La experiencia de la alegría de Dios exige nuestra obediencia. No hay como disfrutar el gozo que solo el Señor puede ofrecernos si no estamos colocados en Su presencia.
Junto a Él, delante de Su altar, adorándolo y sirviéndolo, tendremos la plena convicción de que nada en este mundo podrá ofuscar la bendición de la dicha que Él nos proporciona.
Si vamos al trono de Dios apenas como visitantes esporádicos, si solo recordamos de él cuando las cosas van de mal en peor, si solo lo buscamos para resolver nuestros problemas y darnos mucho dinero y prosperidad, podremos hasta conseguir aquello que buscamos, pero no experimentaremos la verdadera felicidad de ser un hijo obediente y fiel.
La alegría de ganar un buen dinero, de conseguir lo empleo anhelado, de recibir aplausos por una buena victoria, podrá ser pasajera y hasta engañadora. La alegría que viene del trono de Dios, que nos reviste y nos hace cantar bajo tempestades y crisis, que nos hace reflejar el brillo del sol mismo cuando la noche aún está oscura, es la única que nos satisface y permanece para siempre.
¿Qué tipo de alegría estamos buscando? ¿la que nos hace sonreír por una hora o un día? ¿ la de las fiestas que nos hacen llegar a casa por la mañana? ¿la que nos hace olvidar los momentos malos por un momento? ¿O la que nos hace renacer, nos transforma el corazón y nos muestra el camino maravilloso de la vida eterna con Diosí
Las alegrías de lo antes y de lo después del encuentro con Jesús son bien diferentes.
¿Te gustó este artículo?
Suscríbete a nuestro canal de YouTube para ver videos sobre temas bíblicos.
Visita nuestros cursos bíblicos.
Se miembro de nuestro ministerio y obten todos los recursos.