Da gracias a Dios por la Sangre de Jesús

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«…FUISTEIS RESCATADOS… CON LA SANGRE PRECIOSA DE CRISTO…» 1 Pedro 1:18,19

Tu Biblia tiene un núcleo carmesí. Empieza con Dios mismo, derramando la sangre del primer cordero sacrificial para cubrir el pecado de Adán, y acaba con el coro multi-nacional cantando: «Con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación» (Apocalipsis 5:9b). En el Calvario ves dos cosas:

(1) El precio de tu pecado. Cargado a Sus espaldas estaba el peso de cada una de tus malas obras, desde el vientre a la tumba. La próxima vez que sientas la tentación de quebrantar la ley de Dios y hacer la tuya propia, ten esto en cuenta.

(2) La cura de tu pecado. Tu salvación no fue un esfuerzo compartido. No contribuiste ni una centésima parte, pues estabas arruinado espiritualmente. La verdad es que fuiste redimido (liberado de la esclavitud) con la sangre preciosa de Jesús como pago (Ver 1 Pedro 1:18,19).

La sangre ofenderá siempre a quienes tienen pecados que ocultar, una voluntad rebelde que proteger o un evangelio que ofrece salvación a través de las buenas obras o la evolución social. La sangre no sólo salva al arrepentido, sino que condena al desafiante, pues «sin derramamiento de sangre no se hace remisión» (Hebreos 9:22b).

Ni las plagas ni el granizo apocalíptico pudieron redimir al pueblo de Dios de la férrea tiranía del enemigo. ¿Qué lo hizo? La sangre, ¡solamente la sangre!

La sangre de Jesús puede:

(a) sanar tus recuerdos dolorosos;
(b) limpiar del pecado del que no te atreves a hablar;
(c) poner un toldo de protección sobre ti y los tuyos; (d) poner unos límites más allá de los cuales el enemigo no se atreve a pisar. ¡Hoy, da gracias a Dios por la sangre!

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