Abraham, habiendo sido llamado, fue justificado por la fe (Gn. 15:6; Ro. 4:2-3). Los que han caído dependen de su propia obra, pero los llamados creen en la obra de Dios, y no en la suya. Ninguna persona caída puede ser justificada ante Dios por sus propias obras (Ro. 3:20) . Por lo tanto, los llamados, habiendo sido llamados por Dios y sacados de su linaje caído, no confían ya en sus propios esfuerzos, sino en la obra de gracia que Dios efectúa. Abraham y todos los demás creyentes son así. «Los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham» (Gá. 3:9). La bendición de la promesa de Dios, «la promesa del Espíritu» (Gá. 3:14), es para los que creen. Por la fe recibimos al Espíritu, quien es la realidad de Cristo así como Cristo mismo hecho real para nosotros (Gá. 3:2). Así que, tanto Abraham como nosotros somos asociados con Cristo y unidos a Él por la fe. Por la fe en la obra de gracia efectuada por Dios, los llamados de Dios son justificados por Él y participan de Cristo, su porción eterna.
Debemos creer en el Señor para ser Abrahanes. Creer en el Señor equivale a asociarse con Él. Abraham fue llamado a dejar el linaje caído y a asociarse con el Señor. Todos los hijos de Abraham, de igual manera, deben asociarse con Cristo. «Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois». En otras palabras, si somos linaje de Abraham, pertenecemos a Cristo y somos asociados con Él. Si queremos asociarnos con Cristo, es necesario que nos rechacemos y tomemos a Cristo como nuestro todo. Esto es creer en Cristo, y esta fe es justicia ante los ojos de Dios.
¡Jesus es el Señor!
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