|
Somos criaturas inmortales, hemos nacido para la eternidad. Cada día que pasa nos acerca al cielo o al infierno. La salvación de nuestra alma debe ser, pues, la primera preocupación de nuestra existencia terrestre.
Es un gran error pensar que basta mejorar al ser humano a fin de hacerlo apto para la vida eterna. No es necesario un progresivo desarrollo de la vieja naturaleza, sino una nueva vida, una vida divina; y esa vida es Cristo en nosotros, la que nos concede a través del nuevo nacimiento. La diferencia entre un hombre de alta moralidad y un verdadero cristiano no es una diferencia de grado, sino de especie. Quizás un diamante sea más hermoso en apariencia que un manojo de hierba, pero ésta posee vida, en tanto que el diamante no.
Para conocer lo que somos nos es necesario tener un punto de comparación, un modelo, y este modelo sólo puede ser el Hombre perfecto, Jesucristo. Al contemplarle en su Palabra, aprendemos a conocerlo, e inconscientemente somos transformados a su imagen.
Algunas personas piensan que la vida cristiana es una vida triste, llena de sacrificios y de renunciamientos. ¡Qué gran error! Cuanto más avanzamos en esa vida, más vemos que es feliz y alegre.
|
|