Juan 8:12 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Juan 8:12 | Comentario Bíblico Online

El resto del capítulo está ocupado con discusiones entre el Señor y los pecadores que le contradecían. Aquí tenemos otros fariseos que intentan impugnar el testimonio que de Sí mismo daba el Señor.

I. Tenemos primero una de las más importantes enseñanzas de Jesús, una de las siete encabezadas en el Evangelio de Juan por un «Yo soy».

1. La enseñanza misma es como sigue: «Yo soy la luz del mundo» (v. Jua 8:12). Jesús «hablaba otra vez» a los que se habían hecho el sordo en ocasiones anteriores. El hecho de que los hombres no nos escuchen no debe desanimarnos, sino que hemos de insistir en el testimonio que les presentamos. Jesús era «la luz del mundo», pues de Él se esperaba que fuese «luz para revelación a los gentiles» (Luc 2:32). La luz visible del mundo es el sol. Este sol material ilumina todo el mundo, y así lo hace también este otro «Sol de justicia» (Mal 4:2), que es nuestro Salvador. ¡Cuán lóbrega prisión sería este mundo sin la luz del sol! Mucho peor sería la condición de esta tierra sin Cristo, así como es mucho mayor la miseria de «un corazón sin fe» que la de «unos ojos sin luz».

2. La consecuencia que se deriva de esta gran verdad: «El que me sigue, de ningún modo andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». Es nuestro deber seguir a Cristo, la luz verdadera (Jua 1:9); no es suficiente con mirarle, sino que hay que seguir esta luz, por cuanto es lámpara, no sólo para nuestros ojos, sino también para nuestros pies (comp. con Sal 119:105) al abrir nuestros ojos a la verdad, nos desata los pies para la libertad (v. Jua 8:32) puesto que los enemigos de la libertad son la ignorancia y el vicio (v. Jua 8:34, comp. con 2Pe 2:18-22). Los que siguen a Cristo no andarán en tinieblas y, con la luz que Él es y que Él nos imparte, tendremos el perdón y la comunión, tanto con Dios como con nuestros hermanos en la fe (v. 1Jn 1:5-7). El que sigue a Cristo, va por el camino del Cielo, pues va «por el camino nuevo y vivo que Él abrió para nosotros» (Heb 10:20).

3. La oportunidad de esta enseñanza:

(A) Por la «señal» que pronto iba a llevar a cabo (Jua 9:1.), en conexión con la «luz» que Él mismo afirmaba ser, ya que, como vimos al comentar el milagro de las bodas de Caná, Juan llama «señales» a los milagros de Jesús, porque eran indicadores de algún punto de su mensaje de salvación.

(B) Por las circunstancias exteriores. Así como la ceremonia del agua que llevaban a cabo los sacerdotes le había dado a Jesús la oportunidad para hablar de los ríos de agua viva que saltarían del interior de los que creyeran en Él (Jua 7:37-39), así también otra ceremonia que se llevaba a cabo al final de la fiesta de los Tabernáculos, que todavía duraba o estaba recién celebrada, le dio oportunidad para hablar de la luz, y describirse a Sí mismo, no sólo como dador de la «fuente de agua viva» que es el Espíritu Santo, sino también como la: «luz de la vida» o «luz viva» (al interpretar así el hebraísmo. V. Jua 1:4) y «verdadera» (Jua 1:9). En el atrio de las mujeres se colocaban en aquellos días cuatro enormes candelabros, en cuyas cimas había sendas copas de oro llenas de aceite (comp. con Zac 4:2 y Zac 4:12), y en cada una de dichas copas había varias mechas para dar más luz, de tal modo que el resplandor de estas luces se proyectaba sobre la ciudad; entretanto, los levitas tañían diversos instrumentos musicales de cuerda, sentados en las gradas que daban acceso al atrio, y el pueblo llevaba antorchas, mientras celebraba con júbilo la ceremonia llamada en hebreo «la alegría de la fiesta». De esta forma, recordaban la columna de fuego que había guiado a sus antepasados en su peregrinación por el desierto. Por otra parte, los mismos rabinos llamaban al futuro Mesías «Luz» e «Iluminador», de acuerdo con Isa 9:2; Isa 42:6; Isa 49:6; Dan 2:22, comp. con Luc 2:32. Así como los que habían seguido la columna de luz en el desierto y no se habían rebelado contra Dios, habían llegado a la Tierra de Promisión, mientras los demás habían dejado allí sus cadáveres, así también ahora, los verdaderos seguidores de Cristo, no andarán en tinieblas, sino que llegarán seguros a la tierra de la luz (Apo 21:23).

