[devocional-lunes] 18 de julio de 2005 – La morada de Dios.

El lugar que el Señor vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus,
para poner allí su nombre para su habitación, ése buscaréis, y allá iréis. 

Deuteronomio 12:5.

La morada de Dios

       Al hacer salir a Abraham de su lejano país, Dios tenía en vista prepararse un pueblo que llevara su nombre y manifestara su poder en el mundo.

       El versículo del encabezamiento constituye el mandamiento de Dios para el país prometido; Dios instruyó a Israel para que tuviera un lugar de reunión, al cual el nombre divino estaría ligado, un lugar que daría testimonio de que todo el pueblo servía al mismo y único Dios.

       Varias veces al año, con motivo de las fiestas solemnes, los israelitas debían ir al lugar donde residía el sumo sacerdote para cumplir allí los ritos prescritos. Sólo hasta los tiempos del rey David el centro de reunión fue fijado en Jerusalén, y luego en la época de Salomón se construyó un templo que albergó por fin el arca de Dios.

       Hoy día, ¡qué cambio! Ya no hay un único lugar en donde se puede encontrar a Dios. Por su Espíritu, él mora en cada creyente, quien puede adorar a Dios ?en espíritu y en verdad? en cualquier lugar donde se encuentre y a cualquier hora del día o de la noche. ¡Qué privilegio poder acercarse así tan fácilmente a Dios!

       La Biblia nos pide también que nos encontremos con otros creyentes para adorarle juntos, conducidos por el mismo Espíritu. Esa adoración colectiva glorifica a Dios nuestro Padre y a nuestro Señor Jesucristo. El Nuevo Testamento nos enseña que los creyentes constituyen juntos ?un templo santo en el Señor?, una ?morada de Dios en el Espíritu? (Efesios 2:21-22).

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