Mateo 11:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El primer versículo de este capítulo es, en realidad, una conclusión del capítulo anterior, con el cual se une perfectamente; de ahí que los comentaristas lo comenten como perteneciente a dicho capítulo, donde queda situado mejor que en el presente. Destacamos en este versículo lo siguiente:

1. Las instrucciones que Jesús había dado en el capítulo anterior, aparecen en este versículo como una orden (gr. diatasson) que les da. El encargo de ir a predicar el Evangelio, no sólo es un permiso o facultad que les da, sino una orden de mando, como la de un jefe militar a sus subalternos. Habían de sentirse constreñidos a anunciar el Evangelio (1Co 9:16).

2. Cuando Jesús terminó de dar este encargo a sus discípulos, se fue de allí; como si los discípulos estuviesen tan remisos en dejar Su compañía, que tuviese Él que irse de allí, separándose de ellos como aparta la nodriza su mano del niño para que éste eche a andar solo. Cristo quería enseñarles ahora cómo habían de vivir y trabajar cuando carecieran de Su presencia física. Era conveniente para ellos que Jesús se marchase de ellos por un poco tiempo.

3. Cristo se fue de allí a enseñar y a predicar en las ciudades de ellos; de los judíos, no de los discípulos. No se nos dice de dónde se fue, pero es probable que fuese de Capernaúm. Tampoco se nos especifican las ciudades a las que fue; es probable que fuese a las mismas ciudades a las que había enviado a Sus discípulos a hacer milagros (Mat 10:1-8), con lo que habrían despertado la expectación de la gente, y preparado así el camino del Señor. Cuando Cristo les dio poderes para hacer milagros, Él mismo se ocupó en enseñar y predicar, como si esta ocupación fuese más noble que la otra, pues lo primero estaba ordenado a lo segundo. El curar a los enfermos tenía por objetivo salvar los cuerpos pero la predicación del Evangelio es para salvación de la persona entera. Cristo había ordenado a sus discípulos que predicaran (Mat 10:7), pero no por eso dejó de predicar Él mismo. ¡Cuán diferentes de Cristo son los que imponen cargas a otros para quedar ellos en la holganza! Si aumenta el número de trabajadores en la obra del Señor, eso no debe ser un pretexto para la negligencia, sino un estímulo para la diligencia. Cuanto más ocupados estén otros hermanos nuestros, más diligentes debemos ser nosotros, pues todo es poco a la vista de lo mucho que hay que hacer. Jesús fue a predicar en las ciudades de ellos, que eran los lugares más poblados, para echar la red del Evangelio donde más peces se podían recoger.

Inmediatamente después se nos narra el mensaje que Juan el Bautista envió a Cristo, y la respuesta que Jesús le dio (vv. Mat 11:2-6). Ya vimos anteriormente que Jesús se había enterado de la prisión de Juan (Mat 4:12). Ahora vemos que Juan en la prisión, se enteró de las obras de Cristo. No cabe duda de que se alegraría de enterarse de los milagros que Cristo obraba y de las admirables enseñanzas que impartía. Nada hay tan consolador para los hijos de Dios, especialmente cuando se ven en apuros, como oír las obras de Cristo, y ansiar experimentarlas en ellos mismos. Esto basta para convertir una cárcel en un palacio; de una manera o de otra, Jesús enviará noticias de amor a quienes padecen por amor a su causa y para conservar una conciencia limpia ante Dios. Al oír Juan las obras de Cristo, envió a dos de sus discípulos, y aquí se nos refiere la entrevista que ellos tuvieron con Jesús. Observemos:

I. La pregunta que le hacen: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperaremos a otro? (v. Mat 11:3). Esta era una pregunta seria e importante. Se tenía por seguro que el Mesías estaba para venir. La pregunta insinúa que, si Jesús no era el Mesías, habría que estar a la expectativa de otro; esto comportaba cierta impaciencia. No debemos estar impacientes si la Segunda Venida del Señor se tarda. Aunque tarde en venir, hay que velar y esperar, porque el que ha de venir vendrá, aunque no venga en nuestro tiempo. La pregunta insinúa también que, si quedan convencidos de que Él es el Mesías, no seguirán perplejos, sino que quedarán satisfechos, y no volverán su vista hacia ningún otro. Por eso, le preguntan: ¿Eres tú? Juan, por su parte, había dicho: Yo no soy el Cristo (Jua 1:20). La opinión más probable es que Juan propuso esta pregunta para su propia satisfacción. Es cierto que había dado de Cristo un noble testimonio, al presentarle como el Hijo de Dios (Jua 1:34), el Cordero de Dios (Jua 1:29), el que había de bautizar con el Espíritu Santo (Jua 1:33) y el Enviado de Dios (Jua 3:34), todo lo cual ya era gran cosa. Pero deseaba mayores pruebas y seguridades; puesto que cuanto se refiere a Cristo y a la salvación que Él trajo, requiere una seguridad completa. Cristo no se había manifestado en la pompa exterior y con el poder majestuoso con que se esperaba que apareciese, para imponer el reino de Dios con cetro de hierro, separar el grano de la paja y cortando sin piedad todo árbol que no llevase fruto (Mat 3:10, Mat 3:12). Jesús pasaba haciendo el bien, proclamando el año jubilar de la buena voluntad de Jehová, pero dejaba para su Segunda Venida lo del día de la venganza de nuestro Dios (Isa 61:2. Nótese cómo, al citar esta porción, Jesús se detuvo a la mitad del v. Mat 11:2; Luc 4:19). Como muchos otros, Juan no percibió el doble nivel en la perspectiva profética. Cristo se percató de que ello sería piedra de tropiezo para muchos y fue por eso, sin duda, por lo que añadió: Y bienaventurado es el que no tropieza en mí (v. Mat 11:6). Incluso a los mejores hombres de Dios les resulta difícil dejar a un lado los prejuicios de las masas. La perplejidad de Juan pudo aumentar al considerar su propia situación. Llevaba algún tiempo en la prisión de Herodes y se vería tentado a pensar: Si Jesús es de veras el Mesías, ¿cómo es que yo, su amigo, pariente y precursor, sigo encerrado aquí y se me deja así por tanto tiempo? Sin duda que Jesús tenía muy buenas razones para no ir a Juan y consolarlo en su prisión, pero es muy posible que Juan no lo entendiese, y todo ello constituyese un tropiezo para su fe en el Señor. Notemos que: (a) Dondequiera que hay fe verdadera, puede darse una mezcla de duda o, al menos, de perplejidad. Como dice Romano Guardini: «Fe es la capacidad de soportar dudas»; y no siempre los mejores son los más fuertes. (b) Las pruebas sufridas por amor de Cristo, si continúan sin alivio por largo tiempo, resultan a veces tan insoportables, que nublan la visión del espíritu. (c) La duda que con frecuencia anida en el trasfondo de los creyentes, llega a golpear con tanta fuerza en horas de tentación, que las verdades más fundamentales, que parecían bien asentadas en la mente y en el corazón, llegan a ponerse en interrogante en la pantalla de la conciencia psíquica. Los santos más experimentados necesitan ayuda, consuelo y comprensión para fortalecer su fe y equiparse con toda la armadura de Dios (Efe 6:13) para resistir los embates de la tentación de infidelidad.

Por otra parte, hay, y siempre ha habido, comentaristas que opinan que Juan envió a sus discípulos a que llevasen a Cristo dicho mensaje, no porque él dudase, sino para disipar las dudas de sus propios discípulos, al tener en cuenta que, en su celo por Juan, estaban celosos de Jesús (Jua 3:25-26) y remisos en reconocerle por Mesías, porque estaba eclipsando a Juan. En este caso Juan habría querido que rectificasen su error y quedasen tan satisfechos con Cristo como él lo estaba. Al ver que todavía requerían una instrucción más completa, los enviaba a Jesús, como un buen maestro de escuela desea que sus alumnos lleguen a la Universidad. Todo buen ministro del Señor desea llevar las almas directamente a Cristo, no hacia sí mismo. Y todo creyente que, en vez de acudir directamente a la Palabra y al Espíritu, depende continuamente de otros, muestra su falta de madurez espiritual.

II. La respuesta que les da Jesús (v. Mat 11:4-6). Fue una respuesta convincente, pues estaba basada en hechos, no en razones. El cristianismo no se basa en argumentos, sino en hechos incontestables (1Co 15:1-5) y, Cristo, Fundador y Esencia del cristianismo daba, mediante hechos, evidencia de Su Misión de parte del Padre.

