Dichosos los que siguen la ley del Señor

 

dichosos-los-que-siguen-la-ley-del-senor

El Señor tu Dios te manda hoy que pongas en práctica estas leyes y estos mandamientos; cúmplelos de todo corazón y con toda tu alma. Tú has declarado hoy que el Señor es tu Dios, y has prometido seguir sus caminos y cumplir sus leyes, mandamientos y decretos, y obedecerlo siempre. [Deuteronomio 26,16 – 17]

 

En tiempos de Jesús, tal como hoy, circulaban muchas enseñanzas y doctrinas no del todo correctas. Jesús trataba de explicar el significado de la enseñanza del Antiguo Testamento diciendo: “han oído que se dijo… pero yo les digo” [Mateo 5,43 – 44]. Esto es algo que también puede ser útil para nuestra propia instrucción. Escuchamos muchas filosofías y opiniones, pero lo que cuenta es lo que Jesús enseñó y quedó reflejado en la Escritura. Él nos enseñó que hemos de amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen. Si de veras queremos ser hijos de nuestro Padre celestial, debemos amar como Él ama: sin condiciones, a todos, todo el tiempo.

 

En Cristo hemos llegado a la nueva y definitiva alianza. Dios se ha comprometido a ser nuestro Padre, y nosotros nos hemos comprometido a ser sus hijos. Si le amamos, si somos suyos por el amor, escucharemos su voz y cumpliremos sus mandamientos. Y estos no son pesados: Amarlo a Él como nuestro único Dios y amar a nuestro prójimo como Dios nos ha amado en Cristo. De parte de Dios está la promesa de salvación, de sentarnos a su derecha, de hacernos sus hijos amados en quien Él se complace. 


El Sermón del monte 
[Mateo 5,3 – 12], el Padre nuestro [Mateo 6,9 – 15] y el mandato del amor [Juan 13,34; 15,12], vistos desde la alianza, nos hacen ver las promesas y compromisos de parte de Dios y de parte de nosotros. Vivir en Cristo no es sólo una costumbre, sino la renovación de un sí personal y comunitario, maduro y continuo, a quien quiere tomarnos como hijos suyos y espera de nosotros que lo tengamos como Padre, por nuestra unión a su Hijo y por la participación de su Espíritu en nosotros.

 

Ser perfectos como Dios Padre es perfecto [Mateo 5,48] parece una tarea imposible de cumplir, pero el llamamiento de Jesús a todos los cristianos es claro y directo en este sentido. Divino Maestro y modelo de toda perfección, predicó la santidad de vida a todos y a cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fuesen. Una buena medida del crecimiento en la santidad que hemos logrado es la actitud que adoptamos frente a los que nos contradicen o nos hieren. ¿Los amamos con el amor perfecto que San Pablo describe en 1 Corintios 13? Jesús nos pide que así lo hagamos. ¿Cómo podemos negarnos a amar a alguien a quien Dios ama tanto?

 

En la práctica, ¿qué actitud adoptamos frente a este llamamiento? Probablemente alegaremos que no es posible amar a los enemigos, que es pedir mucho o que Dios en realidad no lo espera en nuestras circunstancias. Pensamientos como éstos revelan una falta de fe en que el Espíritu Santo vive en nosotros y que puede movernos a amar perfectamente. En lo íntimo del corazón, debemos decir que con la gracia de Dios y el poder del Espíritu Santo, podemos y deseamos amar a nuestros enemigos. Aceptar esta invitación significa no guardar nada contra nadie, tal como Dios no guarda nada contra nosotros.

 

Pensemos en las personas que no amamos, que no podemos perdonar, contra quienes tenemos resentimientos o rencores. Arrepintámonos ante el Señor y perdonemos a esas personas en nuestro corazón. Si es posible y aconsejable, vayamos y reconciliémonos en persona. Perdonar es maravilloso, pero sólo es posible hacerlo con la fuerza del Espíritu que actúa en nosotros.

 

Felices los que se conducen sin tacha y siguen la enseñanzab</a>]» style=»»> del Señor. Felices los que atienden a sus mandatos y lo buscan de todo corazón, los que no hacen nada malo, los que siguen el camino del Señor. Tú has ordenado que tus preceptos se cumplan estrictamente. ¡Ojalá yo me mantenga firme en la obediencia a tus leyes! No tendré de qué avergonzarme cuando atienda a todos tus mandamientos. Te alabaré con corazón sincero cuando haya aprendido tus justos decretos. ¡Quiero cumplir tus leyes! ¡No me abandones jamás! [Salmo 119, 1 – 8]

Por : Juan Alberto Llaguno Betancour

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí