Juan 7:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Juan 7:1 | Comentario Bíblico Online

I. La razón por la que Cristo pasaba más tiempo en Galilea que en Judea: «Porque los judíos le buscaban para matarle» (v. Jua 7:1). Como vemos por el versículo Jua 7:23 el motivo por el que la gente de Judea le buscaba para matarle era el haber curado en sábado al paralítico de la piscina (v. Jua 5:16). Nótese, en el comienzo de este versículo Jua 7:1, que Jesús «no quería andar en Judea». No leemos: «No se atrevía», sino «no quería», para mostrar que su retirada a Galilea no se debía a cobardía por su parte; sino por prudencia, puesto que su hora no había llegado aún. Cristo se retira justamente de aquellos que no quieren tenerle en su compañía. En momentos de peligro inminente, no sólo es permitido, sino también aconsejable retirarse a otro lugar y ejercer el ministerio o dar simplemente testimonio en otros sitios que no sean tan peligrosos (v. Mat 10:23). Si la providencia de Dios dispone que personas de mérito y competencia se vean confinadas a lugares de oscuridad y poco brillo, no ha de parecerle a nadie cosa extraña, pues ésta es la suerte que le tocó al propio Señor. Notemos que, al no poder andar en Judea, no se limitó a retirarse a Galilea para estarse quieto allí, sino que andaba en Galilea; por todas partes pasaba haciendo el bien (Hch 10:38). Así nos enseñaba a actuar donde y como podemos, cuando no podemos hacerlo donde y como queremos.

II. La cercanía de la fiesta de los Tabernáculos (v. Jua 7:2), una de las tres fiestas solemnes en las que se requería la asistencia de judíos varones. Esta fiesta se celebraba con gran observancia desde el día 15 hasta el 21 o el 22 del séptimo mes, que venía a coincidir aproximadamente con nuestro octubre (v. Lev 23:33-34; Núm 29:1-40). En ella, se daban gracias a Jehová por la vendimia y, a la vez, era una gozosa conmemoración del poder y del amor de Dios hacia Israel, al guiar al pueblo durante la peregrinación por el desierto. De ahí que se celebrase en tiendas de campaña, como recuerdo de aquellas otras en que hubieron de habitar en el viaje hacia la Tierra de Promisión. Por aquí vemos que las instituciones divinas no se tornan jamás anticuadas, ni obsoletas, con el paso del tiempo; las misericordias recibidas en el desierto no deben ser olvidadas jamás.

III. La conversación de Jesús con sus hermanos según la carne, los cuales se creyeron competentes para aconsejarle lo que debía hacer en esta ocasión. Vemos

1. La ambición y vanagloria de ellos al urgirle a que se manifestara en público. Le dicen: «Sal de aquí y vete a Judea» (v. Jua 7:3).

(A) Aportan dos razones para que siga el consejo que le dan: (a) Que este proceder animaría mucho a los habitantes de Jerusalén y sus alrededores: «Para que también tus discípulos vean las obras que haces». Pensaban que el tiempo pasado con los discípulos que tenía en Galilea no estaba bien empleado, y que los milagros que llevaba a cabo no le darían mucho prestigio mientras no los viesen los que vivían en la capital; (b) que de esta manera alcanzaría Él el prestigio que sus obras merecían: «Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto» (v. Jua 7:4). Daban por supuesto que Cristo buscaba con afán hacerse de conocer: «Si haces estas cosas, manifiéstate al mundo». Como si dijeran: «No te arrincones aquí. Es ya tiempo de que te conozcan en las altas esferas y en los lugares más concurridos. Aquí son pocos los que te pueden conocer; allí te conocerá todo el mundo».

(B) El evangelista hace notar esto como una prueba de la incredulidad de ellos: «Porque ni aun sus hermanos creían en Él» (v. Jua 7:5). No es extraño que Jesús diese mucho más valor a su familia espiritual que a sus parientes según la carne (v. Mat 12:50; Mar 3:35), puesto que quienes escuchan las palabras de Jesús y las ponen por obra son los que participan de la naturaleza divina (2Pe 1:4.). Entre los parientes de Jesús según la carne, vemos que había quienes desde el principio creyeron en Él, mientras otros no creyeron sino hasta después de su resurrección, como parece desprenderse de Hch 1:14, aun cuando María, la madre de Jesús, fue siempre un modelo de fe (v. Luc 1:38, Luc 1:45).

