UNA ESPERANZA VIVA I

LA VIDA Y LA PALABRA

Por José Belaunde M.

UNA ESPERANZA VIVA I

Exposición de 1ra.de Pedro 1:1-8

1. Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, Pedro se presenta a sí mismo con el título que le da derecho a dirigirse con autoridad a los creyentes: el de apóstol de Jesucristo. (Nota 1)

Al darse a sí mismo ese título es como si dijera en primer lugar: yo soy un enviado del Señor Jesús; yo soy uno de aquellos a quienes Él dio la orden de predicar las buenas nuevas a las naciones y de hacer discípulos, ¿enseñándoles a guardar lo que yo os he mandado?, etc. (Mt.28:18-20).

Pero, en segundo lugar: yo soy uno de los doce que Él escogió como discípulos más cercanos suyos y que estuvo con Él durante los tres años de su vida pública. Los destinatarios de la carta naturalmente sabían muy bien quién era Pedro y por eso lo veneraban. Él gozaba de toda autoridad, y estrictamente, no necesitaba de presentación ante ellos. No obstante, él comienza su epístola llamándose así para reafirmar la autoridad con la que él escribe.

¿Quiénes son esos expatriados (parepidémois) a los que él dirige su carta? (2) Al mencionar conjuntamente la palabra dispersión parece estar refiriéndose a los creyentes judíos que vivían en las provincias del Imperio Romano que menciona, pues la palabra griega diáspora (que se traduce por dispersión) es el término habitual con que se les identificaba. (3)

Pero por lo que sigue después es obvio que la carta está dirigida también, o quizá, sobre todo, a creyentes gentiles (4). Por tanto, Pedro hace extensivo el término dispersión a todos los que creen en Jesucristo, sean judíos o no, que viven fuera de Israel, si bien podemos asumir que la mayoría de los destinatarios no eran judíos sino gentiles, que provenían de las canteras de los que en las sinagogas eran admitidos como temerosos de Dios. (5)

Pedro se dirige a ellos a pesar de que él había sido llamado en primer lugar a predicar a la circuncisión, así como Pablo lo fue a la incircuncisión (Gál.2:9)- porque su misión se extendería poco a poco fuera del ámbito de Palestina, dejando a la comunidad de Jerusalén al cuidado de Santiago, reflejando de esa manera el mayor peso que los gentiles iban adquiriendo en la Iglesia; algo que sin duda estaba en los propósitos de Dios. Esta mayor importancia dada a los gentiles era necesaria y oportuna porque muy pronto Jerusalén sería destruida y Judea asolada por las tropas romanas, tal como ocurrió como consecuencia de la guerra del 66 al 70, en que se cumplieron las palabras proféticas pronunciadas por Jesús (Lc 19:41-44; 21:20-24).

Era pues necesario que el destino de la naciente iglesia no estuviera ligado a su base original y a las vicisitudes del pueblo hebreo que muy pronto sufriría las terribles consecuencias de haber rechazado al Mesías que les fue enviado.

Una vez muerto Jesús es sabido que sólo una minoría de los judíos que habitaban Tierra Santa creyó en su mensaje, y ellos eran con frecuencia perseguidos por sus compatriotas. (Hch.8:1; 12:1,2) En el libro de los Hechos vemos también que la predicación de Pablo era rechazada por la mayoría de los asistentes a las sinagogas, de tal modo que una y otra vez él tenía que dirigirse a los gentiles (Hch. 13:45-52; 14:1,2,19; 17:1-9, 13; 18:5,6; 19:8,9; 20:3; 28:23-29). Con el tiempo éstos se convirtieron en mayoría dentro de la Iglesia a pesar de que Pablo y sus discípulos, siguiendo el mandato de Jesús (Hch 1:8) se dirigían en primer lugar a los judíos. (6).

2. elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas.? Es interesante observar que en el texto griego la palabra elegidos (ekléctois) está en el primer versículo antes de expatriados. De manera que debería leerse literalmente así: Pedro a los elegidos (que están) expatriados y dispersos por todo el orbe. Con eso el apóstol nos da a entender que había elegidos no sólo en la tierra de Israel (judíos en su totalidad) sino que también los había dispersos por el mundo (judíos y no judíos), tal como Isaías lo había anunciado (Is 2:2,3).

Los elegidos, quienes quiera que fueran, habían sido conocidos por Dios desde toda la eternidad, no sólo desde el vientre de su madre (como dice Pablo de sí mismo en Gál.1:15) sino con amor eterno como le dice Dios a Jeremías (31:3). Desde que existe Dios, es decir desde siempre, nosotros hemos estado en su mente, santificados de antemano por el Espíritu. Nuestra fe y nuestra salvación no son pues de ahora. Aunque nosotros no lo supiéramos hemos sido creados y señalados en la mente de Dios desde la eternidad para lo que enseguida expone Pedro: ¿En primer lugar, para obedecer, palabra que aquí se refiere a lo que en otro lugar se llama Éla obediencia a la fe?, (7) esto es, al creer. Hemos sido escogidos para creer antes de que oyéramos la palabra, lo que quiere decir que la fe es un don que nos estaba destinado antes de nacer y del que no podemos jactarnos. Si hemos sido elegidos para creer antes de que naciéramos, esa fe con que creemos nos ha sido dada sin mérito alguno nuestro, no proviene de nosotros, y no es, por tanto, motivo para creernos superiores respecto de los que no creyeron. Al contrario, debemos estarles agradecidos porque los judíos incrédulos fueron endurecidos para que nosotros creyésemos (Rm 11:11,25-28). ¡Con cuánto amor y misericordia debemos pues mirarlos, y desear y procurar que se conviertan! En vez de jactarnos debemos humillarnos delante de Dios y agradecerle por ese privilegio totalmente inmerecido. Y si es un privilegio inmerecido, cuánto más debemos comportarnos con una fidelidad a ese llamado que manifieste nuestro reconocimiento al Dios de toda misericordia que nos creó con ese propósito.

Obedecer aquí pues no se refiere al cumplimiento de los mandatos de Dios ni al realizar las ?buenas obras que fueron preparadas de antemano para que las hiciéramos (Ef 2:10) porque no tendría sentido que obedeciéramos -ni podíamos hacerlo- antes de ser rociados y limpiados por la sangre de Cristo, es decir, antes de nacer de nuevo. (8)

A esos pues que han sido elegidos ¿entre los cuales tú y yo, amable lector, nos incluimos- les desea el apóstol gracia y paz en abundancia.

¿Qué es la gracia? En sus términos más simples es el favor de Dios. Todas las cosas que tenemos nos vienen por gracia, esto es, por la benevolencia inmerecida de Dios. Todas las cosas buenas que hacemos, las hacemos porque su gracia opera en nosotros (Pero no yo, sino la gracia conmigo?, escribe Pablo en 1Cor 15:10); no porque yo tenga en mí mismo la capacidad o el poder. Si alguna habilidad poseo es la de pecar. En eso sí me distingo, en eso soy excelente. Y si no hago lo malo en la práctica es porque la gracia de Dios me retiene.

La gracia de Dios viene acompañada de su paz, que no es como la que da el mundo, inestable y pasajera y que no nos satisface. Su paz sobrepasa todo entendimiento y perdura a pesar y por encima de las tribulaciones y las pruebas, guardando nuestros pensamientos anclados en Cristo Jesús (Flp.4:7).

3, 4. Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros,? La idea central, el mensaje principal de estos versículos es que Dios nos dio una nueva naturaleza de orden espiritual mediante una operación que fue como un nuevo nacimiento obrado desde lo alto. Sin este renacer espiritual todo lo que viene después, todo lo que la epístola ofrece y promete es nulo. Esa experiencia transforma nuestra vida porque produce un cambio interior radical.