II. La objeción que los fariseos presentaron contra esta doctrina: «Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es verdadero» (v. Jua 8:13. Lit. verídico). La objeción es injustificada desde el momento en que presentan como no digna de crédito una doctrina introducida por revelación divina, de la que no puede haber más testigos que el que recibió de Dios la revelación. ¿Acaso no habían dado testimonio de sí mismos Moisés y todos los profetas, al presentarse al pueblo como mensajeros de Dios? Además, como vimos en Jua 5:31., Jesús había presentado muchos otros testigos que confirmaban su propio testimonio.

III. La respuesta que da Cristo a esta objeción (v. Jua 8:14). Él es la luz del mundo, y es propiedad de la luz dar evidencia de sí misma por su mismo brillar. Los primeros principios de la filosofía o de la ciencia son indemostrables, se prueban a sí mismos. Cristo presenta ahora tres razones para demostrar que su testimonio, aunque es acerca de Sí mismo, es verídico y fehaciente:

1. Que tenía plena conciencia de Sí mismo y de su autoridad, ya que conocía su origen divino; no habla con inseguridad, sino con certeza: «Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verídico, porque sé de dónde vine y adónde estoy yendo» (v. Jua 8:14, lit.). Sabía que había venido del Padre, y que al Padre volvía (Jua 13:3; Jua 16:28); había dejado la gloria (Flp 2:6-8), pero iba a volver a la gloria que tuvo desde toda la eternidad (Jua 17:5).

2. Que ellos no eran jueces competentes, por ser ignorantes: «Pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy» (v. Jua 8:14). Ya les había dicho que bajó del Cielo y que volvería al Cielo, pero a ellos les había parecido necedad, y no le recibieron (Jua 1:11). Se habían metido a juzgar sobre lo que no conocían; y no podían conocer por su visión parcial, miope, carnal: «Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie» (v. Jua 8:15, comp. con Jua 3:17; Jua 12:47). No puede ser recto el juicio, cuando la norma es torcida. Los judíos juzgaban de Cristo y de su Evangelio por las apariencias exteriores, y juzgaban imposible que Él fuera la prometida luz del mundo, como si las nubes que ocultan el sol le hicieran desaparecer del firmamento.

3. Que el testimonio de Sí mismo, que Él profería, estaba suficientemente respaldado y corroborado por el testimonio de Dios el Padre, que estaba con Él y a favor de Él (v. Jua 8:16). En efecto:

(A) Este testimonio del Padre avalaba el juicio que Él profería de Sí mismo: «Si yo juzgo, mi juicio es verídico; porque no soy yo solo, sino yo y el Padre que me envió». Jesús no obraba por su propia cuenta, sino según veía en el Padre (Jua 5:19) y de acuerdo con la comisión que había recibido del Padre (Jua 7:17). No había, pues, duda de que su juicio era válido y verídico.

(B) Con esto, se daba también satisfacción al requisito de la ley concerniente al testimonio: «Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verídico» (v. Jua 8:17). Si no hay quien pueda probar algo evidente en contra, se ha de dar por válido tal testimonio. El argumento es, como se dice, a fortiori: «Si el testimonio de dos hombres, siendo meros hombres, es válido ante la Ley, ¡cuánto mayor fuerza tendrá el testimonio de Dios y del Enviado de Dios! (Jua 17:3): «Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da también testimonio de mí» (v. Jua 8:18). Es de notar que el testimonio de dos hombres, aun cuando sea válido ante la ley, puede ser engañoso, no sólo por la posible malicia de los testigos, sino, ante todo, porque los hombres son falibles. Pero el testimonio del Hijo de Dios, respaldado por el testimonio del Padre, no puede de ningún modo ser falso, porque Dios no puede engañarse, por ser infinitamente sabio, ni engañarnos, por ser infinitamente fiel a Sí mismo y a sus promesas de misericordia.

