El Señor es mi luz y salvación.

El Señor es mi luz y mi salvaci?n, ¿de quién podr? tener miedo? El Señor defiende mi vida, ¿a quién habr? de temeré Solo una cosa he pedido al Señor, solo una cosa deseo: estar en el templo del Señor todos los días de mi vida, para adorarlo en su templo y contemplar su hermosura. El corazón me dice: Busca la presencia del Señor. Y yo, Señor, busco tu presencia (Salmo 27,1.4.8).
Una de las gracias de que disfrutamos como hijos de Dios es el privilegio de buscar la gu?a divina cuando nos encontramos en apuros. El autor conoc?a esta libertad de acceso y la expresí en su salmo combinando una síplica a Dios y una profesi?n de confianza en Él (Salmo 27). Los cristianos tenemos más raz?n aún para confiar en la gu?a divina porque hemos visto la luz del Señor y la salvaci?n encarnada en Jesís. Ya sea que tengamos problema s grandes o pequeños, todos hemos sentido la confusión interior y la falta de entendimiento que suelen acompañar a las vicisitudes personales; entonces es cuando, incapaces de resolver problemas y de escoger un curso de acci?n, experimentamos lo que bien podr?a describirse como la oscuridad. En tales ocasiones necesitamos acercarnos a Aquel que es la luz del mundo (Juan 8,12) y pedirle que nos ilumine el sendero, que nos cure la ceguera que tenemos en la vida (Mateo 9,29) como hizo con aquellos dos ciegos, pues recuperar la vista f?sica ser? consecuencia de esa otra visi?n, más necesaria y profunda: la fe. El verdadero milagro es invisible y está en el interior de cada hombre que cree. La fe que estos hombres tenían en sus corazones no les ahorr? ning?n esfuerzo, ninguna dificultad a la hora de alcanzar a Jesís. Es verdad que gracias a la fe nuestra vida espiritual crece y se ilumina, pero ni siquiera en el ?mbito espiritual tener fe signif ica autom?ticamente poseer un conocimiento cierto, o una seguridad completa, porque la fe sÉlo es aut?ntica cuando se conquista paso a paso, entre ca?das y temblores, entre oscuridades y gritos de auxilio. Le fe es una lucha, al estilo de Pablo: He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe (2Tim 4,7).
El salmista deseaba dos cosas: Vivir en el templo de Dios y buscar la presencia del Señor; la casa del Señor era el templo de Jerusal?n, donde Dios habitaba junto a su pueblo. Los cristianos lo podemos hacer también hoy pues la morada de Dios es la Iglesia, el pueblo de Dios, a la que frecuentemente se le compara con el Arca de No?, un refugio contra las tormentas de la vida. Podemos buscar el rostro del Señor al encontrarnos con Él en la oraci?n y la alabanza, y su presencia nos da entendimiento, alegr?a, esa fortaleza y valor que no podemos obtener de ninguna otra fuente .
Este salmo termina con una decidida declaración de confianza en la protecci?n del Señor (Salmo 27,13 -14). La paz y la confianza que expresa el salmista es lo que Dios quiere para todos sus hijos. No somos hu?rfanos; somos hijos adoptivos de Dios (Efesios 1,5) y formamos parte de la familia del cielo. Dios nunca nos dejar? a merced de nuestros enemigos. No dudemos y sobre todo no temamos a las oscuridades y a las dudas de la vida. Cuando todo esto nos ocurra en el camino, por más arduas que se presenten y precisamente por eso debemos alegrarnos de que así sea. Las pruebas de la fe son garant?a de su autenticidad. Entonces nuestro caminar ser? parecido a aquel que un día recorrieron los dos pobres ciegos iluminados por la luz de su fe y siguiendo al Señor.
¡¡¡Señor, ay?danos a vivir en tu presencia, mientras esperamos el día en que celebraremos la llegada de tu luz al mundo. Recu?rdanos que al b uscar tu rostro, tu luz nos mostrar? el camino!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Per? – SurAm?rica


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