Pedro no se ocupa acá de los frutos inmediatos del nuevo nacimiento, sino del fruto futuro de la esperanza viva presente, esto es, de la herencia que nos está reservada en los cielos como consecuencia del nuevo nacimiento.

El no define en qué consiste esa herencia, pero sí usa varios adjetivos para calificar su excelencia, tales como incorruptible, (es decir, alejada del deterioro de la condición humana transitoria), incontaminada e inmarcesible, es decir inmarchitable. (9)

¿Cuál fue el motivo por el cual Dios nos hizo este regalo? El mismo por el cual Él lo hace todo por los suyos: su gran misericordia, ese amor que desde su elevada grandeza se inclina hacia la pequeñez humana.

¿Y cuál fue el medio que usó para este cambio que se produce en otrosí La resurrección de Jesús?

Ahora bien, ¿por qué tiene la resurrección de Jesús ese poder para transformarnos La razón parece misteriosa pero no lo es. La resurrección cambió la naturaleza humana de Jesús completamente, le dio un cuerpo glorioso, celestial, muy diferente al cuerpo animal que tuvo en la tierra; un cuerpo en que lo divino de su ser brilla transparentemente a través de la apariencia humana, un cuerpo que puede vivir a la vez en el tiempo y en la eternidad, en la tierra y en el cielo. Esa transformación suya anuncia la nuestra.

Pero ¿por qué obra ese poder en nosotros internamente antes de que se manifieste en lo externo? En primer lugar, porque es condición necesaria. El que no nace de nuevo internamente no resucitará para la gloria, sino para la muerte. Esa constatación me hace pensar que en el día de la resurrección final el cuerpo de los elegidos será muy diferente del de los condenados, aunque el de éstos sea también psíquico es decir, espiritual.

Pero también porque existe una unión, un nexo íntimo entre Cristo y nosotros. Es su resurrección la que nos abre el camino y es ella también la que obra o realiza el cambio. O, mejor dicho, el mismo poder del Espíritu que lo levantó de los muertos, realiza en nosotros, que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Ef 2:1), el nuevo nacimiento, y Él mismo obrará nuestra resurrección.

He ahí pues la conexión entre nuestro nuevo nacimiento y su resurrección. Ambos pasos llevan de la muerte a la vida: de una muerte espiritual, en nuestro caso; de una muerte física, en el suyo; a una vida espiritual diferente, en nuestro caso; a una vida física totalmente diferente a la que antes tenía, en el suyo, pues el nuevo cuerpo recibido es inmortal.

Esta transformación nuestra, que es reflejo de la suya, está simbolizada por el bautismo. Nosotros morimos con Él a lo viejo al ser sepultados en las aguas del bautismo y resurgimos con Él a lo nuevo cuando salimos del agua que nos cubría. A esa simbología apunta Romanos: Porque somos sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con Él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección.? (6:4,5).

5. que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.? Si bien Pedro no su ocupa aquí de los efectos presentes de este renacer espiritual que hemos experimentado, sí nos asegura que el poder de Dios ?ese mismo poder que resucitó a Jesús- nos guarda y nos guardará para que podamos recibir la herencia futura para la cual hemos renacido y que nos está reservada en los cielos.(10)

¿Por qué motivo debe Él guardarnos ¿Acaso no está asegurada por el sólo hecho de que nos está destinada? Porque sin su protección podríamos perderla. Nos guarda en el sentido de que nos defiende de las artimañas del diablo que, movido por la envidia, quiere hacer que perdamos esa herencia, apartándonos del camino que lleva a ella, y no ceja en su empeño de lograrlo.

Entre la promesa de recibirla y la recepción efectiva hay un lapso de tiempo, un margen, una distancia que recorrer que es ésta nuestra vida terrena presente. Nosotros debemos permanecer fieles a la obra interna hecha en nosotros por el Espíritu de Dios a fin de alcanzar la herencia. Esa es la meta fijada, pero tenemos que llegar a ella dejando todo lo que queda atrás, como dice Pablo en Flp 3:14.

