Devocional : Los años vividos…


«Dejemos que nuestra gente nos hable de las angustias que ha pasado desde su juventud: "Hemos pasado muchas angustias desde nuestra juventud, pero no han podido vencernos.
El enemigo nos hirió la espalda; ¡nos hizo profundas heridas,
como quien abre surcos con un arado!
Pero el Señor que es justo, me libró de las ataduras de los impíos".
Salmo 129:1-4  (B.L.S)
 
Si te preguntan sobre tu sentir acerca de todos los años que has vivido, seguramente después de un suspiro y una mueca que asemeja una tibia sonrisa, responderás, -«Pues fíjate que he tenido contratiempos, pero allí sigo dándole a la vida, total, hay que seguir adelante»-
Las angustias de la pasada juventud no son cuentos de ancianos oprimidos o señoras abandonadas, tampoco es el canto lastimero de gente deprimida o llorones y estresados, todos y todos hemos pasado por esas ansiedades que se asemejan al arado abriendo profundos surcos en nuestra espalda, heridas penetrantes, grietas que otra vez se abren cuando te preguntan y te obligan a recordar.
¿Quién te hizo semejante maldad?  ¿Fueron tus erroresí ¿Fuiste víctima de la intolerancia o la ingenuidad? ¿Acaso la suma de esas angustias son más que toda tu juventud dilapidada?
El enemigo se llama así porque es el que se opone, el contrario a la bondad, el refractario que desde tu juventud ha buscado enlazarte con la atadura del odio y el rencor, el que sigue buscando que seas un gemidor, una plañidera que responda con tibieza: -«Mis heridas son todavía profundas, los surcos subterráneos de mi juventud todavía me duelen»-
No mi amado herido, no querida afligida; no tienes que volver a ver las heridas de tu espalda y retroceder a tus antiguas condenas una y otra vez, lee bien lo que dice el salmista: ¡No pudieron vencerme!
Tú sabes bien que no te derrotaron, por eso puedes recordar y todavía sonreír, porque claro que lo intentaron, pero no lo lograron, retrocedieron avergonzados, quisieron dejar sus huellas, el surco todavía abierto, pero Dios no lo permitió.
Por eso, no vivas doliéndote por cada cosa que ocurrió, ¿más sanidad, más liberación? Cree en el milagro perfecto de Dios:
«Al que nunca nos olvida, aunque estemos humillados; su gran amor perdura para siempre»
Ten fe Dios te ha redimido
Martha Bardales
 

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