Articulos Cristianos – El regalo mas grande de un padre.

Cómo dar respuesta a la necesidad que los hijos nunca logran superar con la edad]

por Charles F. Stanley
 
 

Los padres dan a sus hijos muchas clases de regalos. Como cristianos, sabemos que el regalo más precioso de todos es el que dio nuestro Padre celestial al enviar a Su Hijo Jesucristo: Su muerte en la cruz trajo salvación a la humanidad (Romanos 6:23). Aunque para nosotros es importante conducir a nuestros hijos al Salvador y enseñarles cómo tener una relación eterna con Dios, no podemos tomar decisiones por ellos. Pero en cuanto a los regalos que los padres terrenales pueden dar a sus hijos, lo más grande que pueden ofrecerles es algo que todo el mundo necesita y quiere, algo que Dios ha querido que tengamos: una amorosa e incondicional aceptación.

 

Algunos padres, dolorosamente, se relacionan con sus hijos por medio del amor condicional, que dice: Te amo si…, te amo cuando…, te amo, pero… El amor incondicional, por el contrario, dice: No importa lo que hagas o cuántas veces tomes malas decisiones, te amo. Aunque no estemos de acuerdo con su conducta o estilo de peinado, nuestro amor nunca cambia.

 

Desgraciadamente, muchos hijos crecen con la experiencia contraria: el rechazo. El abuso infantil, un gran problema hoy, se manifiesta de diversas formas, entre ellas el maltrato físico y emocional. El tipo más terrible y el más frecuente es el abuso verbal, que destruye la autoestima y tiene consecuencias permanentes.

 

El rechazo sutil y no tan sutil

 

Algunos padres rechazan a sus hijos de una manera abierta utilizando palabras hirientes como: «No te deseábamos» o «Nunca llegarás a ser nada en la vida». Pero también hay formas sutiles de rechazo, tales como el tomar todas las decisiones por el hijo. Esto envía el doloroso mensaje de: «No eres capaz o no has crecido. No confío en ti». Los mensajes de rechazo no intencionales pueden causar mucho daño. Aunque los padres puedan considerar que una observación imprudente no es más que un comentario sin ninguna trascendencia, esas palabras pueden quedar grabadas en un corazón joven.

 

Debemos ser extremadamente cuidadosos de que nuestra desaprobación de la mala conducta de nuestros hijos no sea un rechazo de ellos como personas. Ya sea de manera intencional o accidental, esos mensajes pueden dejar cicatrices serias y permanentes. Dentro de cada uno de nosotros habita el niño que una vez fuimos, y las heridas que recibimos afecta muchas veces nuestra respuesta a las circunstancias presentes.

 

Nunca olvidaré a un hombre que vino a verme hace algún tiempo por unas dificultades que lo estaban angustiando. Cuando alguien está enfrentando problemas, por lo general le pregunto cómo fue su relación con su padre. El dolor era evidente en la voz de este hombre cuando respondió: «Cuando yo tenía diez años, oí por casualidad discutir a mis padres en una habitación contigua. Todavía puedo oír la voz de mi padre, diciendo: «Al fin y al cabo, no lo deseábamos». La pequeña grabadora que había en la mente de ese niño de diez años almacenó las airadas palabras de su padre, y 30 años más tarde esa «grabación» seguía sonando. Aunque los problemas de este hombre eran reales, el mayor problema de su vida era ese abierto rechazo de su padre treinta años atrás. Los padres debieran prestar atención a la amonestación de Pablo: «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación…» (Efesios 4:29).

 

El amor de los padres fue creado con el fin de reflejar el amor ágape del Padre celestial. Él acepta a Sus hijos tal como son, incondicionalmente, lo que nos da seguridad y confianza.

Pero las personas que se sienten rechazadas se consideran a sí mismas sin valor y despreciadas. Todos los aspectos de su vida pueden ser afectados por ese concepto equivocado. No importa lo que se les diga, lo que escuchan es: «Soy una persona de segunda clase y un/a incapaz». Nadie quiere que los hijos tengan sobre sí esta carga, y por eso el amor incondicional es un regalo esencial. Permítame compartir con usted cinco resultados importantes de ese piadoso estilo de criar a nuestros hijos:

La aceptación amorosa proporciona la adecuada imagen bíblica de Dios. Para los niños, su padre es la primera representación del Señor. Es la imagen de un padre que da a sus hijos lo que necesitan, los protege, los estimula a la virtud y les ofrece dirección; los hace sentir dignos, competentes y de mucho valor. Cuando este padre enseña a sus hijos a orar, diciendo: «Padre nuestro que estás en los cielos…», esos niños se formarán una imagen de Dios basada en su padre terrenal, quien es la autoridad primaria que han conocido hasta ahora.

