Aún hoy, después de casi 2000 años, la ciudad de Pompeya, destruida por el Vesubio, restituye víctimas. Según se estima, en esa antigua ciudad situada cerca de Nápoles (Italia) murieron unas 15.000 personas por la terrible erupción del volcán en el año 79 después de Cristo.

En aquel entonces nadie pensaba que el Vesubio fuera un volcán, hasta ese día de agosto cuando poco después del mediodía escupió una nube de rocas al rojo vivo, escorias y cenizas que oscurecieron el sol. Hace algún tiempo se hallaron los cuerpos de siete adultos y una niña. Según los científicos, los encorvados cuerpos comprueban la fuerza mortal de los venenosos gases sulfúricos en el momento de la erupción. En su desesperación algunas víctimas se cubrieron la cabeza con sus vestidos para protegerse de los gases.

Varias de las personas encontradas, así como los animales, parecen haber muerto recientemente. Uno de los investigadores dijo: –Es como si una fuerza extraña hubiese segado todas las vidas en un mismo instante. Aquí se percibe la presencia de la muerte. Se reflexiona en el porqué estamos en la tierra y en la vida que puede acabar tan repentinamente.

Moisés, el gran conductor del pueblo de Israel, sabía algo de ello cuando escribió las palabras citadas en el encabezamiento. También quedó profundamente impresionado por la brevedad de la vida humana. Sin embargo, había experimentado los inmerecidos dones de Dios durante su existencia, porque conocía al Todopoderoso como su Salvador, su Señor y su refugio.