El Auto-Perdón en la Biblia

0

auto-perdon-bibliaEl auto-perdón en la Biblia – Parte 1

“…ACEPTOS EN EL AMADO… TENEMOS… PERDÓN…” (Efesios 1:6b,7)

Es cierto que eres un producto de tu pasado, ¡pero no tienes por qué ser prisionero de él! Cuando te niegas a perdonarte a ti mismo, estás tomando la decisión de ser infeliz el resto de tu vida. Éstas son algunas consecuencias que a lo mejor nunca has considerado:

(1) No sólo te concierne a ti.

A la desdicha le gusta la compañía. Cuando persistes en hacerte daño, tus seres queridos también serán dañados. Es inevitable, porque cuando “te revuelcas” en sentimientos de culpabilidad, eres más retraído y crítico, y menos abierto y cariñoso.

Como consecuencia de ello, tu pareja, tus hijos, tus parientes, tus compañeros de trabajo y tus amigos (¡incluso hasta tu perro!) sufren juntamente contigo.

(2) Tu mente afecta a tu cuerpo.

Los médicos dicen que la falta de perdón genera substancias químicas que afectan directamente a los órganos vitales. Incrementan el ritmo cardiaco, aumentan la presión sanguínea, provocan malestares digestivos, tensan los músculos, descargan colesterol en el flujo sanguíneo y reducen la habilidad para pensar con claridad. Cada vez que vuelves a “visitar” tu pasado, aquellos sentimientos negativos envían una descarga de substancias químicas corrosivas. Sólo ahora es cuando la ciencia está confirmando lo que Dios ha sabido siempre, es decir, que aquellos que no se perdonan a sí mismos ni a los demás son más propensos a padecer ataques de corazón, depresiones, hipertensión y otras enfermedades graves.

(3) Te quedas atrapado en el pasado.

El Señor dice: “Todo tiene su tiempo…” (Eclesiastés 3:1). Una vez que te has arrepentido y has sido perdonado, el tiempo de lamentarse ha terminado. Necesitas empezar a mirar hacia delante, de lo contrario te quedarás permanentemente atrapado en el lodo de tu propio pantano. La Biblia dice: “…aceptos en el Amado… tenemos… perdón…” (Efesios 1:6b,7). Por lo tanto, perdónate a ti mismo y a todo aquel que tengas que perdonar, y sigue adelante con tu vida.

“MIENTRAS CALLÉ, SE ENVEJECIERON MIS HUESOS EN MI GEMIR TODO EL DÍA…”  (Salmo 32:3)

Perdonarse a uno mismo es particularmente difícil:

(a) por haber fracasado en algún gran proyecto de tu vida, como por ejemplo un matrimonio, o una carrera; (b) cuando tus acciones han herido a otras personas; (c) cuando tu estilo de vida te ha dañado; (d) por no haber hecho algo a pesar de que sabías que debías hacerlo. Por ese motivo, aquí hay algunas sugerencias:

(1) Confiesa lo que has hecho.

Si piensas que eres “único”, esto impedirá que te des un respiro. Además, la confesión evita que caigas en la negación. Una vez que has obtenido el perdón de Dios, busca el apoyo de un amigo en quien puedas confiar. David dijo: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día… Dije:’Confesaré mis rebeliones al Eterno’, y Tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:3,5b).

(2) Pulsa el botón “Stop”.

A menudo, no es la ofensa en sí misma la que hace sentirte mal, sino la culpa y el estrés asociados al recuerdo de tus acciones. Tu reacción habitual es el verdadero problema. El análisis continuo de tus fracasos no te llevará a ningún lado; lo único que hace es ofender a un Dios misericordioso. Así pues, cuando te “pilles” haciendo eso, pulsa el botón “Stop” y “cambia de canal”. Céntrate en el hecho de que Dios te ha perdonado, y deja atrás el asunto.

(3) Reemplaza el sentimiento de culpa por el de gratitud.

No es difícil de hacer; sólo tienes que meditar sobre la bondad del Señor. Entra en cualquier supermercado y dale gracias por la abundancia de los buenos alimentos que puedes disfrutar. O bien haz una visita a un hospital o un centro de rehabilitación y sé agradecido por tu salud. Cuando las busques, encontrarás muchas cosas por las que puedes darle gracias a Dios hoy.
“ESCUDRIÑEMOS NUESTROS CAMINOS… Y VOLVÁMONOS AL ETERNO” (Lamentaciones 3:40)

Negarse a perdonarse a uno mismo es igual que intentar conducir tu coche pisando el freno: impide cualquier avance. Aquí hay algunas causas:

(1) Expectativas irreales.

Todos tenemos una serie de reglas subconscientes para saber cómo debemos comportarnos. Muchas provienen de la infancia y ya no nos sirven. Por ejemplo, ¿es realista pensar que puedes trabajar doce horas al día, acudir a todos los actos del colegio, atender una casa a la perfección, tener descanso suficiente, y aún así tener tiempo para Dios y tu familia? Escucha: “Escudriñemos nuestros caminos… y volvámonos al Eterno” (Lamentaciones 3:40).

(2) Sentirte mal, en vez de hacer el bien.

Escucha: “…Probaos a vosotros mismos” (2 Corintios 13:5b). Si te sientes fracasado/a como padre o madre, esfuérzate para convertirte en un/a abuelo/a estupendo/a, o trata de ayudar a algún niño o adolescente que necesita ayuda. Hay muchísimas oportunidades a tu alrededor. Recuerda, “…el que sacie a otros, también él será saciado” (Proverbios 11:25). “Las raíces” de la felicidad crecen en “la tierra” del servicio, así que: “¡Manos a la obra!”.

(3) No tener las cosas claras.

En vez de decirte que eres una mala persona, recuerda las cosas buenas que has hecho. Si no se te ocurre alguna, trata de hacer memoria. Si hay gente que lo puede hacer, ¿por qué no tú también? Ante todo, ten siempre en mente estas palabras: “…cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia…” (Romanos 5:20b). Eso significa que no importa en cuántos líos te hayas metido, Dios está ahí, listo para darte “un nuevo amanecer”.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí