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Un muchacho de 12 años de edad que vivía en Austria tenía un peligroso hobby. En su habitación tenía 40 arañas venenosas, algunos escorpiones y una boa. Para aumentar su colección había puesto avisos en los diarios y comprado los animales con sus propios ahorros. Considerando los raros “juguetes” de su hijo, finalmente su madre llamó a la policía. Los bomberos se encargaron de recoger estos animales.
No hay que jugar con animales peligrosos. Aun cuando se los mantenga y alimente correctamente, siempre representan un riesgo considerable. Pero aún más peligroso es jugar con el pecado, con influencias, pensamientos y hechos pecaminosos. En este caso, no sólo existe el peligro de que uno se deje arrastrar. No, el veneno del pecado ya tiene su influencia cuando «se juega» con él. Esto se debe a que “el pecado” mora en cada ser humano y éste halla su placer en las cosas que Dios llama malas. Jugar con una influencia pecaminosa nos aleja cada vez más de Dios. Esto se ve claramente en la sociedad occidental que poco a poco va suprimiendo los «tabúes». La miseria de la humanidad consiste, pues, por un lado, en pecaminosos hechos, palabras y pensamientos. No podemos deshacer lo que ya está, y por eso necesitamos “perdón”. Por otro lado, en nosotros existe un poder que nos hace buscar lo malo, y para esto necesitamos liberación. Dios nos ofrece tanto el perdón como la liberación por medio de su Hijo Jesucristo y su obra expiatoria en la cruz (Juan 8:34 y 36).
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