¿Cómo somos guardados ¿Por qué medio? Por el mismo mediante el cual renacimos, por nuestra fe. Es a través de la fe, -que es un don que no generamos nosotros, aunque debemos esforzarnos por crecer en ella- como el poder de Dios obra en nuestras vidas. Sin fe es imposible agradar a Dios (Hb 11:6) ni alcanzar ninguno de sus beneficios. La fe es el sustento de nuestra vida, la sustancia de lo que no se ve porque es invisible a los ojos del cuerpo, pero que es más real que el cuerpo mismo. Esa fe nos es más que necesaria, indispensable, porque todo lo que vemos alrededor nuestro contradice lo que esperamos; como si lo desmintiera y nos dijera: No creas en fábulas.

Esa fe debe alcanzarnos hasta el momento de nuestra muerte en que la herencia será recibida y gocemos de la presencia de Dios. Sin embargo, esa recepción de nuestra herencia al morir no es la definitiva, pues todavía ha de manifestarse más adelante en su gloria plena, al final de los tiempos, cuando Cristo venga a juzgar a vivos y muertos. Esta es la resurrección en la que unos surgirán de la tumba para vida eterna y otros para una segunda muerte (Ap 21:8) mucho peor que la primera.

Siendo ése el peligro que nos amenaza, y un peligro muy real, ¿cómo no tendremos necesidad de ser guardados, Pero si quieres ser guardado, guárdate tú a ti mismo para que Dios te guarde, porque no te guardará sin ti.

6. ¿En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, Esa salvación prometida y esperada es motivo de gran alegría para los que creemos y confiamos en ella; ¿una alegría que supera todas las alegrías que pueda darnos el mundo, una alegría que no sólo regocija nuestras almas, sino que también vivifica nuestros cuerpos, dándonos salud y fuerzas nuevas?

No obstante, -y esto era una realidad muy cercana para los primeros destinatarios de la carta- es inevitable que tengamos que pasar por dificultades y pruebas en nuestra vida según Dios disponga. Las aflicciones en el mundo son inevitables y también necesarias como se explica luego. Son inevitables debido a nuestra flaqueza humana, pero también debido a nuestro modo de ser diferente: Ellos no son del mundo dijo Jesús refiriéndose a sus discípulos, es decir, a nosotros, como yo no soy del mundo (Jn 17:16; c.f. 15:19). No somos del mundo porque nuestra mentalidad ha sido transformada, como exhortaba Pablo (Rm 12:2). Todo el que tiene la mentalidad del mundo pertenece al mundo. Hay un inescapable conflicto entre la mentalidad del mundo y la mente de Dios. El que es amigo del mundo es enemigo de Dios (St 4:4). (11)

Esa es una realidad ineludible. En tiempos de Pedro el contraste entre la mentalidad del mundo y la del discípulo de Cristo era aún más grande que en el presente, en nuestro mundo nominalmente cristiano, porque el evangelio transformó a la civilización greco-romana y cristianizó a los invasores bárbaros creando una nueva civilización Éla civilización occidental cristiana-, de la que nosotros somos herederos. Este mundo, aunque haya sido sólo superficialmente cristianizado es muy diferente, pese a todas sus deficiencias, del mundo pagano con el que se enfrentaron los primeros cristianos, porque lleva la huella de la doctrina de Cristo.

Por ese motivo la oposición entre ambos mundos es hoy menos marcada y genera menor oposición y sufrimiento que hace dos mil años. Nosotros somos en cierta medida afortunados. Pero una oposición igual o mayor a la de antes existe hoy en otros países y culturas que no han sufrido, o apenas han sufrido, la influencia del mensaje del Evangelio. En esos países las palabras premonitorias de Pedro cobran toda su vigencia y los creyentes pasan por fuertes pruebas. Pero también es cierto que, debido al proceso de descristianización por el que atraviesa actualmente el mundo occidental, y al abandono casi total de la fe en muchos países europeos, se está incubando una oposición al cristianismo que puede llegar a ser más cruel y penosa que la que hubo hace veinte siglos.