(C) ¿Qué había de incorrecto en el consejo que le daban? Era una señal de que no le creían capaz para guiarles a ellos, cuando no le creían con capacidad suficiente para guiarse a sí mismo; mostraban también una gran falta de interés por la seguridad de Él, al querer que fuese a Judea, donde sabían que los judíos le buscaban para matarle. Quizás estaban cansados de su compañía en Galilea y deseaban, en realidad, que se marchara de allí. Implícitamente vienen a echarle en cara que es un cobarde, cuando no se atreve a presentarse en público en Jerusalén, mientras que, si tuviese la bravura suficiente, lo haría, y no se quedaría oculto en un rincón. Incluso parecen poner en duda la realidad de los milagros que obraba, pues le dicen: «Si haces estas cosas» (v. Jua 7:4); como si dijesen: «si llevan el refrendo de Dios, también podrán pasar la prueba del escrutinio público en los más altos tribunales de la tierra». Piensan de Cristo de un modo tan carnal, que le imaginan con los mismos sentimientos de ellos: deseoso de provocar el asombro popular mediante un alarde de poder y de ingenio naturales. El egoísmo familiar estaba en el fondo de todo esto, pues pensaban que, si Él podía hacerse famoso con sus prodigios ellos, al ser sus hermanos, compartirían el honor de Él. Hay quienes van a los cultos únicamente para ostentación propia, y todo lo que les preocupa son las apariencias.

2. La prudencia y humildad del Señor Jesús (vv. Jua 7:6-8). Aunque las palabras de sus hermanos según la carne implicaban tan bajas insinuaciones, les contestó con toda mansedumbre. Debemos aprender de nuestro Maestro a responder con mansedumbre y, aun cuando nos sea fácil hallar muchos despropósitos en lo que se nos dice, hagamos como si no nos percatáramos de ellos y pasemos por alto la afrenta que en ellos se nos hace. En efecto, Jesús:

(A) Muestra la diferencia que hay entre Él y ellos en dos cosas: (a) «Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre está presto» (v. Jua 7:6). A la vista del contexto posterior, sólo cabe una interpretación correcta de dicha frase: «Vosotros podéis subir a la fiesta en cualquier momento, mientras que para mí todavía no ha llegado el momento de subir». Sin embargo, podemos hacer de la frase de Jesús una acomodación más general: Quienes viven ociosamente y sin fruto, siempre tienen tiempo disponible para hacer lo que les plazca, mientras que los que tienen bien programadas sus obligaciones están constreñidos a días y momentos determinados y no disponen del tiempo que otros pueden derrochar. La constricción que el deber impone es mil veces mejor que la libertad de la holgazanería. Ellos, ignorantes y miopes, se atreven a prescribir a Jesús el tiempo en que debe hacer las cosas; pero Él conoce bien su tiempo y espera con paciencia; (b) la vida de ellos no estaba en peligro, mientras que la suya propia sí lo estaba: «No puede el mundo aborreceros a vosotros, porque vosotros sois del mundo; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas» (v. Jua 7:7). El mundo que yace en el Maligno (1Jn 5:19) no puede odiar a las almas malvadas, a las que un Dios santo no puede amar; esas personas no se exponen a ningún peligro al presentarse en público, pero Cristo, al manifestarse al mundo, se exponía al mayor peligro, porque el mundo le aborrecía a Él. ¿Y por qué le aborrecía el mundo? Porque Cristo daba testimonio de que «sus obras son malas». Las obras de un mundo perverso por fuerza han de ser perversas, porque como es el árbol, así son los frutos de él. El mundo experimenta un gran malestar y una aguda provocación cuando queda convicto de la maldad de sus obras (comp. con Hch 7:54). Cualquiera sea la excusa con que el mundo pretenda cubrirla, la causa verdadera de la enemistad contra el Evangelio es el testimonio que éste presenta contra el pecado y los pecadores. Pero es preferible incurrir en el odio de los mundanos por dar testimonio de su maldad, antes que ganarnos su amistad corriendo con ellos hacia el mismo desenfreno de disolución (1Pe 4:4).