1. Les dice que tomen buena nota de lo que han visto y oído, para que se lo digan a Juan: Id e informad a Juan de las cosas que oís y veis (v. Mat 11:4). Ven y ve es el testimonio más efectivo que podemos dar del Señor (Jua 1:46); así lo hizo Él mismo (Jua 1:39). Jesús viene a responder: Id e informad a Juan, de:

(A) Lo que veis del poder de Cristo en los milagros que lleva a cabo; ya veis cómo, a la sola palabra de Jesús, los ciegos ven, los cojos andan, etc. Los milagros de Cristo eran llevados a cabo en público, a la vista de todos. La verdad no trata de esconderse. Estos milagros han de considerarse, (a) como efectos de un poder divino. Nadie sino el Dios de la naturaleza puede dominar y superar el poder de la naturaleza. En particular, se cita como una prerrogativa de Dios abrir los ojos de los ciegos (Sal 146:3). Los milagros son, por tanto, un sello celestial, y la doctrina que confirman tiene, por necesidad, origen divino. Puede apelarse a falsos milagros para probar falsas doctrinas pero los verdaderos milagros evidencian una comisión divina (Jua 9:33); tales eran los milagros de Cristo, los cuales no dejaban resquicio para dudar de que era enviado por Dios. (b) Como cumplimiento de una predicción divina. Estaba predicho (Isa 35:5-6) que Dios vendría, y entonces los ojos de los ciegos serían abiertos.

(B) Lo que oís de la predicación de Su Evangelio. Aunque la fe se corrobora con la vista, viene por el oír (Rom 10:17). A los pobres les es anunciado el Evangelio (v. Mat 11:5). Los profetas del Antiguo Testamento eran enviados, de un modo especial, a los reyes y príncipes, pero Cristo predicó a los pobres, a la «gente del campo», a quienes filósofos paganos y rabinos judíos tenían por gente ruda e ignorante (Jua 7:49). Por eso, es más notable la misericordiosa condescensión del Hijo de Dios al llevar las buenas nuevas de salvación, de modo especial, a los pobres y abatidos (Isa 61:1). Los pobres, los humildes, los que no tienen nada que perder en este mundo, están mejor capacitados para depender exclusivamente de Dios (v. Sof 3:12). En la moderna sociedad de consumo, en que la mayoría de la gente se preocupa, ante todo, no sólo de tener cubiertas las necesidades, sino de disfrutar de todas las comodidades posibles y asegurarse un porvenir tranquilo en esta vida, ¿qué sentido puede tener la palabra «salvación»? Para saber lo que es «salvarse», hay que verse «perdido», en un sentido muy distinto al que hoy se le da a este vocablo. El Evangelio es una «buena noticia» sólo para aquellos que se sienten presos en la cárcel del pecado y sentenciados a una condenación eterna. ¡Qué consuelo es para ellos saber que hay perdón absoluto y vida eterna mediante la obra de Cristo, para todo aquel que cree (Jua 3:16)! La admirable eficacia, que para esto posee el Evangelio predicado por Cristo, es una prueba contundente del origen divino del mensaje y de la mesianidad del mensajero.

2. También pronuncia Cristo una bendición sobre los que no tropiecen en Él; es decir, los que no hallen en las palabras y obras de Jesús algo que sea un obstáculo para creer (v. Mat 11:6). Hay muchas cosas en el Evangelio, como las hay en el resto de la Biblia, donde los indoctos e inconstantes tropiezan, no porque la Palabra de Dios sea piedra de escándalo (cuando es mensaje de salvación), sino porque las tuercen, para su propia perdición (2Pe 3:16). Sólo por prejuicio efecto de la incredulidad y de la impenitencia, se explica la hostilidad que menosprecia, malentiende o escarnece la verdad de las Santas Escrituras. Un espíritu receptivo y una conciencia sincera no pueden menos de abrirse a las maravillosas verdades de la Biblia. Muchas apariencias externas contribuían a dicho prejuicio por parte de los enemigos que Cristo tuvo en aquel tiempo: despojado de su majestad divina, educado en la despreciada Nazaret, de familia pobre, la humilde condición de sus seguidores, la enemistad de los maestros de la Ley, lo estricto de su doctrina en contradicción con los deseos de la carne y de la sangre, los sufrimientos que eran de esperar para quienes hubiesen de confesar el nombre de Cristo, todo esto era, para muchos, un «escándalo» que les impedía adherirse a Él y recibir su doctrina. Así estaba puesto para caída de muchos en Israel, y para señal que es objeto de disputa (Luc 2:34). ¡Dichosos los que no tropiezan en Él! La expresión de Jesús insinúa, por una parte, que es cosa difícil remontar tales obstáculos; y, por otra, que es sumamente peligroso tropezar en ellos.

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