Por el contrario, cuando un padre está demasiado ocupado o es muy exigente, el niño puede formarse un concepto equivocado del Señor. Un padre áspero basa su aprobación en el desempeño de sus hijos: «Si haces esto, entonces yo…». El niño probablemente transferirá la comprensión que tiene de su padre, a su percepción de Dios. Lamentablemente, este punto de vista supone que la aceptación está basada en lo que una persona hace, en vez de lo que ella es. Los hijos necesitan, entender que su padre los ama incondicionalmente, simplemente porque son sus hijos.

  1. El amor incondicional prepara el terreno para que un hijo confíe en Cristo como Salvador temprano en su vida. Yo antes sentía ciertas dudas en cuanto a la salvación de los niños de cinco y seis años que recorren los pasillos de la iglesia. Sin embargo, he aprendido que cuando un padre es piadoso y ama incondicionalmente, es natural que su hijo quiera tener el mismo Padre celestial que tiene su papi.
    En cambio, cuando los jóvenes no sienten el amor del padre en la familia, están mucho más propensos a apartarse del Señor. Es posible que, incluso, entiendan intelectualmente que Dios debe aceptarlos, pero eso mismo piensan de su padre terrenal. Por tanto, si la experiencia en el hogar es otra, se produce un complejo conflicto que echa dudas sobre la confianza en Dios.
  2. La aceptación incondicional estimula una autoestima saludable. Cuando el Señor llamó a Jacobo y a Juan para ser Sus discípulos (Mateo 4:21, 22) , ellos pudieron haber respondido: «No somos más que unos pescadores sin educación. Nos encantaría seguirte, pero no somos nadie, y Tú eres el Mesías». Ellos pudieron haber dado muchas excusas, pero en vez de eso, dejaron sus redes y siguieron al Señor. Estos jóvenes crecieron con un padre que les inculcó la autoestima; es indudable que la crianza que recibieron les permitía tener confianza para tomar buenas decisiones, de tal manera que pudieron seguir a Jesús.
    Lamentablemente, muchos padres destruyen la autoestima de un hijo al confundir acciones e identidad personal. Una cosa es decir: «Tu conducta no está de acuerdo con lo que eres». Esto, en realidad, le comunica el mensaje positivo de que el padre ve al niño como una persona con capacidades, aunque su conducta no esté a la altura de su potencial. Pero, otra cosa es expresarle: «Tú no sirves, y nunca llegarás a ser nada». Un ataque verbal así es catastrófico y puede incapacitar al niño para tomar buenas decisiones. Cuando un hijo falla, se le puede estimular diciendo: «No te preocupes por eso. Sé que lo vas a lograr. Voy a estar orando por ti».
  3. Un amor tierno impide que los hijos desarrollen un espíritu de rebeldía. La mayoría de los hijos desafiarán en algún momento a sus padres. Sin embargo, la Biblia dice que un hijo que es instruido
    correctamente no se apartará del buen camino «cuando fuere viejo» (Proverbios 22:6). Los padres deben evitar reacciones extremas a situaciones que no sean «de vida o muerte», con una respuesta moderada es menos probable que provoque un espíritu de rebeldía en los hijos.

    Cuando la crianza está acompañada de amor incondicional, habrá menos posibilidades de autoconmiseración, trabajo obsesivo, celos o promiscuidad. Ahora bien, esto no significa de ninguna manera que debemos evitar disciplinar a nuestros hijos. La Palabra de Dios insta a la enseñanza oportuna de los hijos (Proverbios 13:24; 19:18; 22:15; Efesios 6:4). Por supuesto, nuestro modelo es el Padre celestial, quien disciplina a todos los que Él ama y a «todo el que recibe por hijo» (Hebreos 12:6). Pero la disciplina parental, al igual que la del Señor, debe aplicarse en un contexto de amor.
  4. El aceptar a los hijos tal como son los prepara para que desarrollen buenas relaciones. Cuando los hijos sienten el calor de papá y el afecto de un padre, crecen sintiéndose amados y aceptados. De esa manera, habrán sido preparados para que se relacionen con sus amigos sin ser críticos, y para que no traten de cambiarlos. Las personas que crecen sintiéndose aceptados, le comunican amor, confianza y seguridad a sus matrimonios. Por el contrario, cuando dos personas que se sienten rechazadas se casan, el hogar puede convertirse fácilmente en un campo de batalla, no porque ellos quieran vivir peleando, sino porque no conocen otra manera de relacionarse.

Los hijos: un regalo de Dios para usted

 

El Salmo 127:3 llama a los hijos «una herencia del Señor»; por tanto, debemos ocuparnos de esta bendición que nos viene de la mano de Dios. Desarrollando la autoestima e invirtiendo de su tiempo e interés en ellos aunque exija un esfuerzo adicional. Si usted sigue la dirección del Espíritu Santo, sus acciones, sus actitudes y su atención podrán demostrar su amor incondicional: el regalo más grande que puede dar cualquier padre.

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