(B) Les despide, con el objeto de quedarse allí oculto, por algún tiempo, en Galilea: «Subid vosotros a la fiesta; yo no subo todavía a esa fiesta» (v. Jua 7:8). Les permite que vayan ellos a la fiesta, pero se niega a ir en compañía de ellos. Quienes van a los lugares, aun cuando sea a los servicios religiosos, por pura ostentación o para servir a sus propios intereses materiales, se van sin Cristo y sin las bendiciones que Dios otorga a los seguidores de Cristo. Si la presencia del Señor no va con nosotros ¿adónde iremos que bien nos vaya? (comp. con Éxo 33:14-16). Cuando vamos a los servicios religiosos, o volvemos de ellos, mucho importa que tengamos cuidado en las compañías que escogemos, no sea que el fervor de nuestros afectos se enfríe al contacto de las malas compañías (v. 1Co 15:33). Nótese que Jesús no dice: «Yo no subo a esta fiesta», sino: «Yo no subo todavía a esta fiesta», pues ésta es la lectura, no sólo basada en gran número de MSS, sino que es la única que concuerda con el contexto anterior y posterior (vv. Jua 7:6, Jua 7:9 y Jua 7:10). La razón, que ya había expresado antes, es: «Mi tiempo aún no ha llegado» (v. Jua 7:6).

3. Conforme a esas palabras, Cristo «se quedó por entonces en Galilea» (v. Jua 7:9). Su voluntad estaba fija en su objetivo, y así habría de estar siempre también la nuestra. Pero, cuando llegó su tiempo, también Él subió a la fiesta (v. Jua 7:10). Notemos: (A) Cuándo subió: «Después que sus hermanos habían subido». Sus hermanos según la carne fueron primero; después, marchó Él. La cuestión no es quién llega primero, sino quién llega mejor preparado. Si nuestro corazón está bien dispuesto, no importa que otros vayan delante de nosotros; (B) Cómo subió: como si fuera escondiéndose: «No manifiestamente, sino en secreto». Con tal de que la obra que Dios nos ha encomendado sea llevada a cabo con eficiencia, mejor es que se haga con el menor ruido posible. Podemos hacer la obra de Dios en secreto, sin que por eso la hagamos con defecto.

4. La gran expectación que su persona suscitaba entre los judíos de Jerusalén (vv. Jua 7:11-14). No podían menos de pensar en Él: «Y le buscaban los judíos en la fiesta, y decían: ¿Dónde está aquél?» (v. Jua 7:11). Esperaban que la fiesta le traería a Jerusalén y así tendrían ocasión de verle; pero especialmente le esperaban allí los líderes religiosos, cuyas intenciones conocemos por Jua 5:18, Jua 7:25. Véase con qué falta de respeto hablan de Él: «¿Dónde está aquél?», lo que equivale a decir: «¿Dónde está ese fulano?» En vez de aprovechar la solemnidad de la fiesta como una oportunidad para servir a Dios, estaban contentos de que se les presentara así la oportunidad de perseguir a Cristo. La gente difería mucho en sus opiniones acerca de Él: «Y había gran murmullo acerca de Él entre la multitud» (v. Jua 7:12). La enemistad de los líderes contra Jesús hacía que la gente hablase más de Él. Muchas veces, la oposición que se hace al Evangelio sirve para que éste se extienda con mayor rapidez. Ser calumniado es, a veces, un medio de ser bien conocido. Nótese que el murmullo no era contra Él, sino acerca de Él; algunos murmurarían de los líderes porque no le reconocían por lo que era; otros murmurarían de que los líderes no le silenciaran y restringieran sus actividades. Siempre ha sido, y será, objeto de mucha controversia y discusión la religión de Cristo (v. Luc 12:51-52), pero el ruido y la contradicción dentro de la libertad son preferibles, sin duda, al silencio y al aparente consenso de una prisión. «Unos decían: Es bueno». Esto era una gran verdad, pero no era toda la verdad, pues era también el Hijo de Dios. Muchos no hablan convenientemente de Cristo, porque, aun cuando el concepto que tienen de Él no sea malo, es todavía bajo. Incluso los que no le consideraban como Mesías, no tenían más remedio que confesar que era bueno. «Pero otros decían: No, sino que engaña al pueblo». Por Mat 27:63, vemos quiénes eran principalmente los que pensaban de este modo (v. también Luc 23:2, Luc 23:5). Si hubiese sido un engañador de cierto habría sido un mal hombre. Todos ellos, los que hablaban bien y los que hablaban mal, temían manifestar en público su opinión acerca de Él, por temor a los líderes: «Sin embargo, ninguno hablaba abiertamente de Él, por miedo a los judíos» (v. Jua 7:13).

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