[devocional-martes] 22 de Noviembre de 2005 – El primer vuelo.

El águila… revolotea sobre sus pollo, extiende sus alas,
los toma, los lleva sobre sus plumas.
El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos. 

Deuteronomio 32:11 y 33:27.

El primer vuelo

       En la falda de una montaña, a más de 1.800 metros de altura, en la soledad de los Alpes austriacos, anida una pareja de águilas. Son el orgullo y la distracción de esa aldea montañesa. Desde allí observé con unos prismáticos los movimientos de esas grandes aves de rapiña.

       Esa mañana parecía reinar una gran agitación en el nido. Allí distinguí claramente dos pequeñas cabezas. De repente la pareja lanzó los dos aguiluchos hacía el vacío. Al principio descendían como piedras, moviendo sus pequeñas alas desordenadamente y de modo ineficaz. Luego empezaron a aletear con regularidad. El descenso se detuvo a 20 metros del suelo; desde allí volvieron a subir lentamente. En ese mismo momento, los padres surgieron como un relámpago e interrumpieron esta primera lección, colocándose cada uno debajo de los aguiluchos para traerlos de vuelta al nido sobre sus alas.

       Entonces pensé en la manera como Dios a veces enseña a sus hijos a utilizar Élas alas de la fe?. Los precipita en circunstancias difíciles. Al no tener apoyo visible, aprenderán a confiar en las promesas divinas. Pronto descubrirán que Dios está presente, debajo de ellos, desplegando su protección como las alas del águila (Isaías 40:31).

       Sí, contar únicamente con el Dios invisible es una experiencia irremplazable. Al arrancarnos de nuestro mullido nido, ¿su meta no es fortalecer nuestra confianza en su fidelidad y amor?

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