(C) Las palabras de Jesús comportaban una evidencia tan contundente, que amordazaron la lengua y ataron las manos de ellos:

(a) Les dejó sin respuesta, por lo que pretendieron evadirse con una pregunta, probablemente malévola, como insinuación repetida en el versículo Jua 8:41: «Ellos le dijeron: ¿Dónde está tu Padre?» (v. Jua 8:19). Al oírle mencionar a su Padre, bien podían haber entendido que se refería nada menos que a Dios mismo; sin embargo, parecen referirse a un padre humano y le piden que venga para dar testimonio. Así, como ya les había dicho Jesús, ellos «juzgaban según la carne» y demostraban que la referencia de Jesús al Padre de los cielos había caído en oídos sordos. A esto contestó Cristo: «Ni a mí me conocéis ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais» (comp. con Jua 14:7, Jua 14:9). Pero el hombre natural es incapaz de conocer las cosas de Dios (1Co 2:14), pues le resultan tan extrañas como a un ciego de nacimiento los colores. Los ojos de estos líderes estaban tan velados por el orgullo, la malicia y los prejuicios, que no podían ver la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2Co 4:6); lo peor de todo es que no estaban dispuestos a reconocer su ceguera (Jua 9:39-41). Mientras que los recién nacidos espiritualmente pueden reconocer en Dios a su Padre y decir: «Abbá, Padre» (Rom 8:15), estos líderes religiosos de los judíos, con todo su conocimiento teórico de las Escrituras, eran incapaces de conocer a Dios; no le conocían, precisamente porque se negaban a reconocer en Jesús al Mesías e Hijo de Dios: «Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre» (1Jn 2:23). Y la razón por la que los hombres ignoran al verdadero Dios es siempre la misma. Cuanto mejor conozcamos a Jesucristo, mejor conoceremos al Padre.

(b) Les ató las manos: «Estas palabras habló Jesús en el lugar de las ofrendas, enseñando en el templo; y nadie le prendió, porque aún no había llegado su hora» (v. Jua 8:20). Frente al muro del atrio de las mujeres había trece recipientes en forma de trompetas, en los que el pueblo depositaba sus ofrendas. Aquí estaba enseñando Jesús, muy cerca del lugar en que el Sanedrín acostumbraba celebrar sus reuniones. Ahora bien, en este lugar, los sacerdotes allí presentes, con la ayuda de los porteros que estaban a sus órdenes fácilmente habrían podido arrestar a Jesús y exponerlo a la furia de la turba o, al menos hacerle callar. Pero, incluso en el atrio del templo, donde le tenían al alcance de la mano, «nadie le prendió, porque aún no había llegado su hora». Aquí vemos, primero, la mano invisible de un poder divino, que ató las manos de ellos. Dios puede poner freno a la ira de los hombres, del mismo modo que pone límite a las olas del mar; segundo, la razón de esta restricción: «porque aún no había llegado su hora». La frecuente mención de esta frase insinúa hasta qué punto la muerte de Jesús dependía, en todos sus detalles, del «determinado designio y previo conocimiento de Dios» (Hch 2:23). Lo mismo pasa con cada uno de nosotros; por eso podemos decir y cantar, como David: «En tu mano están mis tiempos» (Sal 31:15). ¡Sí, mejor está nuestro destino en manos de Dios que en las nuestras!

Juan 8:12 explicación
Juan 8:12 reflexión para meditar
Juan 8:12 resumen corto para entender
Juan 8:12 explicación teológica para estudiar
Juan 8:12 resumen para niños
Juan 8:12 interpretación bíblica del texto

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí