[Mujer Cristiana] Mi Escuela Dominical

El afán nos desvía de las cosas que realmente son importantes. No sé si será por mi nombre, pero ando atareada tratando de hacerlo todo. Pero la verdad es que les debo mil perdones por haberme descuidado de sus hijos y su crecimiento espiritual. No es justo que, siendo yo el fruto innato de la Escuela Dominical, haya descuidado tanto este ministerio. Pero ahora créanme que estoy pidiéndole a Dios que me renueve por completo para darles a sus hijos la mejor preparación bíblica, quizá mejor que la que yo tuve. Porque ahora tenemos una gran variedad de materiales visuales, salones de clases, etc., ideales para que los chicos se sientan cómodos.

Les cuento que yo no tuve nada de estas comodidades que hoy existen en la Iglesia cuando crecí en mi Escuela Dominical en Barrios Altos. Sin embargo, aprendí a amar a Dios con todo mi corazón. Eran otros tiempos, como dicen. Por eso sé que si les damos a los chicos un lugar agradable, ellos no tendrán excusa para no querer venir a la casa de Dios.

Sé que Dios quiere que sus hijos sean los futuros líderes de la Iglesia, los futuros pastores y maestros de la Palabra. Estoy completamente segura de que así será. Miguel y yo crecimos en la Escuela Dominical, y todo lo que aprendimos aquí fue la semilla que creció para que seamos lo que somos ahora: siervos de Dios.

Martha V. de Bardales

Mis amados profesores:

He trabajado bastante en estas semanas tratando de volver a organizar toda la Escuela Dominical. Me ha servido volver a revisar todos esos temas que me dieron desde la cuna de la Iglesia en la que nací.

Mi Iglesia era una casona limeña antigua y remodelada como templo. Cuando entrabas, tenías que enamorarte a primera vista, porque el salón principal se asemejaba a un antiguo salón de baile, con un arco labrado y muros gruesos también decorados. El piano se veía brillante, y la mesa donde se oficiaba la santa cena también estaba totalmente labrada. El púlpito era de roble, color oscuro, gigante, lo recuerdo yo. Detrás de este estaba el bautisterio, y después de este, tres pequeños salones para las clases de Escuela Dominical.

Como les conté hace tiempo, mi papá se convirtió con un misionero inglés que, después de bautizarse a los 19 años, lo discipuló personalmente. Él fue el pastor que el misionero Richti dejó a cargo de esta Iglesia cuando regresó a su país. Entonces, mi padre empezó a pastorear muy joven, con primero 3 hijos varones pequeños que luego se fueron multiplicando hasta llegar a mis once hermanos.

Si la familia del pastor era numerosa en hijos, se imaginarán cuán fructíferos eran los otros miembros. Se tuvieron que edificar entonces otros salones para las clases de Escuela Dominical. Por ejemplo, un altillo todo de madera sobre el único baño que tenía nuestra Iglesia. Ese fue mi salón desde pequeñita hasta adolescente. Para llegar a este altillo, había que subir una escalera empinada, tan chiquita, tan chiquitita que parecía que solo podía entrar el pie de un niño. Y ya arriba, en el altillo, no te podías parar muy erguido porque el techo de madera te tocaba la cabeza.

Estos espacios fueron mis aulas de la Escuela Dominical donde nací, donde aprendí sobre mis amados personajes bíblicos. El hermano Sánchez nos enseñaba sus clases magistrales, dejándonos a todos con la boca abierta por semejante actuación.

Los demás salones de la Iglesia eran todavía más reducidos que el mío, pero a nadie le importaba no tener escritorios, sillas personales, materiales didácticos, pizarras acrílicas, juguetes ni nada. Tan solo la Biblia y el maestro conjugaban perfectamente porque había sabiduría y Espíritu en estos instrumentos de Dios.

Cuando me tocó el turno de convertirme en maestra, sentí que Dios por fin me había concedido un gran privilegio. Le iba a servir. Entonces, junto con la guía y el cuidado de él, me metía a buscar a mis alumnos en los callejones de Barrios Altos. Todas las madres del callejón me conocían, ya me esperaban con sus chiquitos bien lavaditos para que yo, con mis 14 años, me los llevara al “evangelio”, así le decían a la Iglesia de mi papá.

Al recordar esto, siento una gran emoción. Mi corazón tiene gratitud porque nunca tuve miedo de caminar en «La Huerta perdida» o en las calles más peligrosas de «5 esquinas» porque todos me conocían como «Martita, la gringita del evangelio». Y no me molestaban porque sus pequeños aprendían de Dios, y eso era bueno para ellos.

Nuestra Iglesia Emmanuel no está ubicada en la parte más peligrosa de la ciudad. Los niños que asisten no tienen zapatos con agujeros, o vienen sin desayunar, o trabajan en la calle limpiando carros o vendiendo caramelos. Nuestros chicos son diferentes, pero también necesitan de Dios. Nuestro templo no tiene las dificultades que tuvo mi templo de la cuadra 10 de Antonio Miró Quesada, a dos cuadras de la Maternidad de Lima, tan chiquito e indefenso. Los salones de nuestra Iglesia en La Molina serían mansiones para mí si tuviera de nuevo 3 o 4 años.

Los maestros que me guiaron eran gente sencilla, sin muchos estudios, pero con un compromiso de servir a Dios con todas sus fuerzas. Ustedes, además de preparación, tienen el deseo de servir con el mismo amor.

¿Ven ahora que no hay impedimento para que cumplamos bien con la responsabilidad de formar futuros pastores, maestras, evangelistas, líderes, ministros de Dios?

Los que crecimos en la Iglesia de «La Huaca» en Barrios Altos no tuvimos impedimento. Por eso, nunca me aparté de mi Rey. Es más, fue en mi Escuela Dominical donde decidí entregarle toda mi vida a mi Señor.

¿Creen que se puede repetir la historia con nuestros niños de la IBE?

Yo creo que sí. Por eso tengo tanto entusiasmo de volver a organizar la Escuela Dominical. Hoy tenemos una infraestructura completa, materiales didácticos de primera (diría yo) y, sobre todo, un grupo de maestros que han entendido la visión y han decidido dejar de lado el marasmo espiritual para convertirse en sembradores de la Palabra viva, en edificadores de valiosos nuevos creyentes que tendrán una verdadera personalidad cristiana. Y nadie los moverá de su fe porque, como Timoteo, fueron enseñados desde la niñez. Nuestros niños también comprenderán que el propósito de Dios para sus vidas lo conocerán en esa aula de la Escuela Dominical.

Mis amados profesores, pídanle a Dios que les haga ver esto en visión. Futuros pastorcitos, futuras maestras en cada uno de los pequeñitos que guiarán. Sueñen que serán como el apóstol Pablo discipulando a Timoteo o como Moisés enseñándole a Josué. Y pronto podremos decirle a Dios: «Este es el fruto que tengo para darte. No ha menguado, Señor. Se ha multiplicado más bien por tu pura gracia».

Mil gracias por decidir servir a Cristo.

Martha Bardales

Mi nuevo correo es marthabardales.ibe@gmail.com.

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