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Para mucha gente la oración se limita a algunas frases aprendidas de memoria. Pero eso no es orar.
Orar es dirigirse a Dios como un hijo le habla a su padre. En toda la tierra, millones de personas pueden hablarle al Señor al mismo tiempo, porque ningún pensamiento de hombre alguno escapa a su perfecto conocimiento. Varios salmos de David lo afirman: “Has entendido desde lejos mis pensamientos… todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Señor, tú la sabes toda” (Salmo 139:2-4). “Desde el cielo mira el Señor; ve a todos los hijos de los hombres: desde el lugar de su morada observa a todos los moradores de la tierra” (Salmo 33:13-14,V.M.)
Orar es exponerle a Dios todas nuestras penas y necesidades. Es tener la seguridad de que él escucha y responderá según su perfecto conocimiento de lo que es bueno para los que se dirigen a él. Cuando nos habla mediante su Palabra, la Biblia, también quiere que le demos gracias por lo que nos revela. Dios es amor y el hecho de que nos escuche es una prueba de ello. El creyente tiene el privilegio de dirigir sus oraciones al Padre. El Señor Jesús alienta a los suyos para que se dirijan directamente a Dios, recordándoles: “De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará… El Padre mismo os ama” (Juan 16:23-27).
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