¿Cómo Superar El Hábito de Compararse Según La Biblia?

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¿Cómo Superar El Hábito de Compararse Según La Biblia?

La Confianza Ante La Tentación de la Comparación

ORACIÓN:

Señor, al comenzar esta nueva semana, danos nuevos ojos para ver como tú ves. A través de la vida de Débora y su llamado, danos el poder de ver nuestro propio llamado y de tomar Tu mano con confianza y seguirla. En el nombre de Jesús, Amén.

UN VERSÍCULO PARA MEMORIZAR:

Así perezcan todos tus enemigos, oh Jehová; Más los que te aman, sean como el sol cuando sale en su fuerza. Y la tierra reposó cuarenta años (Jueces 5:31).

Lee la historia de Débora en Jueces 4

Jueces 4:1 comienza estableciendo el telón de fondo: “los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová”. Fríos hacia Dios, los israelitas “otra vez” eligieron su camino en contra del de Dios.

No es la primera vez que la Biblia describe así al pueblo de Dios. Anteriormente, en este mismo libro, Jueces 3:7 nos dice: “Hicieron, pues, los hijos de Israel lo malo ante los ojos de Jehová, y olvidaron a Jehová su Dios, y sirvieron a los baales y a las imágenes de Asera”.

Al igual que nosotros, los israelitas eran fácilmente engañados y atraídos. Anhelaban un dios físico que pudieran tocar, oler y ver. Deseaban un dios como el que tenían las demás naciones, uno que pudieran llevar consigo a la batalla. A pesar de su intento de distanciarse de Jehová, nunca encontraron lo que buscaban en sus malvados caminos. Por el contrario, sus anhelos solo les condujeron a una mayor esclavitud y servidumbre. En medio de esta atmósfera opresiva, se nos presenta a Débora, una jueza que se dedicó a seguir los caminos de Dios y a honrarlo. Su obediencia y devoción a Dios la prepararon para el propósito único para el que Él la había entrenado especialmente.

1 Corintios 12:18 nos dice, Más ahora Dios ha colocado los miembros, cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso.

Dios nos asegura que Él sabía exactamente lo que estaba haciendo cuando nos creó, dándonos a cada uno de nosotros dones específicos que Él ha elegido para que cumplamos Su propósito.

Conocer nuestro(s) don(es) espiritual(es) es un ladrillo importante en la construcción de nuestra confianza. Conocer y luego usar nuestros dones espirituales nos reafirma en nuestro propósito y lugar en el plan de Dios.

¿Ha llegado a reconocer tus dones espirituales que Dios te ha dado? Si es así, ¿cuáles son?

El deseo de pertenecer a Dios y tener un sentido de pertenencia es una necesidad universal. Al utilizar nuestros dones espirituales para la mejora de los demás, a lo que el apóstol Pablo se refiere como “el bien común”, no solo comprendemos quiénes somos, sino que también mejoramos nuestro sentido de propósito. El cuerpo de Cristo es el espacio designado por Dios para que cada individuo contribuya y satisfaga su anhelo de pertenencia. Una vez que reconocemos nuestra identidad y nuestro propósito, podemos abstenernos de compararnos con los demás. Al reconocer la llamada única que Dios nos hace a cada uno, podemos apreciar y celebrar nuestras diferencias. Compararnos con los demás solo conduce a sentimientos negativos de resentimiento y es un esfuerzo inútil.

La comparación es un camino sin retorno hacia el resentimiento

Aunque algunos dones espirituales pueden ser más alabados que otros, es importante que nos aseguremos de que la Iglesia no eleva a ciertos individuos a una posición que Dios no tenía prevista para ellos. No debemos confundir los dones más visibles con los verdaderamente importantes. Cada don es valioso y tiene su propia importancia. Me di cuenta de esto los domingos por la mañana cuando solía ir a la iglesia con mi familia. Nos levantábamos temprano y conducíamos hasta la iglesia, y el hermoso cielo azul del amanecer nos servía de recordatorio de que estábamos levantados y en movimiento mientras la mayoría de la gente seguía durmiendo.

A veces había cosas siendo hechas, que eran la prueba de que otros hermanos habían empezado a prestar servicio incluso antes que nosotros. Había llegado el momento de convertir el local alquilado para varios propósitos en un templo. Al formar parte de una “iglesia portátil”, nuestra congregación alquila un local cada 2 veces por semana para reunirse. Nuestro equipo hacía todo lo posible por cambiar el ambiente por uno de culto cada semana. Cerrar cortinas, colocar sillas, poner el pulpito y transformar el local en salón para los niños formaban parte de nuestro servicio cada semana.

Casi todas las mañanas, me sentía feliz de servir. Este tipo de trabajo físico era un cambio diferente del tipo de funciones que cada uno desempeñaba durante la semana.

Otras mañanas, cuando sonaba mi despertador a las 6:00, mis pensamientos no eran tan positivos. Los domingos son para descansar, así que ¿por qué no estoy descansando? Y otras veces no era mi alarma la que me tentaba a llevar mis pensamientos en la dirección equivocada. Escuchar una invitación a una reunión de líderes de la que no formábamos parte, u otros recibiendo un reconocimiento visible, intentaba arraigar el descontento o los celos en mi mente. Mi esposa y yo tenemos muchos otros talentos y dones que nuestra iglesia desconoce. Estamos sirviendo cuando otros están durmiendo. Es como si fuéramos invisibles.

Sabía que mis pensamientos no venían de Dios. Seguro que no era el Espíritu Santo el que me decía que necesitaba que me vieran. Los hermanos no tenían ni idea de que allí mismo, en la sala del local, el enemigo y yo estábamos teniendo una pelea a golpes, mientras yo luchaba por no dejar espacio a esos pensamientos en mi mente y en mi corazón. No podía quedarme preso en la comparación porque sabía que si lo hacía seguiría todo el camino hacia el resentimiento.

La comparación es un camino de ida hacia el resentimiento

Sabía en mi cabeza que el servicio que mi esposa y yo prestábamos en la iglesia no era menos importante solo porque fuera menos visible. Las palabras de Pablo lo dejan claro: “Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios” (1 Corintios 12:22 RV1960). Nos hace saber que la comparación y la competencia no tienen cabida en la Iglesia del Señor. Pero sabemos que la batalla contra la comparación es real.

Dos de mis dones son servir y enseñar. Tus dones son probablemente diferentes a los míos. Mientras que yo podría tener el don de enseñar, tú probablemente eres mucho mejor en la hospitalidad, orando, o dirigiendo el culto. La diferencia es cómo vemos los dones que tenemos en lugar de los que no tenemos. Jesús nos da estos dones, y a cada uno de nosotros se nos han dado dones simplemente porque pertenecemos a Jesús. “Pero Dios dispuso los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos como él quiso” (1 Corintios 12:18).

Necesitamos ver los dones que Dios nos ha dado como nuestros activos en lugar de permitir que la comparación señale nuestros déficits.

¿Ha tenido alguna vez dificultades para compararse con los demás o para competir con ellos? ¿Puedes compartir tu opinión sobre esta lucha y cómo afecta a nuestra confianza?

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