SACUDID EL POLVO DE VUESTROS PIES

SACUDID EL POLVO DE VUESTROS PIES

Con este insólito título, quiero que recapacitemos sobre las propias Palabras de Nuestro Señor, cuando mandó a sus discípulos a predicar el Evangelio por la tierra de Israel. Él decía:

«Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.

No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento.» (Mateo 10. 7-10).

El Señor nos da poder para hacer estas maravillas, descritas físicamente, pero que, por supuesto, tienen un reflejo totalmente espiritual: sanidad espiritual por la predicación del Evangelio, limpieza de pecados por el bautismo, resurrección del hombre, cuando acepta a Cristo, reviviendo en una vida nueva, libre de pecado, y limpieza de las potestades espirituales que dominan al hombre. Todo esto por Gracia de Dios, gratis, pues Él nos lo ha dado por su inmensa Misericordia y nosotros lo debemos de dar con la misma alegría con la que lo recibimos, transmitiendo las buenas nuevas del Evangelio.

Continuando, nos advierte que no debemos llevar equipaje, es decir, nada preparado ni estudiado, pues cuando se le habla del Señor a una persona, no somos nosotros los que hablamos, sino que es Él el que lo hace por nosotros; somos un simple instrumento en manos del Señor, por ello no debemos estar pendientes de lo que hemos aprendido, sino dejar que el Espíritu Santo, que habita en nosotros, los que hemos hecho presente el Mensaje de Cristo en nuestras vidas, fluya y muestre el Camino a esta persona.

Continúa diciendo:

«Mas en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis. Y al entrar en la casa, saludadla. Y si la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros.» (Mateo 10.11-13).

Dice el Señor que nos informemos quién «es digno». Aquí se refiere a quien tiene un corazón abierto a recibir la Palabra de Dios y hacerla presente en su vida. A esta persona le hemos de predicar el Evangelio, por eso mismo, hemos de «posad allí hasta que salgáis», es decir, quedándonos en su casa, centrándonos en su conversión, hablándole con denuedo de la Misericordia del Padre y dejando que sea Él el que mueva el espíritu de esta persona hacia el Camino.

Por esta razón dice el Señor que al entrar en la casa, la saludemos, con el saludo de Dios, con su Espíritu, para que si esta persona es de Él, oirá estas palabras con alegría, recibiendo Su Paz.

El caso contrario al anterior es el que se describe a continuación:

«Y si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies. De cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad.» (Mateo 10.14-15)

La predicación del Evangelio no siempre es fructífera; todos sabemos y conocemos de personas que no quieren oír hablar de Dios, o de un Dios distinto al que siempre han conocido, aunque Este se ajuste a las Escrituras, mostrándose recelosas y ciegas ante el mismo Señor.

El Señor nos anima a predicar su Palabra, para que sea oída en todos los confines de la tierra. Es la libertad de la persona la que le hace aceptarla o rechazarla. Siempre que se predique, la sangre de esa persona no cae sobre el predicador, es decir, si un cristiano no predica la Palabra de Dios, sintiendo que ha de hacerlo, y esa persona no se convierte por su culpa, el Señor le tomará cuenta; más si un hombre de Dios predica el Evangelio y es rechazado, está libre de responsabilidad.

En esta situación descrita, el Señor nos advierte que debemos abandonar esa casa y sacudir el polvo de nuestros pies. En la predicación a una persona, no solo habla el que lleva la Palabra, pues es una conversación. Fruto de esta, las doctrinas humanas y espirituales de esta persona, presentes de una forma espiritual como potestades espirituales de Satanás, pues hay que recordar que:

«… no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Efesios 6.12).

Pues bien, estas doctrinas pueden ensuciar nuestras creencias en el Señor, y afectar a nuestra relación con Él. Para evitarlo, debemos desecharlas y reprender, en el nombre del Señor y bajo su protección, a estas potestades y principados, sacudiéndolos de nosotros.

¿Por qué habla de nuestros pies?. La respuesta la da el mismo Cristo; Él lava los pies a sus discípulos, aunque no le entendían el porqué, puesto que lo normal, humanamente, sería que ellos se los lavaran a Él, pero el Señor quiere que lo veamos de una manera distinta:

«Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio» (Juan 13.10).

El Señor se refiere a que cuando hemos sido lavados en su Sangre y perdonados nuestros pecados, ya no necesitamos más, salvo los pies que, por su andar por el mundo, son los que se ensucian y deben ser lavados por otro, por el mismo Cristo o por otro hermano que lo represente. Esto mismo le ocurrió a Pedro que no comprendía esto y el Señor le dijo:

«Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.» (Juan 13.7-8).

Y efectivamente, Pedro se dejó lavar los pies por el Señor, a través de Pablo, muchos años después, cuando Pablo le advirtió que al haber predicado a judíos, y no haber sacudido el polvo de sus pies, se había contaminado con las leyes y tradiciones de hombres, haciendo acepción de personas, cosa no agradable a Dios. Esto lo podemos leer en la Epístola a los Gálatas, Cap. 2, Vers. 11 y ss.

Por esto mismo, el Señor nos advierte que no debemos dejarnos seducir por las doctrinas de hombres y debemos filtrar, a través del Espíritu, toda idea o palabra y actuación humanas, por insignificante e inocente que, a primera vista, nos pueda parecer:

«Cuando te sientes a comer con algún señor, Considera bien lo que está delante de ti, Y pon cuchillo a tu garganta, Si tienes gran apetito. No codicies sus manjares delicados, Porque es pan engañoso.» (Proverbios 23.1-3).

Por esto mismo, cuando alguien rechaza la Palabra del Señor, debes advertirle que está bajo la ira de Dios. Deséchalo y sigue tu Camino. No obstante, debemos seguir orando por esta persona para que el Señor se apiade de su alma y que, aunque sea en el último instante de su vida, pueda conocer de la Misericordia de Dios.

Y nosotros hemos conocido y creido el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. I Juan 4:16

Dios te bendiga…

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