[devocional-viernes] 12 de agosto de 2005 – Un Dios justo y salvador.

Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí.
Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra,
porque yo soy Dios, y no hay más. 

Isaías 45:21-22.

Yo, yo el Señor, y fuera de mí no hay quien salve. 
Isaías 43:11.

Un Dios justo y salvador

       Dios es justo. La Escritura lo afirma desde la primera hasta la última página. Este atributo divino hace nacer un comprensible temor en el corazón del hombre pecador, porque sabe bien que un día tendrá que encontrar a Dios y rendirle cuentas. Todo pecado es una ofensa hecha a Dios, quien según su justicia debe castigarlo. Si no lo hiciera, no sería perfectamente santo ni justo. Si nos detenemos aquí, sólo podemos exclamar: ?¡Ay de mí, pues soy perdido!? (Isaías 6:5, V.M.

       Pero Dios también se revela a nosotros de otra manera: sin dejar de ser justo, ha venido a ser nuestro Salvador. Su gloria consiste en conciliar estos dos caracteres que parecen inconciliables. Nos salva, y todas las exigencias de su justicia son satisfechas. Nuestros pecados merecían la condenación. Alguien que jamás había pecado cargó con ellos y sufrió en nuestro lugar el juicio que merecíamos. Esto ocurrió en la cruz, en las horas de tinieblas durante las cuales Cristo expió los pecados de todos los que creen en su obra redentora.

       Sin embargo, para los que rehúsan la salvación que Dios nos ofrece, la justicia divina se ejercerá con absoluto rigor ante el gran trono blanco (Apocalipsis 20:11-15). ?He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación? (2 Corintios 6:2). 

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