Fe que hiere

Fe que hiere

Imagínenlo: Abrahán, profundamente arrugado por 120 años de pruebas, ahora busca reposo. En lugar de eso, en una visión, es llamado a matar y luego quemar a su hijo. Como un nazi.
Imagínense: Había abandonado a su parentela, a su hogar, y había peregrinado sin ser bienvenido por una tierra extraña. Y antes de eso, esperó década tras década la promesa: "Sara tu mujer te dará un hijo" (Gén. 17: 19), aunque nada salió de su vientre.
Imagínense: Sara tiene a Isaac, y cuando el niño bordea la adultez, Abrahán, que con sus entrañas  sacó de la tierra a Isaac, ahora con sus manos debe colocarlo nuevamente en ella.
La noche de la visión, Abrahán abandona la tienda y contempla las estrellas. Recuerda que medio siglo antes el Señor lo hizo mirar hacia arriba y le prometió: "Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar.Así será tu descendencia" (15: 5). Se inclina sobre la tierra en oración, suplicando respuestas. No llega ninguna, sólo el eco: "Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré" (22: 2). Abrahán vuelve a la tienda, a su hijo, y tiembla. Se acerca a Sara, que también duerme, y anhela mezclar sus lágrimas con las de ella. Pero deja a su esposa sin cargas, despierta a Isaac y parten para la montaña lejana.
"Y Abrahán se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo" (vers. 3)
El niño y los siervos viajan tranquilamente, ignorando el silencioso alboroto en el interior del anciano, que piensa en la madre, de cuando regrese y ella corra, con los brazos abiertos para abrazar al muchacho, sólo que no queda nada de él, excepto las cenizas en el cabello de Abrahán y el olor en su barba.
Termina el primer día del viaje, y mientras que sus compañeros duermen, Abrahán llena el cielo de oraciones, esperando que los mensajeros celestiales, quizá los que primero le dieron la promesa de Isaac, aparezcan, diciéndole que el niño puede volver ileso a su madre. Pero el cielo parece estar sin Dios, y la siguiente noche, después de otro doloroso día, las oraciones de Abrahán parecen nuevamente llenar un cielo vacío. A la mañana del tercer día, Abrahán, mirando hacia al norte, ve la señal prometida, una nube de gloria se cierne sobre el monte Moriah. Ahora, seguro de que Dios lo está guiando, sabe que si hijo debe morir.
"Esperad aquí con el asno", les dice Abrahán a los siervos. "Yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros" (vers. 5).
Isaac lleva la leña; Abrahán el fuego y el cuchillo. Mientras ascienden hacia la cumbre, Isaac dice: "Padre mío".
"Heme aquí, mi hijo".
"He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?"
"Dios se proveerá de cordero.hijo mío" (vers. 7, 8).
En el lugar señalado, construyen: Isaac, un altar para el holocausto; Abrahán, una pira funeraria. Luego, temblando, Abrahán le dice a Isaac que Dios lo ha llamado a él a ser el cordero sacrificado. Asombrado, aterrado, no huye. En lugar de ello, Isaac, que comparte la fe de Abrahán, trata de acallar las lágrimas de su padre y lo anima a atar su cuerpo sobre la leña del altar.
Imagínense: Abrahán mira a Isaac que está atado. Lloran, luego se inclina y abraza a su hijo. Levanta la hoja.
Obedecer a Dios, a pesar del dolor, a pesar de que cada nervio se rebela, es fe que hiere.
No los kamikazes, no los guerrilleros palestinos, no las olas humanas de jóvenes iraníes que se suicidan, no los nazis que murieron por le honor del Tercer Reich. El mundo apesta por la carne de los que han entregado sus vidas por las mentiras. Esa no es fe que hiere.
Hay un relato hebreo: el padre de Abrahán, Taré, era fabricante de ídolos. Un día, cuando Abrahán queda solo en el taller de ídolos de su padre, rompe los dioses de madera y de piedra. Cuando Taré vuelve, le pregunta:
--¿Qué paso?-
Abrahán contestó:
--Los ídolos se atacaron unos a otros.
--Pero eso es imposible -responde Taré--. Son sólo madera y piedra.
-- Entonces, ¿por qué los adorasí -pregunta Abrahán.
Abrahán rompió los ídolos de su padre, se liberó de las mentiras que había heredado junto con su apariencia, y a la orden de Dios dejó la seguridad de su hogar, sólo para encontrarse con cananeos, egipcios y hambre. Pero Abrahán decidió obedecer a Dios, no importa lo que sufriera, no importa qué pudiera venir, aun hasta la garganta de su hijo. Esto es una fe que hiere.
¿Quién tiene valor para romper los ídolos de su padre, para admitir que puede haber heredado mentiras y para buscar la verdad de Dios aun si, al igual que Abrahán, implica alejarse de la familia y los amigos, y convertirse en un extranjero en una tierra hambreada? ¿Y quién, una vez que ha encontrado la verdad, la seguirá, al igual que Abrahán, hasta el monte Moriah?
Fe que hiere. Hace cantar a los ángeles y temblar a los demonios.
Imagínese.

Este escrito apareció originalmente en The New Israelita, Octubre-diciembre de 1984.

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