7. para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual, aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, La fe de los destinatarios de la carta (que finalmente somos todos nosotros) estaba siendo severamente probada al fuego y, como consecuencia, sería poderosamente refinada y fortalecida. Cuanto mayor la prueba, más fuerte la fe? es un axioma que revela la experiencia. La fortaleza de la fe del cristiano es proporcional a las pruebas por las que tuvo que pasar. Y si esas penas no fueran siempre exteriores, las pruebas interiores -que tienen diverso origen- pueden a veces ser más duras y severas que las externas.

¿Pedro dirá más adelante que debemos regocijarnos en esas pruebas (4:14), entre otros motivos porque ellas redundarán en alabanza, gloria y honra? para nosotros algún día. Así pues, no nos quejemos cuando seamos probados sino regocijémonos.

¿Podemos imaginar cómo serán, o son ya, honrados en el cielo los mártires de los primeros siglos y de todos los tiempos ¿Cómo serán festejados los que arrostraron grandes padecimientos por causa de Cristo? Su gloria será grande y no perecerá jamás. Si a nosotros Dios no nos dio el privilegio de compartir su suerte (algo de que en nuestro fuero interno nos alegramos) gocémonos con aquellos a quienes Dios amó haciéndolos pasar por el horno de la purificación para que su fe sea hallada más preciosa que el oro.

8. a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; Aquí el apóstol hace el elogio del cristiano elogio que nos incluye a nosotros- que sin haber visto a Jesús lo ama; que cree en Él sin verle. ¿Por qué elogia a los cristianos de la diáspora -y de paso a nosotros- por el hecho de que ellos amaran a Jesús -y de que nosotros lo amemos- sin haberlo visto, cuando ésa es la condición común a todos los creyentes? Porque él sí lo había visto; él sí había tenido ese privilegio (¿y quién no hubiera querido tenerlo?). Es la cercanía del pasado reciente lo que explica su asombro. Él había experimentado la presencia de Jesús, había hablado y comido con Él; habían caminado y descansado juntos. Él podía decir como Juan que lo había visto, oído y palpado (1 Jn.1:1-3). Que él creyera en Jesús no tenía nada admirable, era natural. Pero nuestra fe sí es digna de admiración, porque está basada en el testimonio de otros y en la palabra escrita. Por eso Jesús pudo decir a Tomás: Bienaventurado los que no vieron y creyeron. Bienaventurados los que no tienen la evidencia misma, sino que su fe reposa en la evidencia ajena. (Jn.20:29). (12)

¿No es sorprendente que Pedro mencione primero el amor que la fe? Dice: vosotros que lo amáis sin haberlo visto? y luego, ¿en quien creéis sin haber tenido ese privilegio?. ¿¿No viene la fe antes que el amor? ¿Se puede amar sin creer? Pero no es una cuestión de orden teológico lo que le interesa a él, sino que lo que lo admira es el amor que los fieles tienen por Jesús sin haberlo conocido personalmente, al punto de no dudar en dar la vida por Él. ¿Qué es lo que le impulsa al mártir a morir por Cristo? ¿La fe o el amor? Naturalmente que la fe lo sostiene, pero si además no lo amara no pondría su vida en juego.

Eso es algo que se da también en la vida diaria: los que se aman se sacrifican el uno por el otro porque se aman, no porque creen en el otro. Lo segundo se da por supuesto, pero no es lo que empuja a dar la vida por el otro, sino el amor. El amor es lo que mueve al mundo. Obramos porque amamos o, al revés, porque odiamos, que es amar a la inversa. Nuestros sentimientos son los que nos impulsan a hacer tal o cual cosa, más que nuestras convicciones.

Por último, Pedro constata y aprueba que, porque amamos a Jesús y creemos en Él, nos alegremos en Él con un gozo que no puede ser expresado en palabras. Ese gozo nos hace prorrumpir en alabanzas con sonidos inefables que sólo el Espíritu entiende (Rm 8:26; 1Cor 14:2).

Notas 1. Apóstol viene del verbo griego apostelló, enviar.
(2) Son expatriados respecto de la tierra de Israel, como lo eran todos los judíos de la dispersión, así como todo cristiano es un extranjero en esta tierra, porque su verdadera patria es el cielo.
(3) Desde los tiempos del exilio babilónico, si no antes, se establecieron colonias de judíos primero en el Oriente, y después en el Mediterráneo, en Egipto, Cirenaica (Libia), en lo que hoy es Turquía (donde estaban las provincias romanas que menciona Pedro), y en Grecia, Roma y por toda la costa europea hasta España. Asia era entonces el nombre de una de esas provincias situadas en la moderna Turquía, no designaba al continente asiático, concepto geográfico inexistente entonces.
(4) La frase vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios sólo puede referirse a creyentes gentiles, vers 2:9,10. Recuérdese que la palabra ?gentil? (ethnós, literalmente «pueblo» o «nación»), designa el no judío.
(5) El solo hecho de que Pedro aplique el término «dispersión» (diasporá) a los cristianos del extranjero indica como aparece claramente más adelante- que él considera que los creyentes en Jesucristo (e.d.,la iglesia formada por judíos y no judíos) son el ?nuevo Israel?, el nuevo pueblo de Dios, el remanente de que hablan los profetas y heredero de las promesas de Dios (véase Rm 11:5).
(6) Es importante señalar esto porque andan por ahí algunos apóstoles de confusión diciendo que la Iglesia se desvió de la verdad porque abandonó las raíces judías de sus orígenes. Pero los primeros seguidores de Jesús no se separaron del judaísmo en que habían nacido, sino que fueron más bien expulsados de su seno desde el inicio por creer en Jesús. Quien quiera convencerse de ello no tiene, sino que leer el episodio del ciego de nacimiento sanado por Jesús (Jn 9, en especial los vers. 22 y 34)
(7) Pablo, en efecto, habla de la obediencia a la fe (Rm 1:5), al Evangelio (Rm.10.16), y el mismo Pedro, de la obediencia a la verdad (1P 1:22) en relación con el creer.
(8) La palabra rociados (rantismón) alude a la práctica ordenada por la antigua ley de rociar con la sangre de los animales sacrificados el tabernáculo y los objetos del culto, así como al pueblo mismo, para santificarlos (Hb 9:13,14,19-22; c.f. Lv 8:15;16:15,16;17:1; Nm 19:9,17-19; Ex 24:6-8). Ese rito de purificación por medio de la sangre es el tipo de la purificación hecha en nosotros por la sangre del cordero inmolado por nuestros pecados, esto es, Cristo.
(9) Los adjetivos usados por Pedro resaltan el agudo contraste que existe entre esta herencia celestial y aquella otra herencia terrena prometida a los israelitas en Canaán. Mientras que a los hebreos se le había prometido una posesión física que está sujeta a todas las vicisitudes humanas, al nuevo pueblo de Dios se le presenta una posesión celeste que es absolutamente segura y en la que no existen enemigos con los cuales hay que pelear. Hay una diferencia de perspectiva entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. El primero enfoca su esperanza en la tierra, el segundo en el cielo.
(10) Pablo dirá que somos sellados por el Espíritu, que es las arras de nuestra herencia (Ef.1:13,14), es decir, el adelanto presente que confirma el pago futuro. Vale la pena notar que la gracia de Dios, representada por la sabiduría divina, guardaba al justo del Antiguo Testamento (Pr 4:5,6).
(11) La palabra «mundo» tiene en estos pasajes el sentido de la sociedad humana alejada o enemiga de Dios, que está gobernada por los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida (1Jn 2:16), y que se halla bajo el dominio de aquel a quien Jesús llama propiamente el príncipe de este mundo.
(12) El amor surge normalmente del ver. Por eso decimos Ojos que no ven corazón que no sienten)

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