4:34). Para los creyentes, el vivir es Cristo y Cristo vive en ellos (Flp 1:21; Gál 2:20). Porque Él vive, también nosotros viviremos (Jua 14:19). Eternamente viviremos con Él: «El que come mi carne, y bebe mi sangre, tiene vida eterna» (v. Jua 6:54); «el que come de este pan, vivirá eternamente» (v. Jua 6:58).

5. Finalmente, el evangelista concluye con la referencia al lugar en que Cristo pronunció este discurso: «Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaúm» (v. Jua 6:59). Cristo apeló a esto cuando dijo ante el tribunal de Anás: «siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo» (Jua 18:20).

Juan 6:28 explicación
Juan 6:28 reflexión para meditar
Juan 6:28 resumen corto para entender
Juan 6:28 explicación teológica para estudiar
Juan 6:28 resumen para niños
Juan 6:28 interpretación bíblica del texto

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí